Hay pocas cosas que me sorprendan ya en nuestro deporte. Sorpresas gratas, quiero decir. Un día de 1996 encendí el televisor y justo pasaban la competencia de marcha de los Juegos Olímpicos en Atlanta. Me detuve por curiosidad. Tenía algunas pocas noticias acerca de un marchista que había ganado un panamericano y un mundial juvenil. Lo descubrí en la pantalla porque mencionaban su nombre, Jefferson Pérez. ¿Tendrá alguna opción?, me pregunté con inquietud. Me era muy curioso ese ritmo de la marcha que hacía mover, acompasados, brazos, caderas y piernas como en son del Caribe.