Es una muy buena noticia el que Ecuador haya decidido participar en la evaluación internacional de alumnos (PISA) promovida por la OCDE para el 2015. Tener un parámetro comparativo para la mejora de los sistemas escolares es una práctica común en aquellos países que han tomado en serio la educación y que implementan medidas para ir perfeccionando dichos sistemas. Está claro también que el participar en PISA no implica tener desde ya un estándar en educación destacado, ni tampoco que todos los países tomen esta información como una herramienta de mejora, por sobre una estrategia más bien política que interpreta los datos según su conveniencia (el caso de España al respecto es emblemático), es por eso que, me parece a mí, más allá de esperar a tener el ranking específico de en dónde se ubica Ecuador, desde ya PISA nos ha mostrado caminos claros por considerar.

Desde el 2008, el famoso Informe McKinsey decía claramente que “ningún sistema educativo puede superar la calidad de los maestros”. Podemos tener la mejor infraestructura, el currículo más afinado, los sistemas de seguimiento más sofisticados, pero ningún sistema educativo podrá ser mejor que la calidad de sus maestros. Hoy ya no basta con haber desarraigado a las fuerzas políticas que controlaban a los profesores o el haber implementado un sistema de acreditación (evaluación de profesores). Seleccionar a los mejores para ser profesores, apoyarlos intensivamente en el desarrollo de sus habilidades y competencias y además (aquí probablemente esté el punto central) otorgarles un “marco” sobre el cual actuar y no una camisa de fuerza, basándose en la autonomía y libertad para implementar su modelo de clases de acuerdo con las necesidades y diversidad de sus alumnos, es lo que países como Nueva Zelandia han logrado, dando un vuelco sustancial a su educación en menos de una década a pesar de tener poblaciones indígenas y niveles de desigualdad importantes.

Lo que antes de la prueba también sabemos es que si bien hay habilidades de tipo “cognitivas” centrales que se miden en lenguaje, matemáticas y ciencias, hoy el ciudadano del siglo XXI requiere habilidades como el pensamiento crítico, la capacidad de trabajar colaborativamente, el poder discriminar información relevante, etc. Estas competencias serán medidas en el 2015 por PISA y ponen en jaque la forma tradicional de educar. La misma OCDE está promoviendo los denominados “ambientes innovadores de aprendizaje”, cuyo principio es que el aprendizaje es continuo y se da dentro y fuera de la escuela, que está atravesado por la tecnología y que requiere dejar de mirar linealmente la educación para que sea mucho más integral, en donde los padres, la comunidad, los medios, internet, etc., son también agentes educativos. Nada de esto implica “desescolarizar” la educación, ni mucho menos quitarles valor a los profesores, sino replantear nuevos roles, sentidos y formas de interactuar con los alumnos.

Mientras seguimos mirando la importancia de la educación por el número de aulas interactivas o la cantidad de recursos asignados (según PISA, solo un 20% de los resultados tiene relación con la mejora), lo cierto es que la mirada mundial está puesta en otras estrategias, como reforzar a sus profesores, darles autonomía a las escuelas y empoderar a la ciudadanía. Conceptos que están arraigados en una mirada más amplia, diversa y libre de la educación.