Terminar los estudios universitarios y graduarse de médico es recién el primer paso en nuestro largo camino para ejercer la profesión. La gran mayoría de médicos recién graduados aspira y necesita especializarse. Egresamos con conocimientos generales y básicos que son insuficientes para brindar una atención de calidad o aspirar a un cargo profesional superior. Ser médico general no es una opción práctica. Por ello, la carrera es tan larga y requiere esfuerzo y vocación. Quien no se especializa generalmente lo hace por causas de índole familiar o económica. A diferencia de otras profesiones donde sí es posible –con esfuerzo– trabajar y estudiar a la vez, los médicos recibimos realmente nuestro primer sueldo en el año de medicatura rural. Para entonces, ya tenemos decidido cuál de las áreas de la medicina deseamos practicar y así empieza un nuevo ciclo de preparación.

Optar por un posgrado nacional es una opción válida para muchos jóvenes, especialmente para quienes ya tienen familia. En general, los posgrados nacionales reconocen un estipendio mensual tipo beca durante el tiempo que dure la especialización (usualmente 3 a 4 años). Algunos son autofinanciados. Aplicar a una residencia médica implica someterse a un concurso de méritos y oposición. Las especialidades que se ofertan son reducidas y las convocatorias no son siempre regulares, a veces hay que esperar más de un año. El número de plazas ofertadas por año es mínimo frente al número de médicos graduados (alrededor de 1.500 solamente en Guayaquil).

La siguiente opción sería un posgrado en el extranjero. Un posgrado auténtico tiene un aval universitario que garantiza el conocimiento de la especialidad. Los cursos o asistencias aisladas a hospitales por equis número de meses no se cuentan como posgrado regular. La lengua materna convoca a una gran mayoría a aplicar a España y Latinoamérica. Quienes tienen fluencia en inglés u otro idioma aspiran a otros países. Toca competir, entonces, con los médicos nacionales de cada país. Y es ahí cuando se enfrentan con el primer escollo: poseer conocimientos sólidos para aprobar los exámenes en el menor tiempo posible. En ese tiempo de preparación, quien no dispone de respaldo económico tendrá que trabajar para poder solventar los costos que implica el proceso de aplicación que, como mínimo, tardará dos años. Una gran mayoría no puede hacerlo.

Una vez terminada la residencia de posgrado en el extranjero, un importante número de nuevos especialistas prefiere no regresar a nuestro país. Nuestro ambiente luce poco atractivo para quien ha alcanzado tantos nuevos conocimientos, que, además, no se pueden aplicar en un medio como el nuestro, cada vez más distanciado del progreso de la ciencia en el mundo. Muchos desearían agregarse a un hospital, que es el lugar donde más se sirve a la comunidad y donde más experiencia se adquiere, pero los sueldos ni siquiera igualan a los que, como residentes de posgrado, recibían en otros países. No hay garantía de trabajo hospitalario estable, y obligatoriamente hay que ejercer de manera privada para subsistir y mantenerse actualizado. Si no se impulsan los posgrados nacionales, nuestra medicina seguirá involucionando. (O)