Homérica, histórica, angustiosa, justa, sorprendente, celebrada, consagratoria… La victoria, esa diosa griega, se echó a los brazos del equipo del Al Hilal y le dijo: “Soy tuya, me mereces”. Tras dos horas y diez minutos de intensa refriega, el conjunto saudita se impuso 4 a 3 al poderoso Manchester City de Pep Guardiola y lo despachó del Mundial de Clubes.

Fueron 130 minutos sensacionales, trepidantes, en los que el magnífico cuadro árabe empezó perdiendo 1-0, lo dio vuelta 2-1, le empató a dos, aumentó a tres, le igualó de nuevo hasta que logró el cuarto gol y ya le dobló la muñeca a una formación inglesa sin ningún inglés, al menos en el once titular.

Hubo actuaciones tan descollantes que cuesta explicarlas. Ponerle 10 puntos al arquero marroquí Bono sería una injusticia ciclópea. Mínimo es once. Fue de historieta, salvó goles a lo Superman. Ya en el Mundial de Qatar demostró que es uno de los tres o cuatro mejores del mundo. No solo ratificó el concepto, lo mejoró. A su altura estuvo el atacante brasileño Marcos Leonardo, fantástico, imparable, una flecha con técnica y gol.

Incansable y combativo, no pudo con él la defensa del City, marcó dos de los cuatro tantos y se postuló para un fichaje a un grande de Europa y para la selección brasileña. Con 22 años, surgido del Santos, saltó al Benfica por 18 millones y luego al Al Hilal por 40. Una máquina física pese al metro y 74 centímetros. Está para muchas tardes felices.

No fueron los únicos. Además de anotar con un potente cabezazo, el franco-senegalés Kalidou Koulibaly tuvo el mejor desempeño que le hayamos visto tanto en el Napoli como en Chelsea. Una muralla. Sacó todo con el aguante de los grandes zagueros de siempre.

El centrocampista hispano-serbio Milinković-Savić dio una cátedra en el medio juego con enorme personalidad y clase. El portugués João Cancelo pareció querer demostrarle a Pep Guardiola que se equivocó al volarlo del Manchester City.

Y otro brasileño destacadísimo fue Malcom, aquel que jugó con Messi en el FC Barcelona en 2018-2019. Hizo red en un contraataque fulminante, a mil kilómetros por hora. Se fue solo, pero no era fácil, porque lo corría una jauría y el delantero en esos casos debe pensar en el arquero que le sale y en los perseguidores. Además, el que lleva la pelota corre más lento que quien va libre.

El City, que era fuerte candidato al título, luchó con fiereza y generó una docena de situaciones de gol, siempre con su fútbol atildado, ofensivo y de posesión, pero se fue antes de tiempo porque se topó con un equipo notable, con técnica, funcionamiento, aptitud física y fantástica determinación, pensando siempre en ganar, no en hacerle un buen partido al favorito, en tumbarlo.

La velocidad, la intensidad, el incesante ida y vuelta hacen que difícilmente olvidemos semejante espectáculo, que se recordará más por el batacazo que por lo maravilloso del juego. El fútbol, jugado así, es el espectáculo más grande del mundo.

Cuando un partido se quiebra y se aloca de esta manera, el futbolista se saca el traje de profesional y vuelve a la infancia, al campito, al niño que jugaba a morir cada picadito en la esquina o en el patio de la escuela y da todo, se entrega en cuerpo y alma. Es el costado que siempre defendemos del jugador de fútbol, no la tontería de que es explotado, nadie lo explota, el jugador se lleva todo del fútbol.

Conste que le faltaron sus dos estrellas: una, Salem Al-Dawsari, quien se pierde el resto del torneo por un problema muscular. Salem, el 10 por antonomasia que marcó ante el Pachuca, llegaba al juego ante el City con 27 goles y 18 asistencias en 51 partidos.

Es el mismo que hizo el golazo de Arabia en el triunfo ante Argentina en Qatar 2022. La otra, Aleksandar Mitrovic, el terrible goleador serbio que brillara en Inglaterra y que marcó a Portugal el gol que le dio la clasificación al Mundial pasado. A diferencia de Salem, se cree que Mitrovic pueda estar mañana frente a Fluminense.

El Al Hilal le da la razón a Cristiano Ronaldo cuando declaró que la de Arabia Saudita era una liga muy competitiva, más que muchas europeas. “Seguimos mejorando, tenemos tiempo, pero creo al 100 % que Arabia ya está entre los cinco mejores campeonatos del mundo”, había dicho CR7. Y se le vino el mundo encima.

Al Hilal es un equipo que, con la conducción del portugués Jorge Jesús (ahora reemplazado por el italiano Simone Inzaghi), conquistó los títulos nacionales de 2020, 2021, 2022 y 2024, la Copa del Rey 2020, 2023 y 2024, la Supercopa 2021, 2023, 2024 y la Liga de Campeones de Asia de 2021.

Once coronas en los últimos cinco años. Y la selección que venció a Argentina en Qatar -única que lo logró- tenía once elementos del Al Hilal. Ya había dado un campanazo al empatarle al Real Madrid la tarde del debut. Hasta ahora, de cuatro rivales le tocaron tres europeos y no perdió con ninguno. El tercero fue el Salzburgo, con el cual igualó a cero.

Inzaghi viene de disputar la final de la Champions con el Inter y se encuentra con este equipo de oro por aptitudes y, sobre todo, mentalidad: no le teme a ninguno. La pregunta: ¿podrá el Al Hilal llegar a la final…? Y una vez allí, ¿le dará para ser campeón…?

Sería una bomba, una película de ciencia ficción, un hito del que se hablaría durante un siglo, sin embargo, lo vemos capaz de todo. Tiene juego de conjunto, individualidades, determinación, un biotipo físico fenomenal (los cuatro brasileños, sumamos a Renan Lodi y Kaio César, son fantásticos en este punto). Las contras son la lesión de Salem Al-Dawsari, un auténtico crack, ver si puede volver Mitrovic y la seguidilla de partidos cada cuatro días.

Los medios de Europa hicieron hincapié más en el “descalabro” del City que en el épico suceso del Al Hilal. Es que prima la idea de que si ganan los europeos es porque son superiores al resto, si pierden es que fueron al Mundial relajados, pensando en las vacaciones.

Es parte del eurocentrismo acérrimo que reina del otro lado del agua. Todo lo que no se haga en Europa y por europeos está mal, no sirve y no debe ser tomado en cuenta. Se quejan de la fecha en que han puesto el Mundial, de los horarios, del calor, de la humedad, los mosquitos, los traslados…

El Borussia Dortmund, en su partido versus Mamelodi en Cincinnati, el 21 de junio, dejó a todos sus jugadores suplentes en el vestuario con el aire acondicionado. Vieron el partido por televisión “para resguardarse de la alta temperatura”. Primera vez en 162 años de fútbol que se toma una decisión así. Una exageración total. Ayer, en Alemania, hizo 37 grados de temperatura.

En España alcanzó los 39 en la zona metropolitana de Madrid. En el Mundial de Italia 90 se jugó con temperaturas extremas, los americanos, africanos o asiáticos no protestaron. Era lo que había. Cuando se juega en Europa bajo nieve también se acepta.

Y a propósito de lo declarado por Raphinha, de que era muy duro para los jugadores jugar este Mundial porque perderían sus tres semanas de vacaciones, por supuesto nadie las perderá. Quienes hayan participado en Estados Unidos, si fuera necesario, comenzarán sus ligas más tarde. “Tenemos tres semanas para descansar”, dijo Igor Tudor, técnico de la Juventus. Eso tendrán todos. (O)