En la ventana de mi cuarto crecen espléndidos los lacitos de amor o mala madre, como los nombran en el barrio. Siempre me llaman la atención los nombres populares tan opuestos con que se las conoce. El hecho es que unas ramitas potentes permiten nacer lejos del tallo madre nuevas plantas que se transforman en cascadas. Todos los días las observo al atardecer y las saludo al despertar. En el patio se han regado por todas partes, entre las piedras, estorbando a los helechos, les van ganado espacio a los centavitos. Las lluvias extremas las han favorecido y lucen unas hojas color verde luz, o pardas con verdes plateados en su interior. Sus pequeñas flores como campanas son rojas y rosadas, y de pronto, como mirándonos, unas pocas amarillas asoman en el follaje. En la ventana comparten espacio con el romero y el tomillo, que los gatos aman, mientras que tuvimos que alejar el cedrón, para que los felinos de la casa paseen su pelaje y se perfumen sin que les moleste el olor exquisito, que a ellos les resulta repulsivo, de la pequeña planta que huele a limón y lima.
En el barrio conocen nuestra casa como el Yasuní por la variedad de plantas en un espacio pequeño y porque a veces las dejábamos crecer demasiado…
Amo nuestro pequeño Yasuní casero, cuido sus plantas y observo los colibríes, canarios, palomas tierreras, hormigas, lagartijas y combato las cochinillas y las plagas.
Siempre me pregunto si se encontrara en otros planetas y galaxias una sola hormiga como la que lleva con esfuerzo el peso de 10 veces su cuerpo rumbo a su hormiguero, estallaríamos de alegría frente al prodigio de la vida. La maravilla de la naturaleza que es uno de los mil rostros con que nos asomamos al milagro de la creación, y al que llamamos Dios. Cuando establecemos una relación con ella todo se hace cercano. Agradecemos la vida que nos da, las plantas y animales que comemos y el petróleo, que es su sangre según mis vecinos, bendición y maleficio. En su nombre hay corrupción, muerte y pobreza, pero también riquezas. No hemos aprendido a usar otras energías que no produzcan tanta muerte, sabemos observar las galaxias, ir a otros planetas del sistema solar, pero no sabemos todavía utilizar la energía del sol de una manera práctica y eficaz, de forma tan sencilla y práctica como usar un celular. La vida ha sobrevivido muchas hecatombes desde que a partir del único gran continente Pangea hace 230 millones de años, entre el 75-95 % de todas las especies de seres vivos desaparecieron. “Pero la Tierra guardó semillas (los quintillones y quintillones de microorganismos escondidos en el suelo y a salvo de cualquier amenaza). La Tierra se demoró 10 millones de años para rehacer la biodiversidad. La rehizo, y enfrentó otras grandes extinciones posteriores, como aquella de hace 67 millones de años, que hizo desaparecer todos los dinosaurios después de haber vivido más de 130 millones de años sobre la Tierra, y tantas otras”, nos dice Leonardo Boff.
Hoy los que vivimos en este país privilegiado somos responsables de la salud y equilibrio del planeta, lo que decidamos sobre el Yasuní tiene que ver con el futuro de todos los que damos vueltas en este polvo azul que es nuestro hogar. Nuestra sobrevivencia común está en juego. (O)