Acababa de terminar la primera rueda de la temporada 1904-1905 en Inglaterra. En un intento desesperado por salvarse del descenso, el Middlesbrough pagó al Sunderland 1.000 libras esterlinas por el goleador Alf Common. El profesionalismo llevaba apenas dieciséis años en la cuna del fútbol y mucha gente aún consideraba indecente cobrar por jugar, incluso que se pagara por un traspaso. Las mil libras generaron escándalo. La prensa habló de “carne y sangre a la venta”, dando a entender que los jugadores eran objeto de esclavitud. También escribió: “Estamos tentados a preguntarnos si los futbolistas llegarán a ser rivales de los caballos pura sangre de carreras en el mercado”.

No es que Common hiciera la gran Haaland; apenas anotó cuatro goles en los diez partidos que quedaban de campeonato, pero contribuyó a mantener la categoría. En su debut, el Middlesbrough, que no ganaba un partido como visitante desde hacía dos años, se impuso a domicilio al Sheffield United por 1 a 0 y el corpulento Alf marcó el gol mediante un penal. Por el altísimo precio de su transferencia en aquella época, figura entre las 100 leyendas del fútbol inglés. Con Common comenzó la carrera de los fichajes, convertida luego en parte esencial de la actividad. El fichaje de Alfredo Di Stéfano es el hito supremo en la vida del Real Madrid. Él lo convirtió en lo que es.

En marzo de 1963, un ragazzo de 18 años que venía descollando en la Serie C con el Legnano pasó al Cagliari, de la Segunda de Italia: era Gigi Riva. Un pase intrascendente. “Después de derrotar a España en Roma en un partido de juveniles con la selección, mi entrenador en el Legnano me dijo que me habían vendido. Yo pensé que al Bologna, pues había visto en La Gazzetta que me seguían. O al Inter, del cual era hincha. Pero no: me traspasaron al Cagliari. Fue como si me pegaran un tiro; no me parecía un buen destino”, recordó Riva años después. Cerdeña era una isla en el sur, completamente apartada y despreciada por el poder político, social y económico del norte. “Una tierra de pastores y bandidos”, criticaban. “Eran años en los que decir ‘Te mando a Cerdeña’ era una forma de mandar a la gente a un sitio terrible”, refería Gigi. Pero agachó la cabeza y firmó, como debían aceptar todos los futbolistas de antaño. Ellos no decidían; simplemente el club les decía “Te vendimos a tal equipo”. Un dirigente llamaba a otro y preguntaba “¿A cómo está el kilo de Riva?”. Y, si les convenía, compraban.

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Alf Common, delantero que nació en Sunderland, Reino Unido. Foto: Tomada de gazettelive.co.uk

Sesenta y un años después, River se interesó en Rodrigo Villagra, buen jugador de Talleres de Córdoba. Hubo algunos tironeos lógicos en la negociación: Talleres pedía 10 millones de dólares; River se estiraba hasta 7. Entre oferta y demanda, y ante el temor de que la operación se cayera, Villagra amenazó al presidente de Talleres, Luis Fassi: “Si no me vendés a River, nos vamos a tener que cagar a trompadas”. Un caballero, Villagrita. River finalmente convino pagar 8 millones y Villagra ya es millonario. Acordó un vínculo por cuatro años. La pregunta es: si mañana le llega una oferta del Milan o el Chelsea, ¿también querrá trompear al presidente de River…?

Entre Gigi Riva y Rodrigo Villagra hay un mundo. El resultado es que los futbolistas son los dueños absolutos del fútbol. Ni la FIFA ni los clubes ni los patrocinadores: ellos. Y los contratos tienen un valor relativo, apenas sirven para resguardar las cifras (resguardarlas para el jugador), pero ninguna validez en cuanto al tiempo. Si el club no paga, la FIFA lo intima, lo sanciona, lo puede descender de categoría o incluso desafiliar. Si es necesario, el futbolista le hace rematar la sede o el estadio, pero cobra siempre. Por el contrario, si el jugador quiere irse por recibir una oferta sustanciosa, se va, aún con contrato vigente. Nadie puede detener a un protagonista cuando desea marcharse. Ni el Bayern Munich pudo hacerle cumplir a Lewandowski lo que tenía firmado. Dijo “No juego más en el Bayern” y no se presentó a la pretemporada. El multicampeón alemán tuvo que aceptar lo que le dieron y el goleador enrumbó a Barcelona. En esos casos, la FIFA no abre la boca. FIFA les tiene pánico a los futbolistas; hace lo que sea para agradarles. La FIFA vive inventando torneos para generar más y más dinero, y necesita que jueguen. No hay baile sin bailarines. FIFA no repara en que el club es la base de la pirámide. Sin clubes tampoco hay circo. En el principio de los tiempos, los clubes se unieron y fundaron las asociaciones, y las asociaciones crearon la FIFA.

El club pone el estadio, los hinchas, contrata a los futbolistas, a los técnicos, organiza el espectáculo, emplea a decenas de funcionarios, vende las entradas, se encarga de la seguridad del espectáculo, la sanidad, el transporte de las delegaciones, la difusión, vela por el comportamiento del público, invierte sumas siderales en fichar refuerzos, monta las divisiones formativas para generar nuevos cracks… Y está bajo la bota de la asociación, la confederación, la FIFA y los mismos jugadores. Estos, si les va mal, exigen hasta el último centavo del contrato: “Es lo que se estipuló”. Si les va bien, piden aumento o se quieren ir antes. Y alguno que otro devuelve una pequeña parte de lo que recibió al llegar. Porque ese es otro tópico: cambiar de club permanentemente rinde. Lo más sustancial, lo que se cobró al principio, rara vez tiene retorno.

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En una gruesa mayoría de casos, el club forma al jugador desde los 13 o 14 años. Le proporciona profesores, médicos, infraestructura, contención anímica, competencia para que se desarrolle, muchas veces ayuda a sus padres. Cuando llega a Primera, el joven se olvida de todo, quiere un dinero o se va. El dueño de su destino es su representante. El dirigente no puede hacer nada. Hay una idea, completamente equivocada, de que los clubes manosean a los futbolistas o los engañan. Es justo al revés.

Dembelé fue una ruina para el Barcelona. Pagó por él 135 millones de euros al Borussia Dortmund, le hizo un contrato de 14 millones anuales por 5 años (70 M€), a los que debe agregarse la comisión del agente (otros 20 M€). Total, 225 M€. Estuvo 784 días lesionado más otros 26 suspendido (810 días inactivo). En seis años marcó apenas 42 goles. No se recuerda que ganara un partido por Dembelé el Barça. Si alguna vez salió campeón, fue por el resto del equipo, no por él. Cuando Xavi le había dado plena confianza y debía acometer su séptimo curso, dejó de ir a entrenar y se declaró en rebeldía para forzar su pase al Paris Saint-Germain. Por supuesto, el Barça tuvo que liberarlo. Recuperó, al menos, 50 millones. En el libro negro de las desgracias, Dembelé pelea el primer puesto.

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Antiguamente, los clubes ejercían un dominio desmedido sobre el jugador, había un sometimiento arbitrario: “Si no firmás por lo que se te ofrece, te colgamos”. La ley Bosman cambió radicalmente la ecuación. Ahora los clubes son explotados por los jugadores. En Perú, para normalizar la economía de los clubes se puso un tope de 25 profesionales por plantel. Inmediatamente los integrantes de la selección (Paolo Guerrero, Luis Advíncula, Pedro Gallese, Pedro Aquino, Piero Quispe, Luis Abram, Miguel Araujo) advirtieron que no jugarán los próximos amistosos si no se vuelve al número de 27 atletas con contrato, porque la medida afecta al gremio. Aunque sean malos, hay que asegurarles la pega.

Se pasó de un extremo al otro: hoy, el fútbol tiene un único amo: el jugador. (O)