Al momento de escribir esta columna, decidí no hablar más de todo aquello ocurrido en los últimos catorce años. Ha llegado el momento del cambio, de un nuevo Ecuador; de volver a ser lo que siempre fuimos: una sociedad trabajadora, pujante, con problemas y diferencias, pero cargada de buenas intenciones. Solidaria y de mano extendida.

El triunfo contundente de Guillermo Lasso, el pasado domingo, representa la esperanza de días mejores. No solo por su trayectoria personal y profesional, repleta de méritos, sino, además, por las circunstancias históricas que la han rodeado.

En primer lugar, aliado con Jaime Nebot, con quien existió un importante distanciamiento hasta hace menos de un año. Una alianza que muy pocos creyeron posible, y que, sin lugar a dudas, ha sido gravitante en extremo para esta victoria histórica.

Y en segundo lugar, contra viento y marea; me refiero que no solo tuvo que enfrentar al candidato correísta, sino, además, a Yaku Pérez, Álvaro Noboa e incluso enfrentar a algunos funcionarios, quienes en una operación conjunta estuvieron muy cerca de impedir que se llevara a cabo esta elección.

Es decir, han sido muchos los obstáculos que ha tenido que sortear para finalmente, en su tercer intento, conseguir el favor popular para servirlo desde la Presidencia de la República.

De modo que, si alguna palabra define a Guillermo Lasso en su camino hacia la Presidencia de la República es esta: luchador.

Por lo que no tengo la menor duda de que se fajará por el Ecuador a partir del 24 de mayo de 2021 para sacarlo del estado de postración en que se encuentra.

Con Lasso llegará una nueva generación de políticos, que desde hace algún tiempo vienen haciendo presencia en tanques de pensamiento, medios, redes y gremios, quienes representarán el recambio que tanto necesita el Ecuador y que alternarán, como suele ocurrir, con cuadros experimentados que darán el equilibrio adecuado al gabinete.

Esta nueva clase política que hará el relevo de los que llegaron con Rafael Correa hace quince años tiene la titánica misión de cambiar la percepción ciudadana sobre la política y la función pública.

De devolverle al ciudadano la confianza en las instituciones; de hacerle sentir al ecuatoriano de a pie que el servicio público tiene como prioridad resolverle sus problemas, no mejorar sus finanzas a costa del erario público.

De motivar a la gente decente y preparada a dar un paso al frente cuando el país necesite sus servicios, sin temor a fracasar enredado en un sistema putrefacto que no hace ni dejar hacer o enlodado en calumnias o difamación por el pecado de querer servir a la sociedad.

Como verá, amigo lector, el desafío es gigante, pero estoy seguro de que Guillermo Lasso y su equipo estarán a la altura.

Concluyo esta columna con una frase de una emotiva canción de los últimos días de campaña, y que además he tomado prestada para titular este artículo: “… Renacer para volver mucho más fuerte, Ecuador será mi grito y mi ilusión…”.

En efecto, el domingo 11 de abril hemos renacido. (O)