Era el año 2005 y visitaba escuelas fiscales de Guayaquil para valorar los efectos del uso de los textos del programa municipal “Más Libros”:
Sept. 12: Me siento en la última fila del aula. “Vamos a hacer un conjunto de 10 elementos”, dice M., la maestra. Dos niños tiran un dado, uno trepa por la reja, hay cinco parados en bancas, tres dormidos, dos juegan con una corbata en el piso. El resto atiende, a pesar de los pelotazos, voces y risas afuera. “Aquí tenemos 10 caritas felices”, continúa. Nadie sigue la consigna. Su mirada se topa con la mía y aclara: “Estamos haciendo decenas en la página 66″. Pide algo que no escucho; tampoco los alumnos. Uno conserva su mochila en la espalda toda la jornada. Al salir, ella comenta: “¿No sale usted así? (‘estoy harta’). Oiga, sí estamos usando los libros, lindos”.
Sept.19: Es hora del recreo y veo niños usando un largo urinario al aire libre. Converso con otros: “Los libros son fantásticos, ahora entiendo Matemáticas”. “Quiero que la escuela gane el premio para arreglar las bancas, los de la tarde las dañan y roban cosas”. “Mi mamá está feliz porque aprendo, la otra escuela tenía libros, pero vagos”. Le pregunto a J. qué piensan sus papás. “Mi mamá y mi padre”, dice. “Mi padre nos dejó, pero fue mejor, le pegaba a mi mamá, a mí y a mi hermana”. Llama a una nena y le pide mostrar la herida: “Mire, le abrió la cabeza con un florero. Un papá que hace eso no es un papá, es un padre”.
Sept. 23: Suena un parlante, puro ruido. El maestro F. opina que los libros “son un apoyo increíble” y aprecia que “el alcalde se preocupe de que los niños tengan libros que solo usaba la élite”. Señala logros en lectura comprensiva, fonemas, ética, que los niños se autoevalúen, beneficios para padres: “Imagínese para la gente de aquí, zona marginal, lo que es ahorrarse los libros”.
Más y mejores docentes, revisar infraestructura, apoyar el aprendizaje, acoger alumnos en desventaja, brindar desayuno, atender salud y psicología, orientar a familias; necesidades que trascienden las relativas a los libros. Con estas y más coincide M. Brown, exministra de Educación, entrevistada por J. C. Calderón (Plan V, 29/02/24): “En Ecuador, siete de cada diez alumnos no aprenden”.
El informe El aprendizaje no puede esperar (BM y BID, 2024), urge a: 1. Que todo estudiante tenga competencias en habilidades fundacionales (matemáticas, lectura y ciencias). 2. Brindar apoyos específicos a ciertos estudiantes para mejorar su desempeño. 3. Invertir en la recuperación del aprendizaje de la lectura y matemáticas en primaria. 4. Reducir las tasas de deserción y repitencia. 5. Cerrar brechas en acceso de alumnos y docentes a dispositivos y recursos digitales. 6. Asignar recursos eficientemente. Países de la OCDE invierten tres veces más por alumno en su trayectoria ($ 102.612) que América Latina y Caribe ($ 36.972).
Dicho esto, ¿qué transformaciones, además de mayor cobertura, ha sufrido el sistema educativo los últimos 20 años? ¿Qué clase de gobernantes y ciudadanos tendremos a futuro? El mundo cambió, el aula de clase no. Hace tiempo que fue rebasada como alegoría del aprendizaje. (O)