Para hablar de lo más reciente me iré hacia lo más antiguo. Lo reciente es la novela El ángel y su sombra (Seix Barral, 2024), publicada por Pablo Escandón, escritor que tiene en su haber dos libros de cuentos y otra novela, Más allá del Coloso, y que se ha desempeñado como un investigador pionero en el campo de la comunicación digital e hipermedia en la Universidad Andina Simón Bolívar. Lo más antiguo nos lleva hacia el siglo I de nuestra era, a algún lugar remoto del Mediterráneo cuando circuló la Novela de Nino sobre las figuras histórica de Nino y Semíramis, considerada una de las primeras novelas griegas de la que apenas han quedado restos en un papiro. Restos, fragmentos, pequeños registros de una historia que ha venido incompleta. Este azar de la supervivencia de un texto tan antiguo, también lo sufrió El Satiricón, de Petronio, novela mucho más extensa de la que apenas llegaron tres libros o capítulos –el XV, el XVI y parte del XIV, como advierte uno de los mayores especialistas en novela antigua, Carlos García Gual– y que, sin embargo, han sido suficientes para que la historia llegue hasta nuestros días o que haya inspirado la película homónina de Fellini.

¿Qué hay entre lo antiguo y lo reciente? La novela es un género abierto a la búsqueda y la experimentación. Entre la realidad de un manuscrito milenario hecho pedazos que ha llegado a nuestros días, y las novelas que se pueden escribir en el mundo de hoy donde los manuscritos no cuentan tanto como una plataforma digital y todas las posibilidades de internet, puede haber muchos parecidos.

El ángel y su sombra es la historia de varias búsquedas. Primero de todo un narrador enigmático en primera persona se entera de la existencia de un personaje, Giovanni Tapia, italiano hijo de migrantes ecuatorianos, que vuelve a Ecuador para buscar, a su vez, a otra figura, un joven jesuita llamado Benigno Moya, que no se habría marchado a Europa en la famosa expulsión de los jesuitas dispuesta por el rey español Carlos III en 1767. Moya habría llevado un diario en el que se daba cuenta de la supuesta misión de quedarse para informar sobre lo que ocurriría en las colonias. Esto, a su vez, despertaría las sospechas de las autoridades españolas que designan a su vez a un espía de Moya, Abelardo Amancha. Esta intriga de búsquedas y persecuciones llegan al siglo XXI de la mano de Tapia y del narrador anónimo, a la que se suma un personaje, Calímaco Lucero, verdadero cacique intelectual de provincias, que en un principio pone a disposición de Tapia toda su ayuda posible para investigar en el páramo de El Ángel el supuesto paradero de los diarios de Moya. Este viaje en tres niveles –el de Moya, el de Tapia y el del narrador anónimo que rastrea en la prensa lo ocurrido– es el propósito de esta novela que, a partir de fragmentos y de distintos procedimientos narrativos, permite descubrir con un profundo sentido de humor e ironía sobre personajes a la búsqueda de una trascendencia que les rehúye.

Despentes, escritora francesa

Por supuesto, una novela siempre será mucho más que la historia que cuenta, aunque sus procedimientos parezcan volverse invisibles ante el avance trepidante de la trama. Pero están siempre ahí. O mejor dicho: no hay novela si no hay procedimientos. Es aquí donde El ángel y su sombra se vuelve llamativa si tenemos en cuenta que su autor se desenvuelve con soltura en nuevas tecnologías y plataformas digitales, sólo que en esta novela no aparece ni una sola imagen ni un enlace a la red. Sin embargo, es una novela profundamente embebida de esa tecnología trasmedia aunque se ciña estrictamente a lo verbal. Y esto se debe a que la versatilidad y rapidez con la que se puede cambiar de registro en una plataforma, en la novela se convierte en el paso de una manera de escribir a otra, o mejor dicho, a un cambio de forma. Porque El ángel y su sombra cuenta con un narrador que abre la novela, pero luego incluye el registro de diarios personales –los de Tapia y Moya–, largos diálogos narrados o en formato de chat, un reportaje de televisión, un ensayo sobre Moya, un artículo académico, una trascripción, versos, testimonios alucinados y reelaboraciones de autores reales como Ramón Viescas o José Rumazo. Esta serie de saltos de escritura ocurre casi a la manera de un zapping que convierte la novela en una suma de fragmentos perfectamente hilvanados. Esta novela permite comprender por qué novelas antiguas y fragmentarias pueden llegar a nuestros días.

O mejor dicho: ¿qué hay en la versatilidad formal de la novela que la puede acercar a la plasticidad de los formatos digitales? Cuando se piensa en esto, se puede dar un vistazo hacia atrás y replantearse una tradición de la novela mucho más rebelde y flexible de lo que supuestamente se espera del género. Es así como, de cuando en cuando, se redescubre que en los antecedentes de la novela no solo hay que remitirse a la convención de la novela realista clásica sino que se cuenta con verdaderos pioneros como el Tristram Shandy de Sterne, por sus digresiones, o Jacques el Fatalista, de Diderot, por su irreverencia antirrealista, o incluso novelas descomunales elaboradas a partir de cartas como ocurre como la Clarissa de Richardson o Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos, sin dejar atrás novelas con relatos incluidos como El asno de oro de Apuleyo o la suma de relatos de El Decamerón. Todas formas narrativas que abrieron el camino a las renovaciones técnicas del siglo XX y del XXI. Un diálogo de tiempos y formas, embebido de un promisorio sentido del humor, conforma la inquietud de Pablo Escandón en esta novela que se lee de manera ágil y amena, y que, de refilón, perfila irónicamente a un país obsesionado con entenderse a sí mismo. (O)