Rafael Correa afirma que va a ganar en la nueva convocatoria a las urnas, la cual termina siendo con lástima un simple voto de aprobación o desaprobación del régimen y no de las preguntas. No sería raro que gane, muy a pesar de sus juicios desproporcionados contra periodistas, de su comportamiento desafiante del 30 de septiembre y de la cancelación de diálogo con el país que compra la mayor parte de nuestras exportaciones. El Ecuador ha sufrido décadas de abandono. Ha sido saqueado y ultrajado por políticos sin alma. La salud y la educación fueron desertadas a su suerte, sin misericordia, sin ningún tipo de afecto ni compromiso con el país. Hoy tenemos un gobierno que invierte más en estas áreas y se convierte en un gobierno con altos índices de popularidad a cuatro años de su inicio. Es una vergüenza para nuestros políticos que solo baste hacer lo básico para que nuestro pueblo se sienta bien tratado. Aun cuando la depuración y renovación del recurso humano que administra las escuelas y hospitales no ha acompañado al monto de la inversión, el pueblo ha sentido la diferencia.

En un mundo mejor, nuestros políticos deberían estar resaltando hitos de producción, récords de empleos nuevos, logros tecnológicos en la educación, éxitos en cifras de reducción de pobreza a base de nueva riqueza, glorias en incrementos de las exportaciones, disminución histórica de la delincuencia, pero lamentablemente se sigue haciendo ver como grandioso lo que en realidad es simplemente el inicio de lo básico. Mientras continúan las disputas que no generan el progreso de nadie. Se pone la honra del presidente en la balanza frente a las relaciones con nuestro principal socio comercial, para discutir cuál pesa más, con una falta de objetividad que haría temblar de nuevo a Japón. El pragmatismo no entiende lo que significa dignidad. Es más fácil ser digno con plata ajena. La dignidad es un valor inmaterial subjetivo que sirve mucho para hacer música –tal como el despecho– pero que suele ser muy poco práctico a la hora de hacer negocios. Parecería ser que los años de docente que nuestro presidente acumuló no aportaron mucha experiencia en manejo de conflictos desde una posición de autoridad. De pronto, se convirtió en jefe de todo un estado de miles de personas, y debe lidiar con problemas de todo tipo, convirtiendo muchos de ellos en folclóricas novelas personales, cuando son en realidad temas de Estado. El orgullo tal como la dignidad son malos consejeros de vida a la hora de responder.

Este país tiene falencias de sobra en las que un presidente puede ocupar su mente en vez de enjuiciar a periodistas o pedir la cárcel para un policía por no abrir una puerta. La vara de atención al pueblo fue tan triste en otros periodos que la explicación de la popularidad de este es solo una lógica consecuencia del pasado. Esperemos que nuestro pueblo cada día sea más crítico con su voto. Un pueblo abandonado tiende a ser más enamoradizo. Veremos el día de la consulta si es de esos amores que perdonan o de aquellos que nunca olvidan.