Cierto es que mal de muchos, consuelo de bobos, pero la verdad es que no solo en Ecuador abundan los sapos que se dieron mañas para vacunarse primeritos. Como esa pareja ricachona que se coló en una reserva indígena para aprovechar las dosis de un grupo vulnerable al que evidentemente no pertenecían. En Alemania trincaron al alcalde y concejales de Halle, 300 policías de Stendal y la Gobernación de Wittenberg vacunándose antes de que les llegara el turno. Tal como sucedió en esa película cursi e inolvidable: Titanic, donde a la hora de abordar los botes salvavidas, aunque las reglas estaban claras (mujeres y niños primero), no faltó el vivo que siendo joven y fuerte se otorgara el privilegio de ocupar un asiento. Y así como esos botes de emergencia en el Titanic, que no alcanzaban para todos, las vacunas contra el corona tampoco bastan. La producción y distribución de estas maravillosas sustancias es compleja. Los laboratorios enfrentan enormes problemas para cumplir sus promesas de entrega de dosis a sus ávidos clientes. Los más ricos y poderosos, los países que más invierten en investigación científica, tienen acceso VIP a las vacunas. Estados Unidos, Inglaterra, Chile ya han inmunizado a más del 30 % de su población. Israel va por el 60 %. Europa, en cambio, desilusiona. Alemania, por dar un ejemplo que conozco, preparó un detallado plan de vacunación, dividió a la población en grupos de riesgo y anunció que vacunaría priorizando a los más vulnerables. Hasta aquí, todo muy profesional: primero el grupo 1 (80+, personal de ancianatos, cuidados intensivos y emergencias), seguido del grupo 2 (70+, personas con síndrome de Down, demencia, pacientes con trasplantes, cáncer, diabetes, obesidad, enfermedades pulmonares, renales y hepáticas graves, personas que trabajan en hospitales, guarderías, escuelas o con refugiados, víctimas de violencia doméstica y mendigos, dos personas del sistema de apoyo de embarazadas), después el grupo 3 (60+, personas con condiciones de salud preexistentes, policías, bomberos, empleados en tiendas de alimentación, farmacias, servicios básicos, maestros, personal electoral, políticos y empleados de órganos constitucionales esenciales) y, finalmente, el grupo 4, llamado “sin prioridad”, al que pertenezco. Pacientemente he seguido el desarrollo de este plan tan alemán (preciso en teoría). Pero ¿adivinen a qué grupo se está inmunizando actualmente? Recién han empezado con el 2, lo cual explica las estadísticas: en Alemania, el 10 % ha recibido su primera dosis, y solo el 4 %, la segunda. La situación del resto de Europa es similar, de ahí que estemos surfeando ya la tercera ola de contagios y muertes, y que hayan vuelto las restricciones extremas.

Está claro que todavía no hay vacunas para todos y que es indispensable priorizar. Es absurdo que sean justamente los países más pobres, donde el acceso a tratamiento médico es limitado y las consecuencias del confinamiento, nefastas, quienes esperen al final de la cola. Este desequilibrio lo pagaremos todos, porque de una pandemia, a diferencia del Titanic, no se puede escapar uno en un bote salvavidas. Navegamos todos a bordo de un solo barco llamado Tierra. (O)