Cuando el presidente de Ucrania nos grita: “Nos han dejado solos”, un escalofrío nos recorre el cuerpo.

No nos interesa las luchas políticas que están detrás, y que no conocemos bien, nos interesan las personas concretas que están sumergidas en un conflicto que las engulle, las quiebra, las separa, las somete a limites extremos de sufrimiento físico psíquico, emocional. Nos importan los muertos y heridos, nos importan las familias separadas y aterradas, escondidas en los túneles de los metros, con sus perros y sus gatos, nos importa que tengan qué comer y abrigarse, nos importan nuestros compatriotas que no pueden salir, nos importan los niños y los viejos, los recién casados y las madres embarazadas y las que están a punto de ser madres, nos importan los trabajadores y los soldados, los empresarios y los deportistas, los científicos y los trabajadores, los académicos y los artistas. Todos nos importan. Nos cuesta creer que los seres humanos no aprendamos las lecciones del sufrimiento extremo de las guerras, nos desalienta que el poder y el dinero sean un dios al que se sacrifican millones de vidas, nos importan los edificios, los pájaros, las plantas, los animales, todo nos importa. No están solos.

De alguna manera queremos que sepan que oramos por ustedes, todos ustedes, también los soldados rusos que son mandados a una guerra que no es de ellos, que en nuestras casas una vela amarilla y otra celeste están prendidas para que de alguna manera algo de luz llegue a sus vidas y sientan algo de consuelo, que los niños y los jóvenes oran por ustedes y algunos han adoptado familias enteras desde lejos. Que han plantado semillas de girasoles para que se destaquen con sus flores bajo el cielo celeste del trópico y recuerden el gesto de la abuela que increpaba a un soldado. Que sepan que ahora sabemos más de su historia porque en los hogares hemos leído para comprender y acompañarlos. No nos interesan las fronteras, somos humanos de múltiples rostros, en un polvo habitado que gira en medio de millones de galaxias, pero ese polvo que habitamos y somos, también sabe amar, no solo pelear y aunque parezca una utopía tenemos la convicción de que el amor es más fuerte que el odio, que siempre tendrá la última palabra en nuestras vidas y en la historia, creemos en Dios, porque a pesar de todo creemos en las personas. No están solos, no nos conocen, pero algo nuestro impactará en sus vidas. Los grandes y poderosos discuten. Hablan, mienten, calculan, tratan la guerra como un juego de ajedrez donde los humanos son peones de un juego macabro.

El COVID nos encerró. Su guerra nos enfrenta a lo peor y lo mejor del ser humano. La corrupción y la inseguridad, los oscuros intereses políticos y las mafias del narcotráfico nos tienen acorralados, nos quieren robar sueños y esperanzas. Pero no estamos dispuestos a convertirnos en marionetas de los que hacen del poder un látigo para amedrentar.

Simplemente no estamos dispuestos, estamos cansados de que decidan nuestras vidas y nuestro futuro para bienestar de algunos que cuentan con nuestro aburrimiento, cansancio y desesperanza. Cada uno de nosotros se convertirá en una artificie de un mundo mejor donde sepamos escucharnos, querernos y apoyarnos unos a otros porque todos somos uno. (O)