Una marea amarilla compuesta por miles y miles avanza por las calles de Dortmund. Es conmovedor. Van felices y expectantes, pero sin hacer bochinche, quizás por prudencia. Generan poco más que un zumbido. Desde el aire se ve como un gigantesco, largo y robusto gusano amarillo que avanza por la octava ciudad más grande de Alemania. Es la siempre numerosa y fiel hinchada del Borussia que se encamina hacia el estadio, el Westfalenstadion, inaugurado para el Mundial de 1974; ahora, por razones de patrocinio, intitulado Signal Iduna Park. Que se llena con 81.365 fanes desde hace décadas en cada partido. Por eso es famoso el Borussia. Hoy más que nunca porque ha llegado el día. Por fin, hoy volverán a gritar campeones, ¡campeones de Alemania…!

Han sido once años de espera desde la última consagración. Y diez títulos consecutivos del Bayern Munich, el amo de la Bundesliga, el dictador supremo. Pero hoy todo quedará atrás y demostrarán que son los únicos capaces de bajarles el copete a los bávaros. Seguramente todas las hinchadas germanas que no sean la del Bayern irán por un triunfo del Dortmund, pues todos están un poco hastiados de la seguidilla del club de Gerd Müller y Franz Beckenbauer. Que tampoco le hace bien al fútbol teutón: no se evoluciona cuando gana siempre el mismo.

Es la última fecha del torneo. Sí o sí habrá coronación. En Dortmund o en Colonia, donde juega el Bayern. El Borussia está con 70 puntos y +39 de diferencia de gol, el Bayern 68 y +53. Borussia debe ganar para no depender de nadie. Bayern igual, pero además necesita que Borussia pierda o al menos empate. Con igualdad de puntos, celebrará el Bayern por diferencia de gol.

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La emoción coquetea a dos puntas. Borussia recibe al Mainz, noveno en las posiciones. No debería tener problemas para ganar, aunque sea 1-0. Bellingham, su estrella, con molestias, va al banco. El Bayern visita al Colonia, décimo. Si el Colonia le saca aunque sea un empate, el Dortmund dará la vuelta olímpica. Pero el equipo amarillo sale abúlico al campo, sin brillantez, como con flojera. No es buena señal. Las noticias que llegan de Colonia tampoco tranquilizan: hay gol del Bayern a los 8 minutos apenas: Kingsley Coman, el hombre de los goles decisivos al que el PSG acunó y luego regaló, como es tradicional en el PSG.

A los 15, un mazazo inesperado en el Westfalenstadion: gol del Mainz, del defensa noruego Hanche-Olsen. ¿Quién es Hanche-Olsen…? ¿De dónde salió…? ¡Qué noruego entrometido…! La multitud amarilla pierde su euforia, se pone seria. Esta debe ser tarde de gloria, no de drama.

Sin embargo, cuatro minutos después hay una falta torpe de Kohr al portugués Raphael Guerreiro y penal para el Dortmund. Todo marchará bien. Lo ejecutará el holandés Sebastien Haller, el hombre que se sobrepuso a un cáncer testicular y volvió a jugar. Todos queremos que convierta. Pero Haller remata con una displicencia increíble, como si estuviera jugando con su hijo de cinco años en el fondo de su casa, al que se le patea despacito, y el joven arquero Finn Dahmen lo tapa. Era el penal del siglo para el Dortmund… y penal mal pateado es penal desperdiciado. Lo llorarán años. Ya los peores presagios empiezan a sobrevolar el cielo de la próspera Dortmund. El hincha borusser ha pasado por esto, ha sufrido demasiado frente al Bayern y teme lo peor.

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Cinco minutos después de ese penal que nadie querrá recordar y que nadie olvidará jamás, un meteorito cae sobre el estadio del Borussia: segundo gol del Mainz, Karim Onisiwo. Ahora, 2 a 0 y definitivamente el drama se instala en el aire. Es como un palazo de atrás, en la nuca. Ochenta y dos mil personas vestidas de amarillo —y miles más fuera del estadio, sin entrada— quedan congeladas. Las imágenes de la TV son desoladoras: cabezas gachas, mujeres consolando a sus novios y esposos. Será difícil levantar eso, hacer tres goles cuando el mejor goleador del Dortmund es Julian Brandt y tiene 9 golcitos. Está 20.° en la tabla de artilleros. No hay gol en esa parte de Alemania. Y hay que hacer tres en 65 minutos. ¿Se podrá…? La afición no cree. A sus jugadores les tiemblan las piernas. Nadie quiere pensar en perder este título. Será muy duro anímicamente, vendrán memes y rótulos de perdedores por mucho tiempo. El Borussia es el mejor descubridor de talentos del mundo, pero no gana títulos y eso quiere su gente. La cámara enfoca las tribunas en el minuto 60 y muestra simpatizantes que empiezan a levantarse e irse. La amargura les aplastó la fe.

El DT del Dortmund, Edin Terzić, ve que su ejército flaquea y mete dos cambios a los 62′: Giovanni Reyna (estadounidense, 20 años) y Julien Duranville (belga, 17). Le cambian la cara al equipo, le dan vida, entusiasmo. Y el Dortmund redobla su ataque. Guerreiro marca el descuento tras fantástico jugadón de Reyna. Renace la esperanza: 1-2. De pronto, a 73 kilómetros, se produce una novedad de bulto: gol del Colonia, le empata al Bayern 1 a 1 y con eso el Dortmund es campeón, aun perdiendo. La euforia se reinstala en el bando amarillo. Flamean banderas, la vida parece justa de nuevo. Los que se habían ido a sus casas vuelven a sus asientos.

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Ya van 78 minutos, 82, 83… no hay modificaciones. En Colonia, el Bayern iguala 1-1 y en Dortmund vence el Mainz 2-1. Así, el Borussia es campeón. No es ideal ser campeón perdiendo, y en casa, pero es lo que hay, se festejará igual. Sin embargo, Thomas Tuchel, DT del Bayern, mueve ficha, una ficha esencial: sale el marroquí Mazraoui, un lateral, y entra Jamal Musiala, el mejor proyecto del fútbol alemán, 20 años, talentoso, hábil, número 10. Apenas cuatro minutos después, Musiala recibe un pase intrascendente de Gnabry y hace lo que hacen los grandes cracks: esquiva a Martel y con gran decisión le pega al arco, abajo, al segundo palo, donde es bravo para los arqueros. La bola toma una comba notable y se mete: 2 a 1 para el Bayern y con ese gol es campeón.

En Dortmund el drama de los hinchas es total, se toman la cabeza. Lo que intuían que podía llegar a pasar estar pasando: estar perdiendo el título que tenían servido. Es cruel. Los jugadores, sin ideas ni garra, desordenados, con apenas algo de entusiasmo, siguen machacando sobre el área del Mainz y el zaguero Niklas Süle marca el 2-2 a los 96′. Pero no alcanza, el Bayern ya terminó y ganó. Quedan apenas segundos que les regala el árbitro cuando el tiempo ya estaba recontracumplido y el resultado final, fatídicamente, es 2 a 2. El Dortmund ha terminado igual que el Bayern, con 71 puntos, pero pierde la corona por diferencia. Una vez más, superado por el ogro de Munich. Los futbolistas se derrumban sobre el césped, varios con el rostro contra el pasto, otros tapándose la cara con la camiseta, que no tiene sudor de gloria: es un sudor horrible, de derrota y frustración. No quieren moverse, siguen tirados. Y mañana habrá que salir a la calle.

En Colonia, la antítesis: el Bayern festeja un campeonato que daba por perdido desde antes de empezar, desde el sábado anterior, cuando habían caído en casa 3-1 ante el Leipzig. Ya nadie daba un centavo por el cuadro de Baviera. Pero esto es fútbol, y hasta lo más insólito sucede con puntualidad prusiana. El chico Musiala es felicitado por todos y los tres grandes capitanes bávaros, Thomas Müller, Manuel Neuer (de civil, lesionado) y Joshua Kimmich, levantan la enorme ensaladera que da la Bundesliga al vencedor. Solo el fútbol genera estas emociones.

Nunca en las cinco grandes ligas un club había ganado once títulos consecutivos. El Bayern lo ha hecho. (D)

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