El tiempo se detuvo en Azamor 523, Fiorito. Lo que hace sesenta años podía calificarse como una casita humilde y mínima es ahora una tapera. El alambre que la separa de la vereda parece caerse, todo está desprolijo en lo que debiera llamarse jardín, hay trastos dispersos por el piso de tierra, los árboles sin podar fueron ganando terreno y le dan un aire sombrío. El estado de abandono entristece. Lo único que emociona es una pintura de Diego Maradona vistiendo la celeste y blanca en el frente de la vivienda, tomada del astro en el Mundial ‘82. Y algunas camisetas que lleva la gente y deja colgada de un árbol, de una reja. Esa ruina que vemos es la primera morada de quien, para millones, fue posiblemente el mejor futbolista de la historia.

El descuido duele. ¿Por qué esto está así…? ¿Por qué no es un templo, un museo, un lugar de culto dedicado a quien se gambeteó a todos los ingleses y metió el golazo de todos los golazos, a quien hizo delirar de emoción a tantos, el que enloqueció a los napolitanos con su magia…? Es el pensamiento que nos asalta apenas ver eso. La emoción por llegar hasta la casa inicial de Diego se nos derrumbó apenas verla.

-¿Esta es la casa de Maradona…?-, preguntamos al vecino de al lado.

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-Esta-, responde.

A tres días del que hubiera sido su cumpleaños número 61 y a pocas semanas del primer aniversario de su fallecimiento, la casa natal del Pibe de Oro fue declarada lugar histórico nacional por el Gobierno debido la “enorme influencia” que tuvo el futbolista en la cultura popular argentina, que trascendió sus “méritos deportivos” y se convirtió en uno de los “símbolos más reconocibles de nuestra identidad”.

“Declárase lugar histórico nacional a la casa natal de Diego Armando Maradona, sita en la calle Azamor Nº 523 de la Ciudad de Villa Fiorito, partido de Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires”, dice el Decreto 733, firmado por el presidente Alberto Fernández el 27 de octubre de 2021. Suena pomposo el dictamen después de ver esa ruina. Históricas las paredes, que encierran vivencias, que cobijaron los sueños de ese chico que dominaba la pelota como un dios. Era una cocina, una salita y dos piezas. Ahí se apretujaban don Diego, doña Tota y los ocho hijos. Luego, la habilidad inigualable del quinto de esos chicos los sacaría a todos de allí, les daría una vida distinta.

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¿Por qué el Gobierno, la Provincia, la intendencia, los hinchas, la familia de Diego o el propio Diego no hicieron nada para conservarla…? “Aún sigue perteneciendo a los Maradona”, nos informa una vecina que se acerca desde enfrente. “Doña Tota se la prestó a una señora que trabajaba de doméstica en su casa de Villa del Parque porque no tenía dónde vivir. Luego la señora falleció y ahora vive su hijo. Se la quedó para él. Al que quiere entrar a ver la casa, le cobra”.

Azamor ya luce pavimento, que le otorga cierta urbanidad, pero sigue siendo un barrio olvidado por los políticos, sobre todo por los que dicen luchar por ellos, los pobres. Tampoco Maradona miró para atrás. El que se quedó en Fiorito es Goyo Carrizo, el chico que lo presentó en Argentinos Juniors, donde comenzó la leyenda. Vive a unas cuadras.

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-Yo tenía un chico en las infantiles de Argentinos, Goyo Carrizo, que era de Villa Fiorito. Era calladito, pero todos los días venía y me decía lo mismo: “Maestro, en mi barrio hay un pibe que juega mejor que yo”. Pasa que muchas veces los chicos quieren traer al hermanito o a un primo. No le hice mucho caso, sin embargo me lo repetía. Hasta que un día le pregunté ¿y por qué no viene? “Porque no tiene plata”, respondió. Le di un billete de diez pesos y le dije: “Mañana traélo”. El chico era Maradona…

El relato pertenece a Francis Cornejo, a quien entrevistamos para El Gráfico en 1986. Francis era de esos delegados que fungían de técnicos, padres, guías, consejeros. Y el primero que llegó a esa casa de Fiorito con la propuesta de ficharlo.

-Yo nací acá y nunca me fui. Con Diego estábamos siempre juntos, desde que nació hasta los dieciséis años que Argentinos Juniors lo llevó a vivir a La Paternal. Jugábamos en la calle, que era de tierra, se armaban unos partidos bárbaros-, dice Norberto Fernández, el Vaca, propietario de la casa de al lado. -Yo le daba la pelota a él, la agarraba, se gambeteaba a cinco y metía el gol. O a veces nos quedábamos todos mirándolo hacer jueguito, hacía cosas increíbles. Igual, nunca imaginamos que llegaría donde llegó. Pensábamos que era bueno en el barrio nomás.

-Pero llegó rápido a Primera, a los quince años.

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-Sí, contra Talleres de Córdoba. Fuimos. De acá fue toda la cuadra a verlo ese día.

-¿Es verdad que era hincha de Independiente…?

-Fanático. La familia Maradona era de Boca, pero él salió de Independiente. Y yo soy boquense. Cuando jugaban Independiente y Boca era una guerra acá. Después se fue haciendo de Boca por la pasión de la hinchada. Su ídolo era Bochini. Vino un día el Bocha acá a ver la casa de Diego, quería conocerla y nos quedamos charlando un rato. Muy humilde, Bochini.

-¿Cómo era Diego…?

-Para mí siempre fue un grande, futbolística y personalmente. Para mucha gente era muy arrogante, temperamental, pero pasa que cuesta la fama. No le gustaba que lo tocaran, era quisquilloso con eso. “No me toqués”, te decía.

-¿Venía por acá…?

-Sí, mientras jugó en Boca venía siempre. Hasta que ya no podía estar, llegaba y era un mundo de gente, todos encima de él y le escapaba a eso. Después ya se fue a España, a Italia y dejó. Aparte, cada vez que llegaba se producía una aglomeración de gente. La última vez vino con ese director de cine ruso que hizo su película (N. del A.: se refiere al cineasta bosnio Emir Kusturica).

-¿Lo volvió a ver, Norberto…?

-Sí, no mucho antes de su muerte. En el velatorio de un familiar. Se decía que no andaba bien. Fui, me atendió bien. Estaba en un lugar aparte. “¿Qué hacés, Vaquita, pasá…?” No me gustó lo que vi, estaba con cuatro amigotes. Le dije ¿por qué vivís así…? Dejate de embromar, si tenés todo… Me contestó: “Te cambiaría siete días de mi vida por siete de la tuya”. Quería una vida normal y no la tenía.

-¿Viene gente a ver la casa, Norberto?

-Mucha, de todos lados. Vienen de China, de Japón, de Italia, ingleses vienen muchos, turistas, hinchas, periodistas… Se quedan un rato, se sacan fotos, traen velas y las prenden acá en la vereda, rezan por él, dejan alguna camiseta. Cuando Diego murió se juntó una muchedumbre durante tres días.

Atrapado entre el Riachuelo y las vías del ferrocarril, Fiorito está en una confluencia difusa de Avellaneda, Lanús y Lomas de Zamora. Está en los fondos de los tres municipios. Y nadie mira hacia el fondo. Ahí son todos de a pie. Perros sueltos en cada esquina, más de un caballo, montículos de basura en las calles. Diego es el orgullo de Fiorito, el único. Van a hacer cincuenta años que dejó ese arrabal, pero sigue presente en todo. En cada calle hay un mural pintado por la gente, o leyendas alusivas, la más frecuente, “Fiorito, ciudad de D10S”.

A cuatro o cinco cuadras de la casa natal del ídolo está “El potrero de D10S”, la cancha de Estrellas del Sur, donde el zurdito empezó a mostrar cosas grandes. El sueño de que otro Diego dibuje sobre ese piso de tierra está siempre. Las esquinas alrededor están llenas de pibes con motos y un celular en la mano. (O)