La renuncia de la primera ministra británica, Liz Truss, el pasado jueves, tan solo a 45 días de posesionarse en el cargo en reemplazo de Boris Johnson, quien se mantuvo tres años y también fue orillado a renunciar, se ha convertido en otro peso que hace tambalear el necesario equilibrio político del que dependen las grandes economías, cada vez más globalizadas y susceptibles a las reacciones de los mercados.

Reino Unido tiene la tasa de inflación más alta en 40 años y se teme una posible recesión. Truss, con el argumento de impulsar la estancada economía, anunció un controvertido paquete de medidas que incluía beneficios para los banqueros y el recorte de impuestos a la renta para quienes ganan los sueldos más altos, lo que hizo prever que afectaría las finanzas públicas y llevaría a requerir endeudamiento; la zozobra ocasionó que cayera la libra frente al dólar a mínimos históricos.

Liz Truss: las claves para entender el caos político que acabó con su gobierno, el más corto en la historia de Reino Unido

Aunque retrocedió en su plan, otros factores sumaron tensión sobre su gestión, como la renuncia de sus ministros de Finanzas y del Interior y el abierto cuestionamiento de diputados de su propio partido, lo que la llevó dimitir con estos términos: “Reconozco que dada la situación, no puedo cumplir con el mandato por el cual el Partido Conservador me eligió”, convirtiéndose en la jefa del Gobierno británico con menos tiempo al mando.

Truss seguirá al frente por una semana más, mientras se realiza un nuevo proceso de votación entre los conservadores para elegir a quien será su reemplazo. Irónicamente, Boris Johnson está entre los aspirantes que buscan el respaldo de sus compañeros de partido para postularse.

¿Boris Johnson podría regresar como primer ministro? Los aspirantes a suceder a Liz Truss necesitarán el respaldo de 100 diputados

La pérdida de confianza y de autoridad de Truss daña aún más la imagen de su partido, que, de lograr elegir a un nuevo primer ministro, con miras en las elecciones generales previstas para el 2025, deberá lidiar con el descontento popular por la inflación, la crisis energética derivada de la invasión rusa a Ucrania y una posible secesión de Escocia. Allá, como acá –guardando las distancias–, hace falta conducirse privilegiando la estabilidad. (O)