Cierra los ojos, ¿escuchas la corriente del río resbalando monte abajo, arrastrando piedrecillas blancas, doradas, ocres, lamiendo esas silenciosas rocas tendidas al sol meditando en su inmovilidad móvil de permanencia y flujo, lento y rítmico desgaste, vida mineral de tiempos inconcebibles desde la fragilidad humana? Abre los ojos, ¿ves ese camino arriesgado y seductor que nace en una generosa roca blanca a orilla del río y se abre incierto en saltos que podrían (o no) llevarte a atravesar las aguas y llegar al otro lado donde una cascada desciende del cielo al suelo y se estrella reventándose en una miríada de fragmentos, gotas de estrellas, estrellas líquidas cuya luz reverbera en esta mañana de sol?

Detente, respira, ¿sientes cómo el aire se enfría bajo el hechizo del agua del deshielo? Pliégate como un acordeón, las rodillas dobladas, siéntate sobre los talones: eres flexible, móvil, estás vivo. Acaricia el agua cristalina, déjate acariciar por ella. Atrévete a tocar el fondo. ¿Sientes las rugosas piedrecillas, el agua mordiéndote la piel cansada? Despierta. Avanza a pasos mínimos. Camina con los dedos como un aventurero decidido a internarse en el lecho de un río salvaje. Ánclate como si allí pertenecieras.

Desea. Escoge una piedra, la que te parezca más bonita. Nadie te juzga ni elige por ti. Puede ser pequeña o grande, áspera, lisa, rosácea o blanca, brillante, opaca, pinta. Son infinitas las posibilidades. El mundo es tuyo, eres parte de él. Pesca tu piedra, déjala despedirse del río, obsérvala reposando tiernamente sobre tu palma, déjala besar el sol. Solo entonces guárdala para siempre contigo.

La gente satisfecha se contenta con una pluma, una hoja, una piedra, una moneda descontinuada, un recuerdo. Lleva en los bolsillos cosas inútiles cuyo valor jamás cambia porque solo existe en su imaginación. La gente serena cierra los ojos y escucha el agua del río aunque esté ya lejos y sospeche que no tendrá la oportunidad de regresar. Rememora, sueña porque sabe que la única forma de ser humano y estar vivo es transitar: conquistar las pequeñas cosas y dejarse conquistar por ellas; perderlas en el espacio abandonado, pero preservarlas en el tiempo: eternizadas en el ámbar de la memoria; perderlas en el tiempo irrefrenable, pero conservarlas en un espacio al que nos aferramos: una tumba llena de flores.

Ser humano es llenarse los ojos (hasta las lágrimas) de la visión de una pradera de tiernas flores blancas, lilas y amarillas besando las laderas de roca gris que descienden del cielo como una muralla que encenderá por siempre nuestro deseo de escalarla. Saciarse los ojos y la memoria porque al día siguiente estaremos lejos, de ahí o de entonces. Nada dura ni perdura. Permanece la ilusión, la traviesa visión del pasado que juega a proyectarse al futuro. La ilusión de estar vivos como niñas estiradas de piernas y brazos rodando monte abajo pintándose de verde para llevarse la montaña tatuada en el cuerpo. Vivos como niños que se llevan a casa un tesoro: dos hojas de árboles a las que debieron planchar (entre papel periódico) antes de guardarlas para así conservar por siempre la ilusión de su frescura. (O)