Se disputaba la última fecha de la Eliminatoria pasada. Perú llevaba 36 años sin clasificar a un Mundial, se jugaba la vida por un cupo en el estadio Nacional frente a Colombia y el psicoanalista Julio Hevia dijo en el diario El Comercio: “Durante noventa minutos todos nos sentimos peruanos”. A su vez, el doctor Dennis Vargas Marín, decano de la Universidad César Vallejo, de Lima, señaló algo parecido: “Este partido lo jugamos los 33 millones de peruanos”. Así fue, estaban todos juntos en esa empresa. Y lograron el boleto a Rusia 2018. Eso mismo se vio la noche del martes en las tribunas del Monumental de Barcelona: esta selección unió al Ecuador, aunque fuera por momentos, por días. Es la magia del fútbol, su asombroso poder de aglutinamiento, de fabricar alegría, de dar sentido de pertenencia, de despertar orgullo. Cuando juega la selección no hay grietas ni diferencias políticas. Y si había estadio para cien mil, cien mil iban. No existe otra actividad que logre semejante adhesión. ¿Deporte…? Esto es más que un deporte, es mucho más maravilloso que eso.