Cuando era pequeña siempre escuchaba a las mujeres mayores comentar con compasión sobre alguna mujer divorciada o viuda y siempre pedían “ojalá encuentre pronto un buen hombre, la soledad es dolorosa y terrible”. Ellas no lo hacían con maldad, su anhelo estaba cargado de genuino cariño, simplemente eran resultado de una educación donde la felicidad estaba únicamente relacionada a la vida en pareja, y no tenerla era sinónimo de soledad y tristeza.

Hubo muchas mujeres de mi generación que tuvieron el matrimonio como aspiración de vida. Algunas entraron a la universidad, conocieron al “hombre de sus sueños” y abandonaron la academia para convertirse en esposas y madres a tiempo completo, otras nunca estudiaron y renunciaron a sus trabajos apenas se casaron, algunas son muy felices con la vida que eligieron y otras no pueden abandonarla porque nunca trabajaron ni estudiaron. Todas escogieron libre y voluntariamente el camino a seguir. Recordemos que somos dueñas de nuestro destino.

En ese mismo orden, creo que las historias antiguas de Disney también hicieron mucho daño. Aquí se presentaban arquetipos de comportamiento social donde la mujer siempre era un frágil ser en peligro, que debía ser salvada por un valiente príncipe quien, además, la defendería del mundo exterior lleno de riesgos. Sin príncipe no había historia ni final feliz. Gracias a Dios aparecieron antiprincesas como Bella, Mulán, Valiente o Elsa, en historias donde las mujeres son quienes salvan a la gente que aman o se priorizan otros valores como el amor entre hermanas.

Por tanto, me da mucho gusto escuchar a mujeres jóvenes hablar de sueños y proyectos de educación y desarrollo personal; no es que han descartado amor o matrimonio, sino que tienen claro que esos elementos pueden ser parte de su vida, pero no son la meta ni el destino final. Además, muchas mujeres por fin comprendieron que si eligen no casarse, está bien, y si deciden casarse y no tener hijos, también estará bien, porque no tenemos que seguir un listado de actividades impuesto por generaciones anteriores, las mujeres elegimos nuestro camino, destino y con quién queremos caminarlo. En consecuencia, la soledad no debe ser un lugar doloroso, por el contrario, es un momento que eventualmente pasaremos, así que mejor usémoslo para conocernos y perdonarnos. Aprovechémoslo para aprender a disfrutar de nuestra compañía, desarrollar alguna habilidad, descubrir nuestra fuerza interior y ser felices con lo que tenemos. Finalmente, recuerdo de mi época de catequista un libro del Antiguo Testamento que me gusta mucho porque habla de que siempre hay un tiempo para todo. “Un tiempo para callar y un tiempo para hablar, un tiempo para amar y un tiempo para odiar; un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz”. Nunca tengamos pena por el tiempo que estén viviendo los demás. No juzguemos ni cuestionemos si los otros no viven como nosotros. Entonces, en este mes de la mujer es necesario recordar que somos más fuertes de lo que pensamos y nuestra mejor compañía, como decía Simone de Beauvoir: “Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que sea la libertad nuestra propia sustancia”. (O)