El 2011 ha sido un año clave para comprender las nuevas formas de manifestar y participar que los distintos movimientos sociales están teniendo alrededor del mundo. Los países del norte de África se lucieron por su rápida e inesperada forma de hacer valer sus derechos más democráticos. De igual forma esta semana, España y Chile se han volcado en torno a temas que podrían parecer específicos, pero que en el fondo arrastran un cúmulo de insatisfacciones y sorderas que ponen en jaque la política tradicional. Ahí están los jóvenes en las calles indignados, movilizados e intentando generar un giro importante en la política y los acontecimientos sociales de sus países. La primera imagen llegó desde España, en plena Puerta del Sol, en donde los jóvenes se han movilizado y hasta acampado para hacer escuchar y valorar sus derechos. La siguiente movilización está en Santiago en donde miles de personas salen a rechazar un proyecto hidroeléctrico emblemático para el país. Sin embargo, lo que subyace es una insatisfacción al modelo económico, al de desarrollo que el país propone. Estemos de acuerdo o no con Hidroraysen, lo cierto es que es un llamado de atención al gobierno, a su forma de dialogar y proponer caminos.

La saturación con el sistema, el quiebre con la forma de hacer política, la sensación de estar completamente desconectados con los poderes políticos y un discurso de supuestas “representatividades” que está caduco es lo que indigna y moviliza a los jóvenes, a quienes hasta ahora se los encasillaba como indiferentes, desinteresados y poco solidarios con la realidad social. Sin embargo, son los pequeños quiebres, aquellos puntos de fuga inesperados los que a veces resultan en movimientos masivos con fuerzas que sorprenden. Para ello, Stéphane Hessel, el escritor del pequeño libro Indignaos (que ha causado miles de adherentes en España) por sus claras, concretas y agitadoras ideas, menciona la importancia de pasar de una mera indignación al compromiso real. Para él, la ira no conduce a ninguna parte, hay que ser capaces de empatizar con el otro, con la causa concreta, de lo contrario solo estarán desfogando rabias pero no necesariamente abrazando las causas.

De cierta forma lo que Hessel subraya es que primero está la indignación que es lo que moviliza, agita y genera adhesión, luego viene el proceso de compromiso, en donde la rabia se traduce en propuestas concretas, en la búsqueda de soluciones, en mayor presión, y luego una etapa de reacción por parte de los gobiernos. Es pasar de la idea de meros espectadores de la realidad social a ciudadanos activos y comprometidos, que justamente los gobiernos no son capaces de gatillar.

Un factor adicional es el formato que estas movilizaciones tienen, en donde el paso del panfleto, como texto concreto, preciso y cargado de identificación intelectual, logra transferirse mediante las redes sociales y los celulares. Son formatos digitales rápidos, convocantes, masivos. Ahí están los países árabes derribando a dictadores gracias al Twitter, pero también están los jóvenes chilenos y españoles coronando las redes sociales con sus ideas. La esfera de lo público y de lo ciudadano está hoy más agitada que nunca y el llamado a los gobiernos a no indignarnos más es claro y fuerte. Habrá que estar atentos a estas nuevas revoluciones.