Carlos Vásconez (Cuenca, 1977) nos reveló la clave para descifrar su más reciente libro en un microcuento: “El escritor es un crítico de su tiempo. Pero el tiempo no existe”. Hay que tomarse en serio estas palabras, en su sentido más metafórico, a fin de navegar en la narrativa de este escritor. Quizá, en la historia oculta de ese relato –porque todo relato, pensaba Piglia, tiene una historia oculta– hay un tiempo que se rompe, que colapsa, que de un momento a otro deja de existir o pierde todo sentido. Una suerte de mundo que se destruye. Pero todos sabemos, más aún Carlos que ha leído tanto, que la destrucción de un planeta es inevitable. Es algo que se respira. Sucede y nadie hace nada para detenerla.

En Todo está roto (La Caída, 2022) consta el espíritu de esta época. Por un lado, como una atmósfera en la que se mezclan el caos y la caducidad de las normas. Y por otro lado, es evidente que para Carlos Vásconez la destrucción de un mundo o un tiempo es la perfecta ocasión para elaborar una propuesta artística. En ese afán, su escritura tiene algo de medicina legal: en el hecho de procurar una autopsia suficientemente rigurosa a fin de entender, en alguna medida, la fractura de todo. Pero volvamos a la idea anterior: el colapso de un sistema social, político, económico, deontológico, ontológico, o estético, implica, indudablemente, el desplome de un sistema normativo y el doloroso surgimiento de otro. Que a nadie le sorprenda si a Carlos lo acusan de pitonisa u oráculo, por haber sentido el futuro, mientras habitaba el acto creativo de su ficción.

Las últimas páginas del libro son un remanso para el lector, que ha llegado a la cumbre de una montaña y ha tenido que bajarla...

El libro consta de 26 cuentos. Empieza con relatos medianos, continúa con relatos largos y finaliza con microrrelatos. Evoca, quizá, la experiencia de subir una montaña, pues hay un ascenso y un descenso en el ritmo, que termina llevando al lenguaje a su mínima expresión, a sus partículas más poderosas y quizá también las más explosivas. Luego de luchar, tan aguerridamente con el más combativo de los géneros literarios, Carlos Vásconez arriba al microcuento con inteligencia y sabiduría. Las últimas páginas del libro son un remanso para el lector, que ha llegado a la cumbre de una montaña y ha tenido que bajarla, con extremo cuidado y cansancio, evocando esos significativos momentos en la cima, que ya serán para siempre una sensación de la memoria.

Las temáticas de los cuentos son diversas, pero algunas son imprescindibles para pensar esta propuesta. La posibilidad de repensar la figura de la madre, cuya debacle o estallido puede ser tan violenta como la destrucción de un mundo; por tanto, tan desestabilizadora como suele ser la misma literatura. El hecho de procurar una distopía cuencana, que confronta la nietzscheana pregunta sobre la muerte de Dios. La exploración de la figura de la mujer como un llegar a ser, un edificarse, tal como lo pensaba Simone de Beauvoir. Hay más temas, pero sobre todo hay una escritura como respuesta al caos. Un libro, en ese sentido, capaz de comprender el reparto de lo sensible del que habla Rancière, ese conjunto de evidencias sensibles que hacen visible la existencia de lo común. (O)