“¿Qué fútbol veremos…?”. Siempre que comienza un gran torneo se pregunta al entrenador y al periodista, como si fueran oráculos, un adelanto del juego que desplegarán los equipos, a quién vemos para campeón, etcétera. La respuesta más honesta es ¿quién puede saberlo…? Una gruesa porción de su encanto este deporte se la debe a su imprevisibilidad. Inesperado, ilógico, loco, cambiante, impredecible… Así es, afortunadamente. Ya en 1924 dio su primera muestra cuando Uruguay, al que en Europa creían tierra de indios, arrasó en los Juegos Olímpicos de París. Se ignoraba todo de los celestes. ¿Sabrían jugar…? Y no solo fue campeón, los aplastó ganándoles a todos los sus rivales: Yugoslavia, Estados Unidos, Francia, Holanda y Suiza. A algunos con goleadas resonantes. Turquía debutó el viernes en la Eurocopa con el antecedente de una supervictoria sobre Holanda por 4 a 2 en la Eliminatoria del Mundial y un 2-0 a Noruega (con Haaland) a domicilio. Se la tenía en muy buen concepto; pero cayó 3 a 0 ante Italia sin siquiera rematar al arco, en una producción pobrísima y timorata. Italia entrenó con ellos. Tres a cero que pudo ser más amplio. A lo más que nos atrevemos es aventurar.