A Kiss los años no le afectan, en cambio su música, estética y fuerza que expresan en el escenario llevan el peso de 40 años. Lo mostraron la noche del domingo pasado en el Parque Bicentenario de Quito, ante 10.000 atónitos espectadores.

La mayoría levantó sus equipos móviles para grabar el inicio del show, centraron los ojos en las pequeñas pantallas y sorprendidos miraron el enorme despliegue de papel, luces y fuegos del inmenso escenario.

Luego el ritmo de la batería de Eric Singer, un monstruo de 10 platos con el mismo número de toms, las guitarras de Paul Stanley y Tommy Thayer, más el bajo del mítico Gene Simmons llenaron el espacio con hard rock.

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Fue un arranque de energía que desbordó el Bicentenario. A toda máquina, el grupo interpretó sus tres primeros temas en 16 minutos. Detroit Rock City, Creatures of the Night bastaron para constatar el estado de Stanley como vocalista. Luego llegó War Machine, con la ronca voz de Simmons y su talento para hacer vibrar al público.

Kiss hace del escenario su templo y en este los músicos imponen sus tiempos. Son hombres corpulentos y altos que calzan botas con plataformas de 15 centímetros. Son gigantes, pero se ven pequeños en el enorme espacio de luces y bombazos.

Tal vez por eso el show se acompaña de dos grandes pantallas de alta definición que brinda nítidas imágenes de los actos de cada músico.

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Simmons, conocido como el legendario Demonio, no deja de repetir los mismos movimientos: divisa alguien entre el público, lo mira fijamente, con sus enormes dedos lo señala, toca las cuerdas de su bajo, saca la lengua que en tamaño supera su mentón.

Stanley, el Starchild, se concentra en la guitarra y en el canto. Él es quien da detalles de cada canción y no se olvida de pronunciar a cada momento un largo ‘¡Quito!’.

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I love It Loud, Parasit, Lick it Up estuvieron entre los 18 temas escogidos de su larga vida en el rock. (E)