La decisión de la LigaPro de aumentar a ocho el número de jugadores extranjeros en los clubes de fútbol de las series A y B significa estrangular las posibilidades de progreso de este deporte y cerrar el paso de las jóvenes figuras que podrían aparecer en las 26 instituciones que compiten en el torneo nacional. Sin que los dirigentes lo adviertan han retrocedido 72 años. Están peloteando en el viejo estadio George Capwell y el del Arbolito, tal como lo hicieron sus antecesores en el inicio del profesionalismo en la década de los años 50.

¿Les han contado la película? Evidentemente, no. Ya no están Mauro Velásquez Villacís y Alberto Sánchez Varas y solo queda este columnista, entre los investigadores del pasado deportivo que hemos hecho hallazgos (por ejemplo, cómo y cuándo llegó el fútbol a Ecuador, la fecha del primer duelo entre Barcelona y Emelec, la realización del primer juego internacional en el país, entre muchos otros). El resto son algunos opinadores enemigos de la historia y sus compañeros juveniles de la ‘Generación TikTok’. No saben dónde queda la Biblioteca Municipal, rechazan la idea de mancharse las manos con el polvo de los viejos diarios y proclaman con orgullo que nunca han leído un libro porque confían su ‘sabiduría’ al buscador de Google.

Mi postura crítica no tiene nada que ver con un repudio a lo foráneo. Soy también un inmigrante, fui bien recibido en Estados Unidos, trabajé como periodista en un medio importante, eduqué a mis hijos y entendí más que nunca el valor de quien deja su patria para intentar una nueva vida en lugares lejanos y a veces inhóspitos. Además, conocí, fui amigo y guardo un gran recuerdo de muchos jugadores extranjeros que pasaron por nuestro fútbol y fueron ejemplo de maestría y caballerosidad.

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La presencia de foráneos no nos fue extraña. Desde el inicio de las actividades futbolísticas, en los primeros años del siglo XX, los equipos de Guayaquil contaron en sus filas con jugadores del exterior. No eran profesionales del fútbol sino más bien hombres de negocios o empleados que hacían deporte en sus horas libres. Así pasaron a la historia Juan Alfredo y Roberto Wright, Alfred Cartwright, Martín Dunn Hart, el cónsul inglés W. C. Urquhart, Alejo Madinyá, José María Jiménez Gargollo, Ernest Hertrich, Alberto March Obiols, Enrique Lamas y muchos más.

Barcelona volvió a la primera categoría en 1942 tras una larga permanencia en divisiones inferiores. En la defensa de ese equipo figuraba el único extranjero que rompió la tradición criolla del elenco del Astillero, mantenida entre 1925 y 1962: el peruano Juan Borjás, de quien se dice que era obrero en una fábrica de la familia Vilaseca. Hans Landolf y Abraham Schneider, alemanes, eran especialistas que prestaban servicios en una fábrica de productos farmacéuticos y fueron incorporados al Patria. Con ellos los patricios lograron ser campeones en 1942. El costarricense José Tico Silva, alero izquierdo, era violinista de la Orquesta Siboney, la más famosa de la farándula porteña.

El balompié profesional en el Ecuador nació en Guayaquil en 1950 y el primer torneo se hizo en 1951. En América se daba un episodio apasionante: El Dorado colombiano. Más de un centenar de grandes jugadores de Argentina, Uruguay, Brasil, Perú y Paraguay fueron a los grandes clubes del país norteño, incorporados sin pase reglamentario. Ecuador también puso su cuota con Jorge Chompi Enriques, Enrique Moscovita Álvarez, Carlos Alume, Isidro Matute, Humberto Suárez Rizzo, Víctor Aguayo, Rafael Maldonado y Gonzalo Pozo.

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Los dirigentes guayaquileños estaban deslumbrados con el brillo de El Dorado y pretendieron copiarlo. Un grupo de caballeros porteños se reunió en el Club Metropolitano y decidió imitar al Millonarios bogotano. Fundaron Río Guayas y pidieron al técnico argentino Gregorio Esperón que contratara a once extranjeros. El gran derrochador fue el Patria que financiaba el recordado empresario Fernando Lebed: trajo catorce futbolistas, entre argentinos y uruguayos, más un costarricense. Emelec no se quedó atrás: contó con Atilio Tettamanti, Juan Avelino Pizauri, César Che Pérez, Manuel Clemente Bravo, Eladio Leiss, Francisco Croas, Luis Masarotto, Luis Alberto Pérez Luz y Manuel Collar.

Reed Club apareció financiado por los hermanos John Mark y Roberto Reed, dueños de la empresa Reed and Reed. Su fuente de poder fue el fútbol peruano: llegaron Jorge Otoya, Higinio Bejarano, Eugenio Vera, Teófilo Talledo, Abelardo Lecca y Nicolás Lecca, todos de primera categoría. El certamen fue brillante desde el arranque. El Capwell se llenaba para ver a verdaderos cracks como Juan Deleva, que había sido portada de El Gráfico como centro delantero de Independiente; Eduardo Spandre que procedía de Platense y Tigre; Teodolindo Mourín y Jorge Caruso, venidos de Racing; Basilio Padrón y Valentín Domínguez, de Platense; y Alcides Aguilera, uruguayo, prestado por Millonarios. En Patria brillaban Eduardo Bores, con pasado en Botafogo; Rodolfo Bores y Marcos Cousin, de Independiente; Rodolfo Salatino, de Gimnasia y Esgrima La Plata, y un charrúa que dejó una huella profunda: Hortensio González, bautizado aquí como Patrullero.

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Consumiría toda mi columna hablar de los futbolistas que vinieron aquel 1951, pero debo dejar constancia del gran currículum de todos ellos. En la cancha nos enseñaron mucho de lo que significaba ser profesional y fueron docentes para nuestras grandes figuras, especialmente para quienes iban surgiendo como juveniles y luego en la serie de honor.

Ese fue su gran aporte en el amanecer de nuestro profesionalismo. El gran entusiasmo inicial y el esfuerzo de dirigentes ejemplares no tuvo respuesta en lo económico. Las taquillas no permitieron equilibrar las finanzas y después del memorable torneo de 1951 desaparecieron Río Guayas y Reed Club. Patria cesó a casi toda su costosa plantilla. Emelec hizo lo propio; dio de baja a la mayoría de los extranjeros.

La lección aprendida por los sensatos directivos de la época fue sencilla: no había que gastar más de lo que ingresaba y de lo que ellos podían aportar de sus bolsillos. La otra experiencia aleccionadora fue que había que buscar valores entre sus juveniles, darles oportunidad de mostrar sus condiciones y acudir a las fuentes proveedoras, la más importante, la del fútbol de ascenso y la de la Federación Deportiva del Guayas. Ninguna existe hoy.

Lo que sí hay es una fila de tiburones de terno, corbata y maletín de ejecutivo repleto de videos trucados. Ellos venden ‘estrellas’ pretendidas en España, Italia e Inglaterra que no quieren dejar muy lejos a sus familias y prefieren jugar en Ecuador. Los dirigentes no contratan por calidad sino por cantidad de tatuajes. Barcelona, que un día tuvo en sus filas a delanteros estelares como Helio Cruz, José Pepona Reinaldi y Everaldo Ferreira trajo a sus filas a paquetes como Ariel Nahuelpán (que demandó al club siendo aún jugador del mismo) y Gonzalo Mastriani.

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En mis lejanos recuerdos advierto que el cupo para jugadores extranjeros eran tres. Después se pasó a cuatro; más tarde a seis y hoy a ocho. Este cañonazo contra el futuro de nuestro fútbol merece el repudio de todos, menos de la ‘Generación TikTok’. (O)