La comunidad de Cumbayá ha tenido una reacción contundente e interesante contra un proyecto inmobiliario que incomoda a los locales. El proyecto implica un gran aumento de tránsito en el sector, que de paso cuenta con una topografía complicada y hasta insegura. Se trata de un plan habitacional de alta densidad, que se ha promocionado como un producto ambientalista, sostenible, cómodo y satisfactorio para sus futuros ocupantes. Sin embargo, más allá de todos los peros encontrados en dicha propuesta, creo que el hartazgo de la gente está más en el modus operandi que esta promotora ha usado en todos sus emprendimientos, durante los últimos años.

En lo personal, más allá de las observaciones hechas sobre su impacto en el lugar, creo que es un proyecto feo, ubicado en un lugar para nada atractivo. Quien esté dispuesto a endeudarse por década y media para vivir ahí, respirando el humo de los buses y soportando lo que será el nodo más conflictivo de toda Cumbayá, verá su ingenuidad tristemente recompensada.

Para que se entienda el impacto que tiene esta empresa inmobiliaria, imaginemos que en Guayaquil estuvieran en construcción –casi de manera simultánea– diez edificios, todos destinados a departamentos; cuatro de ellos comparables en altura con el edificio La Previsora. Me pregunto: ¿existe un mercado inmobiliario tan grande en la capital? En otras partes del mundo, empresas con semejante capacidad de construcción se ven obligadas a emitir bonos para garantizar sus utilidades basadas en el aumento de las plusvalías a largo plazo. Usualmente, ese tipo de empresas suelen delatarse cuando se hace evidente el contraste entre la cantidad de departamentos que declaran como vendidos versus el número de estos que realmente se ven ocupados, sobre todo en la noche. El mejor ejemplo de ello lo tenemos en Ciudad de Panamá.

Sin embargo, tal como se suele decir en inglés, “you need two to Tango”. Para defender este tipo de proyectos, se nos suele aclarar que estas enormes construcciones están amparadas en resoluciones aprobadas por el Concejo del Distrito Metropolitano. Es más que evidente que lo ético está por encima de lo legal. La historia nos demuestra de manera reiterada que muchos abusos inmorales han sido permitidos y regulados por la ley. La esclavitud y la segregación por credo o raza son ejemplos no muy lejanos a nuestros tiempos. Más que la aprobación en sí, deberían explicarse los criterios bajo los cuales se aprueban este tipo de proyectos. Adicionalmente, los beneficios que estos ofrecieran deberían sopesarse con los inconvenientes que pudieran causar. La responsabilidad no solo está en proponer, sino también en aprobar.

Bien por la ciudadanía quiteña, que ha hecho escuchar su hartazgo y ha expresado su voluntad a favor de un manejo serio y desinteresado de su ciudad y su futuro. Qué pena por el gremio de los arquitectos, que ha preferido callar, quién sabe por qué razones.

“Wer hoch steigt, der wird tief fallen” es un refrán alemán que significa “quien más alto escala, más profundo cae”. Tanto en la vida como en los negocios, es de sabios saber cuándo detenerse.