En tiempos llenos de confrontaciones busco momentos de reconciliación. Los podemos llamar pausas, desconexiones o emplear el término detox para referirnos a aquello que desintoxica el cuerpo. Cuánta confianza se debe tener en el mundo interior, cuyo blindaje nos sostiene de las amenazas externas. Cada uno busca su refugio. Hay que reconocer también que, contar con ello, es un privilegio, pues las realidades sociales y económicas siempre inciden en las brechas que nos separan. Sin embargo, valoro los paisajes personales donde nuestras experiencias mitigan el vaivén de la supervivencia. Se imponen desafíos con que emergemos como seres sensibles y críticos, que se regeneran constantemente.

Lo doméstico –que se considera una categoría menor versus la formalidad productiva de ciertos trabajos– es un territorio de construcción de afectos poderosos. Y en eso, los vínculos cercanos tienen un innegable protagonismo. Acudo a escenas cotidianas: mi abuela y su meticuloso cuidado con la colección de vajillas. El conteo de cada pieza para que el desorden no interfiera en la narrativa de una casa, de una vida. Ni qué decir de su sabiduría ambulante que llamaré de lo mínimo, porque sirve para enmarcar la rutina tan llena de detalles. Esos que sirven para preservar lo interior y lo frágil. No hay cosa sobre la que le haya preguntado que no obtuviera una oportuna solución (desde remedios medicinales hasta asesoría decorativa). Y esos instantes marcan el registro de la memoria.

Resalto la espontaneidad con la que algunos jóvenes reconocen sus afinidades y forman grupos. La amistad se edifica en un terreno de confianza y apoyos mutuos. Admito que en el transcurso del tiempo el nexo común se transforma: se deja a un lado lo que se creía inamovible. Los círculos fraternos se reducen y se privilegian nuevas facetas del acompañamiento y camaradería. Quienes contamos con ello valoramos la espontaneidad de las palabras, del humor y todo lo que permite la interacción humana. En este sentido, reírse de uno mismo resulta liberador, parecería ridículo, pero hay momentos en los cuales la seriedad entorpece y boicotea nuestras experiencias. Pienso en cada palabra amiga que dejó huella. Se dan las conversaciones informales, donde la carcajada fácil invade cualquier ocasión. Prácticas liberadoras. Sobre todo, creo que la solidaridad fortalece el tejido de los apegos. Sin desconocer que las diferencias también enriquecen nuestro crecimiento.

A mi alrededor el mundo femenino tiene su impronta. Las abuelas, las madres, las hermanas, las amigas, las mentoras, nuestras antepasadas son artífices de conquistas. Pienso en las situaciones de las que salí fortalecida porque tuve referentes, hubo predecesoras que dejaron registros de lo posible. Siempre se aprende de la pluralidad de las vivencias femeninas, donde debemos combatir la frase patriarcal de que “el enemigo de una mujer es otra mujer”. Buscamos diálogos, intercambiamos aprendizajes que ayudan a transformar nuestras existencias. No nos dejamos engañar, rompemos el círculo de la competencia, porque es la única forma de construir y de consolidar nuestras redes de apoyo. (O)