Resulta difícil comprender cómo un país con un crecimiento económico, marcado como histórico en este semestre, que para muchos es sinónimo de bienestar y mejor calidad de vida, se encuentra hoy en un proceso de reflexión y resignificación importante a partir de las presiones que derivan de los movimientos sociales que han salido a las calles a protestar. Chile sortea hoy una forma nueva de pensar no solo su crecimiento, su modelo de desarrollo, sino el cómo las distintas fuerzas se reordenan y gatillan los cambios que una sociedad desarrollada como esta demanda.

Para dimensionar la situación, partamos por reconocer que el presidente Piñera llegó al poder, más que por sus atributos y fuerzas personales o políticas, lo hizo por una señal de “castigo” que la población entregó a la concertación de partidos que durante la última década había gobernado. Una imagen de cambio y nueva forma de gobernar se ponían sobre el tapete y eso fue lo que ayudó a Piñera a llegar al gobierno. Sin embargo, hoy lo que se está evidenciando es que probablemente la mayoría de los votantes chilenos son menos cercanos a las políticas y al estilo del gobierno de Piñera, que lo que inicialmente se pensaba. A penas un 25% aprueba su gestión. ¿Será que Chile es más de izquierda de lo que pensamos?, se preguntan algunos expertos. Lo cierto es que quienes se movilizan hoy en las calles (alumnos de secundaria, universidades, ecologistas, incluso pro matrimonio gay) parecieran estar levantando la voz por medidas mucho más lejanas a las que políticamente el gobierno de Piñera está dispuesto a ceder, llegando un 54% a no identificarse con ninguna tendencia política.

Por otro lado, uno de los procesos importantes en Chile tiene que ver también con la forma no solo de gobernar sino también de hacer oposición. Lo cierto es que ni los partidos de la oposición, ni aquellos grupos contrarios a Piñera parecen haber encontrado una fórmula efectiva de legitimarse. El 53% desaprueba el accionar de la oposición. De ahí que, por ejemplo, hoy los estudiantes estén marchando masivamente en las calles y no estén interesados en sentarse a conversar ni con el gobierno, ni con los parlamentarios. De alguna manera lo que se enfrenta hoy es un desgaste de la forma de hacer política y de gobernar que durante muchos años dio resultados en un país exitoso.

Dentro de los peligros que merodean estas situaciones de crisis más políticas, está el levantamiento de personajes e imágenes populistas que puedan capitalizar este malestar. Las mismas encuestas muestran cómo la expresidenta Bachelet mantiene un altísimo porcentaje de aprobación seguido por el exministro de Minería, Laurece Golborne (el que rescató a los mineros). Ambos comparten un perfil más humano, más cercano, de cierta forma más maternal, que parece que al electorado chileno gusta mucho, lo que dista tremendamente de la imagen más empresarial y ejecutiva del actual presidente.

Que Chile sea un país al borde de la ingobernabilidad, como lo puso el expresidente Frei en una desafortunada declaración a los medios argentinos, me parece que es una afirmación demasiado exagerada y poco real de lo que pasa en Chile. Lo que resulte en las semanas siguientes será clave para entender cómo Chile reordena su forma de hacer política, de gobernar y de participar en el marco de la democracia.