Las posibilidades de oír por casualidad una conversación en vlashki, una variante de la lengua istro-romena, son mayores en Queens que en las remotas aldeas montañesas de Croacia, de donde salieron hace años inmigrantes que hoy viven en Nueva York.

En una iglesia católica romana en la sección Morrisania del Bronx, la misa se celebra en garífuna, una lengua arahuaca que se originó entre descendientes de esclavos africanos que naufragaron cerca de San Vicente en el Caribe y después se exiliaron en Centroamérica. Hoy, el garífuna es prácticamente tan común en el Bronx y Brooklyn como en Honduras y Belice.

Y Rego Park, Queens, alberga a Husni Husain, quien, hasta donde sabe, es la única persona en Nueva York que habla mamuju, la lengua austronesia que aprendió cuando crecía en la provincia indonesia de Sulawesi Oeste. Husain, de 67 años, no tiene con quién hablar, ni siquiera con su esposa e hijos.

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“Mi esposa es de Java y mis hijos nacieron en Yakarta, no se reúnen con los mamuju”, explicó. “No leo libros en mamuju. No publican ninguno. Solo hablo mamuju cuando regreso o cuando hablo por teléfono con mi hermano”.

Estos no son solo algunos de los idiomas que hacen de Nueva York la ciudad con mayor diversidad lingüística del mundo. Son parte de un tesoro asombroso de lenguas en peligro de extinción que se han enraizado en Nueva York: idiomas nacidos en cada rincón del planeta y que hoy se oyen más comúnmente en diversos rincones de Nueva York que en cualquier otra parte. 

Aunque no hay un conteo preciso, algunos expertos creen que Nueva York alberga a algo así como 800 lenguas; muchas más de las 176 que hablan estudiantes en las escuelas públicas de la ciudad o las 138 que residentes de Queens, el distrito con mayor diversidad de Nueva York, enlistaron en los formularios del Censo 2000.

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“Es la capital de la densidad lingüística del mundo”, observó Daniel Kaufman, un catedrático adjunto de Lingüística en el Centro de Posgrado de la Universidad de la ciudad de Nueva York. “Estamos en un punto conflictivo de peligro, donde estamos rodeados de idiomas que ya no estarán ni en 20 o 30 años”. 

En un esfuerzo por mantener vivas esas voces, Kaufman ha ayudado a iniciar un proyecto, la Alianza de Lenguas en Peligro de Extinción, para identificar y grabar lenguas que están muriendo, muchas de las cuales no tienen alfabeto escrito, así como a alentar a los que las tienen como idioma original para que las enseñen a los compatriotas.

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“Muchos lingüistas consideran que el ritmo cada vez más acelerado con el que las lenguas entran en declive y se extinguen es una consecuencia directa de la globalización”, dice la lingüista Juliette Blevins.

Además de docenas de lenguas americanas originarias, las lenguas extranjeras vulnerables que según los investigadores se hablan en Nueva York incluyen el arameo, el caldeo y el mandaico (de la familia semítica); el bukhari (una lengua judía dialectal del persa con más hablantes en el Queens que en Uzbekistán o Tajikistán); el chamorro (de las islas Marianas); el irlandés gaélico; el kashubiano (de Polonia); lenguas mexicanas indígenas; el holandés de Pennsylvania; el rhaeto-románico (hablado en Suiza); el romaní (de los Balcanes) y el yiddish.

“En la ciudad de Nueva York nadie ha buscado antes lenguas en peligro de extinción, habladas por inmigrantes”, dice el profesor Kaufman.

Naciones Unidas ha desarrollado un mapa de las lenguas en peligro de extinción, y sus expertos, así como los lingüistas en general, coinciden en que una lengua probablemente desaparece en una generación o dos cuando la población de hablantes que la tienen por lengua materna es demasiado pequeña o está en declive. Las guerras, la limpieza étnica y la escolaridad obligatoria en una lengua nacional también han acelerado el desgaste lingüístico.

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Durante décadas, en la apartada península Istria del mar Adriático, el croata acabó por reemplazar al vlashki, la lengua de los istrios, el grupo étnico superviviente más pequeño de Europa.

Pero después de que los istrios iniciaran su inmigración al Queens, muchos de ellos para escapar de la miseria más absoluta, abandonaron el croata y volvieron de nuevo a hablar el vlashki. “Pueblos enteros se vaciaron”, dice Valnea Smilovic, de 59 años, que vino a Estados Unidos en los años sesenta con sus padres, su hermano y su hermana. “La mayoría estamos ahora en este país”.

Smilovic todavía habla vlashki con su madre, que tiene 92 años y sabe poco inglés, así como con sus hermanos. “Pero no mucho”, añade, porque su marido solo habla croata y su hijo, que nació en Estados Unidos, habla inglés y solo un rudimentario croata. “¿Que si temo que nuestra cultura se pierda?”, se pregunta Smilovic. “Conforme envejezco, cada vez pienso más en eso. La mayor parte de los ancianos se están muriendo y la lengua muere con ellos”.

Hace unos años, una de sus primas, Zvjezdana Vrzic, nacida en Istria y profesora adjunta de lingüística en la New York University, organizó un encuentro en el Queens dedicado a buscar la manera de preservar el vlashki. Su sorpresa fue mayúscula al ver que asistieron 100 personas.

Los hablantes de garífuna, que está siendo desplazada en Centroamérica por el español y el inglés, se esfuerzan por mantenerla viva en sus barrios de Nueva York. Hay clases regulares de garífuna en el Centro Cultural Yurumein House y también en el Brooklyn, donde James Lovell, profesor de música en una escuela pública, la enseña a una pequeña clase.

Lovell, que vino a Nueva York desde Belice en 1990, dice que sus hijos mayores, un par de gemelos de 21 años, no hablan garífuna. Cuando vio que su lengua estaba desapareciendo entre sus amigos y familiares,  decidió exponer a sus hijos más jóvenes a su cultura original.

Lo hace mediante canciones bilingües sencillas, que acompaña con  su guitarra; está enseñándosela a sus dos hijas más pequeñas, Jamie, de 11 años, y Jazelle, de 7, y  a sus amigos.

“Les enseño su historia, la historia del garífuna. Les enseño las canciones y con canciones les explico lo que dice la historia. Voy a transmitirles un sentido de sí mismas, quiero que sepan quiénes son. Que hablen su lengua es un poder”.
James Lovell