Es indiscutible que los dos equipos del Astillero –por el peso de sus historias, porque deben dar resultados de inmediato y porque siempre tienen presión– deben tener en sus agendas la aspiración de llegar a ubicaciones privilegiadas en cualquier campeonato en el que participen. Tienen la obligación impostergable de ser protagonistas, y las excusas para eludir responsabilidades, que contradicen lo que ofrecen en las vísperas de los torneos, no deben servir de titulares de noticias.

Estas contradicciones, o espejismos, son casi siempre auspiciados por la verborragia de dirigentes o técnicos que magnifican los triunfos o mitigan los fracasos, alegando razones inexistentes. La directiva recién bautizada ofreció borrar el pasado inmediato y responsabilizó al anterior régimen dirigencial de haberle heredado dificultades económicas. También se culpó al técnico Ismael Rescalvo por el fiasco deportivo al no conseguir ningún título en su larga permanencia en el club, con la complacencia de Nassib Neme.

José Pileggi, nuevo presidente, tuvo una campaña de propuestas serias, sin vender humo. Su discurso convenció a los socios. Entre sus propuestas estaba la de armar un equipo de fútbol conformado por jugadores nacionales y extranjeros de calidad y la contratación de un cuerpo técnico con experiencia y conocimiento para que por fin Emelec retome un fútbol con rasgos parecidos a los de otros equipos eléctricos que ilusionaron a los hinchas. Sin embargo, a Pileggi le faltó poco para decir que su afán era superar el nivel del Emelec de Fernando Paternoster, en los años 60, o de Gustavo Quinteros cuando fue bicampeón 2013-2014.

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Cuando se anunció que Miguel Rondelli sería el entrenador que haría olvidar la época frustrante de Rescalvo, se produjeron las primeras reacciones opuestas por la simple razón de que los antecedentes del argentino no garantizaban que se cumpliera lo ofrecido por la nueva dirigencia. No pasó mucho tiempo para que nos diéramos cuenta de que Emelec era un desconcierto futbolístico. En tanto, Rondelli buscaba pretextos sin sustento para justificar estar en los puestos de abajo en la tabla.

Llenaron de mentiras una mochila que se convirtió en una carga demasiado pesada. A leguas de distancia se notaba la incapacidad del técnico. Perdió la brújula y se atrevió a calificar a sus críticos como sujetos “que dicen pavadas y ven fantasmas donde no hay”. La eta pa de Rondelli ya terminó. Su premio consuelo fue ganar el Clásico del Astillero y, como medalla de honor, haber conducido a la desocupación a su colega Fabián Bustos. Ese éxito transitorio de Rondelli, ganarle de visitante a Barcelona, le quedará en su currículum como lo más importante en su carrera profesional.

Al irse dijo que no renunció y que tampoco lo botaron. Como su periodo finalizó, nos acordaremos de Rondelli como un técnico que nunca debió llegar a Emelec. El epílogo tuvo un lamentable episodio, porque estando el argentino al frente del equipo antes del Clásico la directiva de Pileggi ya había arreglado con su sucesor. No sé si Rondelli lo hizo por ingenuidad o caballerosidad, pero dirigió en la Copa Sudamericana y para variar lo hizo sin pena ni gloria.

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La vida institucional de Emelec y la del equipo de fútbol deben seguir adelante. Anhelamos que la actual directiva haga cambios deportivos indispensables, que sus finanzas estén acordes a sus necesidades y que su presidente no abra escenarios de confrontación contra la prensa cuando esta hace críticas. Pileggi acusa. Afirma que hay mercenarios del micrófono que durante 24 horas, y por unos denarios ofrecidos por terceros, dicen todo lo que sea necesario para que a él le vaya mal en Emelec. Por supuesto, no especificó quiénes pagan y quiénes cobran.

Cae en una futilidad conceptual que el sociólogo José Ingenieros explicó perfectamente en su libro El hombre mediocre, publicado en 1913. Esperamos que con el correr del tiempo la novel directiva de Emelec, comandada por Pileggi, haga acopio de la experiencia necesaria para encontrar el norte que tanto requiere.

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En la tienda vecina, el barcelonismo también pasa por momentos turbulentos. El decrecimiento futbolístico ha sido evidente. Cuando todos pensábamos que Fabián Bustos había encontrado la alineación adecuada, que el equipo había izado las velas y que con buen viento iba con rumbo cierto, sobre todo en la Liga Pro, de un momento a otro lo volvió a perder. Comenzó con el despilfarro de puntos ante Libertad de Loja, porque tras ir ganando cómodamente 2-0 se dejó empatar 2-2.

Luego vino la goleada 4-1 sufrida ante El Nacional, en una jornada vergonzosa para el Ídolo, que ya presentaba síntomas de involución futbolística que hicieron elocuente que Bustos había perdido los papeles. Luego Emelec rompió pronósticos y acabó con racha negativa de nueve partidos seguidos sin ganar al vencer a Barcelona, resultado que acabó con la aspiración torera de quedarse con la primera etapa de la Liga Pro. Las críticas contra Bustos comenzaron tres semanas antes, cuando Carlos Alfaro Moreno públicamente le señaló los errores cometidos en Loja y en Quito. Lo del Clásico fue la gota que derramó el vaso.

La continuidad de Bustos era muy cuestionada por la prensa y en las redes sociales. El coro inusual, pocas veces escuchado, “¡que se vayan todos”, fue bien interpretado por la dirigencia, que no deseaba estar incluida en ese pedido, por lo que se apresuró en sindicar al culpable. Como siempre sucede en el fútbol, el entrenador fue el escogido. Pero Bustos, ducho y con recorrido en nuestro fútbol, con sensibilidad y con un gesto que cualifica su personalidad, prefirió dar un paso al costado. Renunció y fue aplaudido por muchos.

Bustos se fue como un caballero, pero deja una puerta abierta para juzgar si en Barcelona el mal tiene su origen en el cuerpo técnico o son otros factores los que no dejaron desarrollar el contenido de fútbol anhelado. La derrota ante Palmeiras, en Sao Paulo, demostró que hay jugadores que no tienen nivel y otros que no merecen vestir la camiseta del Ídolo. Además, se ha enrarecido el ambiente en el club amarillo. Muchos opinan que cada vez que Barcelona entra en época electoral comienzan los desajustes internos. Muchas pruebas pasadas confirman el insuceso.

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Alfaro Moreno, que conoce bien al club, debe hacer un gran esfuerzo para superar los inconvenientes deportivos, financieros y políticos que han postergado las aspiraciones de la institución. Confío en que ambas dirigencias del Astillero entiendan que su obligación va más allá de los reconocimientos que siempre creen merecer. El mejor reconocimiento es el espontáneo y se hace cuando hay administración correcta, que no pone en riesgo la institucionalidad, y resultados deportivos coherentes.

Hoy, tanto Emelec como Barcelona están sumergidos en una situación que no deja bien parado al fútbol de Guayas. Sus directivos deben darse cuenta de que Pichincha se viene imponiendo en torneos nacionales e internacionales. Lejos están los tiempos en que los equipos del Astillero eran protagonistas excluyentes del fútbol ecuatoriano. Por el momento, aquello es solo historia. (O)