El periodo de Félix Sánchez Bas al frente de la selección ecuatoriana no puede calificarse de otra manera que como un tiempo perdido. Desde su llegada al país a inicios de 2023, el técnico español presentó un discurso ambicioso, lleno de promesas que lograron ilusionar a algunos. Nos aseguró que instauraría un proyecto sostenible, que formaría entrenadores nacionales, estructuraría las divisiones juveniles y prepararía a los jugadores para que su transición a la selección mayor fuera fluida y coherente. Prometió además un equipo con mentalidad ganadora, capaz de dominar la posesión y de imponer un estilo de juego convincente, sin importar el rival.

Sin embargo, quienes conocían los antecedentes de Sánchez Bas no compartieron ese optimismo. A pesar del respaldo del presidente de la FEF, que veía en el técnico español la oportunidad de un salto de calidad, las dudas sobre su capacidad no tardaron en surgir. En mi caso, esas dudas nacieron desde el anuncio de su nombramiento. Sánchez Bas, que venía de dirigir a una Qatar que pasó sin pena ni gloria por su Mundial, despertaba inquietudes sobre su comprensión de la idiosincrasia del futbolista ecuatoriano y sobre su capacidad para manejar la presión mediática y las exigencias de nuestro fútbol, muy distintas a las que enfrentó en su cómoda aventura en Qatar.

El tiempo me dio la razón. A medida que avanzaba su gestión, quedó claro que Sánchez Bas no estaba a la altura de sus promesas. Su proyecto se reveló como una estafa, y su desempeño en el campo fue objeto de constantes críticas. Nunca logró establecer un plan táctico coherente; cada partido lo afrontó con estrategias erráticas y confusas, que evidenciaban su falta de claridad.

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Sus equipos no mostraron circuitos interiores efectivos, las marcas en retroceso fueron deficientes y la posesión del balón en la mitad de la cancha se perdía con alarmante facilidad. La construcción de jugadas en la zona medular fue inexistente y el peso ofensivo del equipo, nulo.

Las críticas que inicialmente se utilizaron como excusa para que el entrenador español abandonara el barco terminaron siendo una bendición disfrazada. Su dimisión llegó en el momento preciso. Aunque esas críticas pudieron haber molestado a los dirigentes de la FEF, quienes alegaban una oposición ácida contra los intereses de la Selección, hoy deberían agradecerlas.

Estas críticas revelan que, a pesar de todo, en nuestro país aún existe un periodismo independiente capaz de señalar las decisiones erradas de la dirigencia y, con mayor razón, las mediocridades de un cuerpo técnico que hizo retroceder a nuestro fútbol.

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Francisco Egas lo confirmó: la adaptación de Félix Sánchez Bas nunca fue la esperada. Según Egas, el DT no logró acercarse ni a los jugadores ni a la afición, y fue el responsable de la falta de mística en el grupo. Si fue así, no es difícil entender por qué la Tricolor parecía una nave a la deriva.

Este periodo gris con un DT improvisado debe servir de lección. Recordemos la metáfora de la mitología grecorromana: el río Leteo, cuyas aguas causaban el olvido absoluto y eterno de los fracasos pasados. Eso es justamente lo que la FEF y su dirigencia no deben hacer.

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Con la renuncia del grupo español se abrió una nueva etapa para elegir al nombre adecuado para liderar la Selección. Sin embargo, la metodología para la Selección sigue siendo un misterio.

Fuentes confiables aseguran que un grupo reducido, liderado por Rodrigo Espinoza y Francisco Egas, es el encargado de recomendar al candidato y las condiciones del acuerdo. Entre los nombres considerados figuraban importantes figuras del fútbol, como Marcelo Gallardo, Luis Zubeldía, Jorge Sampaoli, Martín Anselmi, Guillermo Almada y Sebastián Beccacece.

La mayoría declinó la oferta, citando compromisos contractuales. Otros, como Sampaoli y Almada, confirmaron que fueron contactados, pero sus aspiraciones económicas superaban el presupuesto que tenía destinado la Ecuafútbol.

La designación de Beccacece como entrenador de la Tri no solo reaviva las esperanzas de millones de hinchas, sino que también plantea interrogantes sobre el futuro inmediato de la Tri. ¿Será capaz el técnico argentino de capitalizar el talento emergente de nuestros jóvenes futbolistas, algo que su predecesor no logró?

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Beccacece llega con un historial mixto. Su paso reciente por el Elche CF, donde no consiguió llevar al equipo de vuelta a la élite del fútbol español, terminó en un cese anticipado. No obstante, el desafío de dirigir a la Tricolor presenta una oportunidad distinta y quizás más trascendental. En sus primeras declaraciones, el entrenador argentino ha destacado que tiene una “hermosa oportunidad para dar una gran satisfacción” a un país de 18 millones de almas que anhelan revivir las glorias pasadas.

En cuanto a su filosofía futbolística, Beccacece promete un estilo de juego moderno y audaz, donde la presión alta, la intensidad y la posesión del balón se convierten en los pilares de su propuesta. El técnico insiste en la importancia de contar siempre con un jugador creativo en el campo, alguien capaz de desestabilizar defensas y abrir espacios. Su aspiración es clara: convertir a la Tri en un equipo dominador, dueño del balón y del destino en el campo de juego.

Estas ideas, que suenan a la perfección moderna del fútbol, parecen extraídas de las páginas de La pirámide invertida, de Jonathan Wilson, donde se exalta el triunfo de la sincronía y la táctica colectiva. Beccacece, como si hubiese tomado nota de estos principios, aspira a plasmar en la cancha lo que muchos consideran el paradigma del fútbol contemporáneo. No obstante, el éxito en el fútbol no solo depende de la teoría y la táctica. Hay un aspecto intangible, a menudo menospreciado, que radica en la independencia y la integridad de las decisiones.

El DT debe estar consciente de que uno de los mayores enemigos de la Selección ha sido, históricamente, la injerencia externa y las presiones internas, especialmente en el delicado proceso de convocatorias. La historia de la Tri está plagada de episodios donde intereses ajenos al fútbol han mermado el rendimiento del equipo. Es imperativo que el nuevo seleccionador mantenga una postura firme y autónoma, alejada de los rumores y los compromisos que tanto daño han hecho en el pasado.

El camino hacia el éxito es incierto y, como bien lo dice el dicho, “el éxito está justo después del fracaso, pero también a un paso del error”. Beccacece tiene frente a sí la oportunidad de ser recordado como el artífice de una nueva era para el fútbol ecuatoriano, una era donde la Tri no solo clasifique al Mundial de 2026, sino que recupere esa imagen vibrante y prometedora que alguna vez mostró al mundo.

Que el nuevo técnico tenga presente que solo aquellos que reconocen y aprenden de los errores del pasado están verdaderamente cerca del éxito. Ecuador necesita más que un entrenador; necesita un líder que sepa canalizar el talento y la pasión de un país hacia un objetivo común. Beccacece tiene la palabra y, con ella, la responsabilidad de escribir un nuevo capítulo en la historia del fútbol ecuatoriano. (O)