En las despedidas que se le hacen a las personas que mueren es costumbre valorar sus cualidades, lo que acaso sea un esfuerzo final por atesorar un buen legado. Ha muerto Ernesto Albán Gómez (1937-2024) y las palabras y los conceptos de sus familiares, amigos y discípulos que lo trataron en muchos tramos de su existencia no parecen excesivos, sino que se ajustan al carisma y a la sabiduría que él mostró en vida. La muerte de una persona cercana nos habla de nuestra propia muerte, y nos recuerda lo azarosa que es la trayectoria de una vida: ¿qué me ha llevado a mí a compartir parcialmente el camino de otro?

Ernesto Albán se destacó especialmente en los campos del derecho y la literatura. Son conocidas y ejemplares sus actuaciones y decisiones como conjuez y juez de la Corte Suprema de Justicia; en el campo de la política desempeñó cargos como secretario nacional de Información Pública y ministro de Educación. Su faceta como educador en colegios y universidades también es ampliamente conocida y de ello se han beneficiado la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, la Universidad San Francisco de Quito y la Universidad Andina Simón Bolívar, en la que fue presidente del Consejo Superior por varios años.

Comprometido con el ejercicio de la palabra, fundó Ediciones Legales, presidió la Corporación Editora Nacional y fue columnista de los diarios Hoy y El Comercio. Cuando, en septiembre de 2022, se incorporó como miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, en medio de la emoción y la gratitud, no dejaba de traslucir su asombro al verse integrado a esa corporación. La humildad de Ernesto fue ejemplar. En sus libros y artículos sobre derecho fue notable el modo en que articuló los ámbitos del derecho, la sociedad y la cultura (fueron sus pasiones intelectuales la literatura, la música y la ópera, el fútbol, el cine, el ajedrez…).

Una de las facetas que quiero destacar aquí es su trabajo como literato. Albán fue un fino cuentista que en 1960 publicó Salamandras, un libro que renueva formalmente el arte de contar, pues allí registra la rareza y los absurdos de los comportamientos humanos: la presencia del mal, la extrañeza y el sinsentido en las relaciones cotidianas. En sus cuentos, conocer la verdad y nada más que la verdad conlleva verdaderos sismos. Pandora apareció en 1977 y amplía la apreciación del mal, pues no se trata, en estos relatos, de desterrarlo sino de comprenderlo, de convivir con él, lo que nos acerca a ambientes fantásticos y misteriosos.

Albán también escribió piezas de teatro en la que se retratan las contradicciones que trae el vivir, pues para él las grandes obras de arte pueden ser vistas “como metáforas perturbadoras de la vida”. De allí su interés en que, para reflexionar sobre la justicia y la ley, nada mejor que el contexto que traen las producciones culturales. Se puede decir que la erudición de Ernesto fue un plus que contribuyó a su actividad como jurista. Hoy que hablamos de la necesidad de renovar la ilustración, el pensamiento de Ernesto Albán bien puede ser una guía para entender que la gran sabiduría, como él la practicó, está ligada con la compasión y la bondad. (O)