SANTIAGO, CHILE

Lo negativo de mi título no tiene que ver con una concepción de que para que las cosas funcionen bien haya que necesariamente ponerlas con una zanahoria por delante, todo lo contrario, tiene que ver con que muchas veces el premio, el incentivo, el regalo, termina generando reacciones inesperadas o menos deseadas, que luego son difíciles de revertir.

Durante los últimos seis años, junto con cientos de ciudadanos anónimos, me he dedicado a impulsar el uso de la tecnología en comunidades vulnerables y con menos oportunidades del Ecuador, porque creemos firmemente que solo mediante una mejor educación y un espíritu emprendedor y participativo podremos construir una ciudadanía más robusta. Evidentemente el uso de las computadoras no es en sí un fin, tampoco es la pepita de oro que nos resuelve todos los problemas, de ahí que detrás de la entrega de computadoras a las comunidades exista un trabajo cercano, entre pares y muy comprometido por difundir un uso social y con más sentido de estas increíbles tecnologías. Lo que buscamos día a día es, por ejemplo, que la mamá que no puede trabajar utilice la computadora para desarrollar un emprendimiento de comidas cercano a su casa, llevando su caja chica en la planilla de cálculo, o el menú bien diseñado o impreso en la computadora. También buscamos que los jóvenes viertan toda su creatividad y entusiasmo por el diseño, la música, el arte, mediante una computadora que les permite explorar nuevos horizontes, pero también formar redes sociales de apoyo voluntario, o de contacto con posibles empresas. Son miles de personas que durante seis años se han vinculado en las comunidades a través de la iniciativa de la Fundación CDI en Ecuador, pero también hemos aprendido a toparnos con una pared muchas veces difícil de derribar y que tiene que ver con la cultura asistencialista y el clientelismo que nos bombardea.

En los últimos años hemos visto una creciente resistencia a involucrarse en actividades comunitarias que demanden un esfuerzo adicional. La primera pregunta que surge desde los líderes comunitarios es cuándo nos dan las computadoras, y luego de explicarles que estas se entregan después de un proceso de capacitación del equipo comunitario, de interiorizar el cómo sacarles partido social y ciudadano a las clases de computación y sobre todo de la importancia del compromiso que asumimos en conjunto en el largo plazo, muchos optan por esperar a que las autoridades les regalen los equipos. Frases como “es obligación del Gobierno regalarnos” rebotan permanentemente, debilitando cualquier intento por promover acciones que promuevan la gestión autónoma en las comunidades.

Los incentivos deben buscar promover el esfuerzo para el logro de un objetivo mayor. Recientemente se anunció por parte del Municipio de Guayaquil la premiación (con computadoras y casas) a aquellos bachilleres que obtuvieran las mejores notas de su promoción. Aquí lo que se premia es el esfuerzo individual, pero también familiar por velar por una educación de calidad y comprometida. Una iniciativa que se aplaude en medio de tantos regalos, bonos y premios al mínimo esfuerzo. Un ejemplo más de que incluso en la educación, con una zanahoria tan atractiva como es una computadora, se puede pedir más y exigir más sin caer en la mediocridad del regalo.