A veintisiete días para la segunda vuelta, la única incógnita debería ser el posible resultado. Pero, como corresponde a estas latitudes y mientras el Gobierno se desgrana aceleradamente, aún no hay la decisión oficial sobre el segundo finalista. Los actores económicos se impacientan, los rumores y las especulaciones alcanzan velocidades supersónicas y la guerra en redes de la primera vuelta ha cedido el lugar a las caras agrias y a la preocupación generalizada. El país permanece en vilo. Ni siquiera es posible contar con encuestas, lo que en cualquier otra situación pasaría como un hecho marginal, pero que en la actual cobra importancia por la ausencia de pautas claras de la orientación de los votantes.

Sin partidos estables e institucionalizados y con una población pesimista, lo más probable es que predomine el voto en contra (“te odio fulano por obligarme a votar por zutano”) o que la votación se incline por la oferta demagógica o, incluso, por una combinación de ambas. Lo único que se puede asegurar es que solamente una pequeñísima proporción del electorado se guiará por consideraciones ideológicas o programáticas. Por ello, será determinante la manera en que cada uno desarrolle su campaña. El objetivo básico, además de mantener la votación obtenida en la primera vuelta, será conseguir el apoyo de quienes optaron por el resto de candidatos. Esto, que es obvio en cualquier elección de segunda vuelta, ahora adquiere una dimensión diferente porque no están claras las características de esos votos disponibles. La distribución geográfica de esos electores demuestra que en todos los casos se produjo la confluencia de grupos muy heterogéneos. Así, los dos finalistas están obligados a llegar a muy diversos electorados, lo que quiere decir que deberán elaborar y difundir múltiples mensajes, tantos como tipos de electores logren identificar.

Independientemente de quién sea el segundo, los votos a disposición de los dos primeros alcanzan casi a la mitad de los electores. Ese es el gran pastel en disputa. En la Costa, Arauz parte con gran ventaja ya que más que duplicó la suma de Lasso y Pérez. Por tanto, el mayor desafío para quien pase a la segunda vuelta es lograr que Arauz se estanque en su votación regional de la primera y que no se incremente el número de nulos y blancos. Para ello, Lasso estaría en mejores condiciones que Pérez, tanto porque juega de local como por la potencial activación de la maquinaria socialcristiana. En cambio, en la Sierra, Pérez parte con más opciones que Lasso, pero también es posible que los votos obtenidos en la primera sean su techo y no el piso para la segunda. A Arauz le resultará difícil vencer la resistencia en esa región por la fuerza de los movimientos sociales y la adversidad de los sectores medios quiteños, que en conjunto pueden inclinar significativamente la votación. En las provincias amazónicas y Galápagos la ventaja es para Pérez, pero por su escaso peso en el total, esta votación sería significativa solamente si el resultado fuera muy estrecho.

Así, sin brújula y sin encuestas, solamente se puede especular. Y, en esa tónica, cabe recordar que en tres ocasiones (1984, 1996 y 2006) se revirtió el resultado de la primera vuelta. Nada está dicho. (O)