No sería extraño ver a Rosa Regás, Premio Planeta de Literatura 2001, sentada en el lobby de un hotel tomando una copa o acostada en la grama de un parque con un vestido de flores o recibiendo un nuevo premio a su labor literaria, más bien habría que esperar cualquier sorpresa de esta dama española, huésped de la capital desde ayer.

En un mundo donde las mujeres de 50 años hacen lo imposible por parecer de 30, Rosa Regás se muestra auténtica y segura de que la vida recién arranca después de unas cuantas décadas. Por tal razón hace unos 15 años decidió que era momento para empezar a escribir. Así lo hizo, y cuatro obras después obtuvo reconocimiento internacional con su libro La canción de Dorotea.

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La presentación de esta novela, que se realizará hoy a las 18h00 en la librería Mr. Books, es la razón por la que llegó al país luego de una gira que incluyó Centroamérica y países como Colombia y Venezuela. Antes de dejar la ciudad, compartió unas palabras en las que se refleja la importancia de nunca dejar un sueño a medio terminar.

¿Cómo se convirtió en escritora?

Quise ser escritora desde pequeña; incluso escribí una pequeña novela algo “rosa“, autobiográfica, en mi juventud, perfecta, justificable, pues cuando somos jóvenes creemos que lo que nos pasa no le ocurre a nadie más. Fueron intentos sencillos y quedaron en eso.

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Me casé muy joven, apenas ocho meses después de salir del colegio, y dejé la escritura, pues me dediqué a criar a mis cinco hijos. Fui a la universidad, me gradué y luego me vinculé a la editorial Seix Barral; aunque tenía contacto con muchos escritores seguía sin escribir.

A los 55 años me divorcié, monté mi propia editorial y comprobé que tenía la mente despejada para comenzar a hacerlo y finalmente lo hice.

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Su historia debe haber inspirado ya a muchas mujeres en España.
Ojalá haya servido de ejemplo, sin embargo fue un hombre quien me confesó que se inspiró en mí. Hace mucho tiempo dicté un conferencia en un pueblo de España, ahí afirmé “que nunca es tarde para las vocaciones ocultas”, entre tantas frases de un discurso.

Hace poco regresé al mismo lugar y un hombre de unos 70 años me manifestó: “gracias porque cuando dejé la sala en la que usted brindaba su charla me apunté en la universidad y estudié matemática pura, el sueño de mi vida”. Ahora trabaja en un departamento técnico anexo a una universidad.

¿El divorcio o la viudez producen indirectamente una explosión creativa en las mujeres?
Para quienes necesitan liberación es un beneficio, para otras no es nada. En las primeras, la soledad les permite reaccionar ante una estructura tradicional en la que el hombre tiene el poder; la vida se vuelve un verdadero descubrimiento cuando hay que ocuparse de las cuentas, de los trámites, de todo lo que antes su esposo estaba a cargo, en ese momento el autoreconocimiento comienza.

¿Su escritura puede superar lo demostrado en La canción de Dorotea?
Cuando se empieza a escribir se está recorriendo el camino de Itaca, donde no es fácil llegar a destino. La vanidad es un gran enemigo a enfrentar en este oficio, pues si los escritores creemos haber escrito nuestra obra máxima no reconocemos el alto de nuestro techo.

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¿Está escribiendo algo en estos momentos?
No, ahora no; además “¿a qué hora quieres que escriba si me la paso viajando todo el tiempo?”.
Quizás está tomando nota sobre algo.

¿Ecuador no la ha inspirado?
De Ecuador me inspira todo. Me fascina viajar, conocer cosas distintas, saber cómo se resuelven los problemas en todos los lugares que he involucrado. Ahora mismo, apenas termine esta entrevista y tenga un poco de tiempo voy a dar unas vueltas por la ciudad.

HOJAS

La novela  La canción de Dorotea narra la historia de dos mujeres. Una es Aurelia, bióloga molecular y profesora universitaria. La otra es Adelita, empleada de la bióloga.

El argumento hurga en los afectos y desafectos, bordea los límites de la bondad y la maldad, es una lucha constante entre lo que se debe y lo que realmente se quiere hacer.

El título viene de una película llamada La canción de Bernardette. En ella alguien decía “que todos venimos al mundo para cantar una canción y nuestra misión es descubrir cuál”.

La madre de Regás, que fue una gran lectora, la inició en el amor hacia la obra de Proust.

Admira  la obra del escritor Álvaro Mutis, a quien considera un justo ganador del Premio Cervantes.

Es una dedicada   lectora, en especial de escritores latinoamericanos. Tiene cuatro hijos, todos entregados al cine de diversas maneras.

Su primera novela, Memoria de Altamor, la publicó en 1991. Luego vinieron Azul, Premio Nadal 1994, y Luna lunera, Premio Ciutat de Barcelona 1999.