“Buenos Aires, la Reina del Plata; Buenos Aires, mi tierra querida…”. Carlos Gardel tenía 26 años y asomaba a la fama grande cuando nació en su ciudad la Copa América. El torneo abrió los ojos en ese conglomerado cosmopolita donde vivían casi tantos extranjeros como nacionales. La cuna del tango era un faro de cultura que irradiaba hacia toda América Latina. Y ya despuntaba como una urbe impactante, de definido estilo europeo, con subterráneo —el primero de Iberoamérica— y una amplia red de ferrocarriles. Era pleno invierno austral de 1916. Una Argentina próspera celebraba con pompa el primer centenario de su independencia y, entre los muchos actos del jubileo, el Gobierno de entonces encargó a las autoridades futbolísticas que organizaran un torneo internacional, tal como se había realizado con éxito allí mismo en 1910, entre Argentina, Chile y Uruguay, siendo campeón el anfitrión. Ese prefacio del ‘10 no se considera oficial, no había sido fundada aún la Confederación Sudamericana de Fútbol. En 1913, el deportista José Claudio Susán, futbolista y directivo del club Estudiantes de Buenos Aires (no de La Plata), elevó una propuesta formal para crear un certamen sudamericano que se denominaría Copa América, la cual se publicó el 16 de octubre de ese año en el diario La Argentina:

“La Asociación Argentina de Football resuelve realizar anualmente un concurso de football instituyéndose al efecto la Copa América. Serán invitadas a adherirse a este proyecto las ligas uruguaya, chilena y brasileña, debiendo enviar en caso afirmativo un equipo para disputar la Copa. Este torneo se efectuará en Buenos Aires. Si alguna de las ligas adherentes desea que el torneo se realice en el lugar de su asiento, deberá solicitarlo en la reunión de delegados que se efectuará durante la época de juego del año anterior. Es entendido que cada liga en tal caso correrá con la organización y gastos que el torneo demande”.

Le cabe, pues, a Susán el derecho de autor de esta maravillosa saga. Su proyecto y los dos certámenes primigenios —1910 y 1916— celebrados en Buenos Aires, y por iniciativa argentina, le otorgan al fútbol albiceleste la indiscutible patente de impulsor de la idea. Muy visionario: aún no existían los mundiales ni la Eurocopa, y los Juegos Olímpicos estaban suspendidos por la Primera Guerra Mundial. Incluso la FIFA era un bebé que daba sus primeros pasos.

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La entonces Asociación Argentina de Football envió en octubre de 1913 un telegrama a sus pares de Brasil, Chile y Uruguay invitándolas a disputar el trofeo Campeonato Sudamericano de Football. El diario La Argentina, del 26 de octubre de 1913, en su página 8 daba cuenta de la respuesta afirmativa de la conductora del fútbol oriental: “La Liga uruguaya ha comunicado a la Asociación Argentina de Football su adhesión al campeonato sudamericano que esta organiza, y para cuyo concurso el ministerio de relaciones exteriores y culto ha donado una magnífica copa. La nota de la Liga Uruguaya dice:

“Montevideo, octubre 23 de 1913. -Señor presidente de la Asociación Argentina de Football.- La Liga se ha enterado de que el ministerio de relaciones exteriores de la República Argentina ha donado un trofeo destinado al campeonato sudamericano de football, y que será disputado por uruguayos, brasileños, chilenos y argentinos todos los años. En respuesta tengo el placer de expresar a usted que la comisión de la Liga ha resuelto prestar todo su concurso, a fin de que ese nuevo campeonato obtenga todo el éxito que le corresponde por su carácter. (Firmado) -Abelardo Vescovi, presidente”.

Debido a las divisiones internas en el fútbol de Brasil y Chile que impedían su participación, el torneo no se pudo concretar sino hasta 1916.

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Por entonces, Buenos Aires era la única capital de Sudamérica que poseía escenarios capaces de albergar decenas de miles de espectadores. Que los hinchas argentinos le llaman cancha, como en Uruguay se denominan parque y en el resto del continente estadio. Se realizó en Palermo en el, para la época, formidable recinto a la inglesa de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (de nuevo: no de La Plata), capaz de acoger a 25.000 personas.

La Gran Guerra ya se había cobrado nueve millones de vidas en Europa. Los campos de Francia eran un gigantesco charco de sangre. El 1 de julio de 1916 se desató una carnicería humana en el norte de París: la sanguinaria batalla del Somme. Fue una catástrofe: solo las tropas británicas sufrieron ese primer día 57.740 bajas, la mayor pérdida en combate del Reino Unido en toda su historia bélica, que no es breve. Veinticuatro horas después, a 11.000 kilómetros hacia el sudeste, diez mil aficionados entusiastas acudían para ver Uruguay 4 - Chile 0, el primero de los 837 partidos que componen la Copa América hasta ahora. Alaridos desgarradores allá, alborozados gritos de gol acá. Hoy, más de un siglo después, parecerá increíble, pero miles de uruguayos cruzaron el río color de león para ver a la Celeste. Se viajaba en el vapor de la carrera, que salía de Montevideo a las diez de la noche y llegaba a Buenos Aires a las siete de la mañana. Solo se precisaba el boleto; no se hacía migraciones entre Uruguay y Argentina. “Era como tomar el tranvía”, describió el genial Diego Lucero.

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El de ese primer año fue un torneo realizado por la Asociación Argentina, en el que intervinieron cuatro de las cinco asociaciones existentes hasta el momento: la anfitriona y sus colegas de Brasil, Chile y Uruguay. Paraguay era como Santa Marta, tenía tren, pero no tranvía, pues ya había sido fundada la Liga Paraguaya; sin embargo, no conformaba todavía una selección.

Justamente a raíz de ese cónclave internacional nació la entidad matriz del balompié continental. El 9 de julio, reunidos en medio del certamen, los delegados de las selecciones participantes decidieron crear la Conmebol por iniciativa del político y periodista uruguayo Héctor Rivadavia Gómez, presidente del Montevideo Wanderers. Y entre todos acordaron dar continuidad anual a la competencia que se estaba disputando, la que en adelante se denominaría Campeonato Sudamericano de Fútbol Copa América, como había propuesto Susán. Se encargó a una joyería del centro porteño la realización del trofeo, una bella pieza de orfebrería en plata con base de madera.

Nació popular la Copa, porque el fútbol de clubes divide, el de selecciones une. Se colmó el estadio desde el primero hasta el último día de esa versión bautismal. Enseguida la fiebre por su disputa se propagó en todo el continente. Pero fue un virus alegre, vivificante, que no requiere mascarillas. Su disputa era un acontecimiento festivo y social en los pueblos donde se jugaba. Y así seguiría hasta el presente, 108 años después. Tras aquel alumbramiento en 1916 llegarían los mundiales, la Copa Libertadores y otras nuevas contiendas internacionales. No obstante, la Copa América mantuvo su lozanía y atractivo hasta hoy. Eso remite a su magnetismo.

En octubre de 2006, Joseph Blatter nos concedió una entrevista exclusiva en Asunción; le obsequiamos el libro de la Copa América que realizamos en Conmebol hace unos años; hojeando las fotos de aquella edición de 1916 quedó asombrado y acuñó una frase para los tiempos: “De Europa siempre se dice que es el Viejo Continente, pero en fútbol el Viejo Continente es Sudamérica”. (O)

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