No es un hombre de aspavientos. Es sencillo en su relieve histórico como deportista. Lo tenía oculto con ese manto de timidez que distingue a los que son auténticamente grandes, mostrando su clase en los campos deportivos. A los que no fueron inventados como cracks por un periodismo partidario y engañador. Ocurrió un mediodía en el acogedor Guayaquil Tenis Club. Lo encontré leyendo un libro. Al saludarlo reaccionó como sorprendido en falta y cerró el libro. Intentó guardarlo, pero se lo pedí llevado por mi curiosidad.

¿Sería un libro de historia o de literatura, dos disciplinas de mi preferencia? No me respondió, solo estiró la mano y me lo dio, como con vergüenza. El título era 100 guayaquileños y lo editado el Municipio de Guayaquil en el 2019. Empecé a revisar la selección: escritores, científicos, pintores, escultores, médicos y abogados famosos, personalidades del mundo social. Y de repente una foto con nombres y apellidos muy conocidos: “Clímaco Cañarte Arboleda, futbolista, expuntero izquierdo de Barcelona Sporting Club, ingeniero civil”. Descubrí entonces la razón de su retraimiento cuando lo encontré observando su foto y el texto conceptuoso del libro: había sido incluido entre los cien guayaquileños destacados. Eso rebasaba su sencillez, pero hacía justicia a quien pasó por el fútbol dejando un historial memorable no solo por su técnica sino también por su porte caballeroso y ejemplar.

Washington Muñoz (i), Félix Lasso; los brasileños Helio Cruz y Moacir Pinto (compañero de Pelé en la selección de Brasil que ganó el Mundial de 1958); y Clímaco Cañarte. Figuras de la brillante la línea ofensiva que le dio a Barcelona SC el título invicto del Campeonato de Guayas en 1965. Foto: Archivo

Sin dejar al fútbol en la Facultad de Ingeniería Civil de la Universidad de Guayaquil se graduó con excelentes notas en una época de gran exigencia académica, de grandes maestros. Pasar de año se parecía a una hazaña intelectual. Doy testimonio de ello. Algo que recuerdo siempre es la disputa de los campeonatos de fútbol interfacultades, ganados siempre por Ingeniería. Tenía grandes jugadores que brillaban en el profesionalismo, entre ellos Agustín Ferrero, arquero de Emelec; Clímaco, que brillaba en Barcelona y la Selección nacional; Washington Villacreces, antes de Panamá y Río Guayas, figura de UD Valdez y de la Selección; Julio Viera, alero de Liga Deportiva Universitaria de Guayaquil, y muchos otros.

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Empecé a leer el texto que acompaña las fotos de Clímaco y sentí un suave y fresco viento de justicia hacia mi admirado amigo-hermano de toda la vida: “Clímaco Cañarte siempre destacó por su rapidez y sus habilidades técnicas en la cancha. Es reconocido especialmente por su dominio del balón con ambas piernas. Los mejores momentos de su vida futbolística fueron con Barcelona Sporting Club, pero también militó durante dos años en Liga Deportiva Universitaria de Guayaquil mientras estudiaba ingeniería civil”.

Clímaco Cañarte muestra en un cuadro el equipo campeón de Barcelona SC en el Campeonato de Guayas de 1955. Foto: Archivo

En esta parte contaré algunas partes de la charla con Clímaco el día en que lo encontré con el libro que publicó el Municipio. Son datos que ya había escuchado muchas veces, cuando nos reuníamos con su hermano Simón para reverdecer recuerdos de un tiempo inolvidable: el del fútbol barrial y el del viejo estadio Capwell, la usina de los sueños que revive cada que abro mi abundante archivo. La muchachada de mi barrio rondaba la decena de años cuando empezamos a frecuentar la general del Capwell. Hay un dato en mis cuadernos: el 6 de octubre de 1952. Simón Cañarte, el hermano mayor, jugaba de alero zurdo ante el retiro temprano del genial milagreño Guido Andrade. El rival era el Panamá. Un choque y Simón fue relevado por su hermano Clímaco.

Nos impresionó la cara de chiquillo atrevido del jugador que no habíamos visto antes, ni siquiera en el banco torero. Tenía apenas 16 años, era más bien bajo, de piernas compactas y peludas, era casi un niño. Pronto, en la cancha, se convirtió en gigante por su habilidad, velocidad y potencia con ambos botines. Se quedó con el puesto, aunque no era zurdo, solo se la rebuscaba, pero con el tiempo se transformó en el mejor puntero izquierdo del país. En nuestras expediciones a La Atarazana, o en el asfalto de la calle Pedro Moncayo, todos queríamos ser Clímaco. El apodo se lo ganó mi hermano Pepe, que se parecía en el físico al nuevo crack canario y se defendía con la zurda. “Pica, Clímaco!” le gritábamos y Pepe volaba en la cancha terrosa. Tan rápido que su vida terminó a los 27 años en un accidente en una carretera de Conecticut. Lo hemos extrañado siempre y así será hasta el fin, cuando ya quedamos pocos expedicionarios. Clímaco pertenece a una generación afortunada de chicos porteños que eligieron la pelota como el juguete principal e irreemplazable. Bendito tiempo de balones, trompos, cometas, bolas de cristal, confites Limber que son hoy la arqueología de una era feliz.

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Washington Muñoz, máximo goleador en la historia de Barcelona SC, y Clímaco Cañarte. Foto: Archivo

“Siempre supe que iba a jugar fútbol. Desde chiquillo pateaba todo lo que encontrara, pero mi descubrimiento del balón fue en mi querida escuela José Domingo Santistevan, en la que estaba interno. En cada recreo organizábamos partidos hasta romper los zapatos. Una vez pateé un objeto y rompí una puerta de vidrio. En otra, la improvisada pelota entró al comedor de los sacerdotes y causó un desastre. Me castigaron prohibiéndome jugar. Ya tenía 11 años y cierta fama. Nos llevaron a jugar con la selección infantil del Cristóbal Colón. ‘Si no me levantan el castigo no juego’, dije. Y jugué”. Y continúa Clímaco: “Cuando salí del Santistevan cumplí mi sueño de ingresar al Vicente Rocafuerte. Fue algo luminoso. Encontré grandes jugadores juveniles como Pedro Gando y Chalo Salcedo. En segundo año nos seleccionaron y pasamos a jugar en la Liga Salem, todos vicentinos. También jugué en un equipo que armamos en mi barrio de Padre Solano y Boyacá: el Pad Boy. Otro equipo inolvidable para mí fue el Millonarios, formado y sostenido por el maestro Clodoveo Peralta, que tenía una sastrería en Colón y Rumichaca. Otra vez todos éramos vicentinos: Pedro Gando, Heriberto Alvia, Chalo Salcedo, Dino Sereni, Paco Margary y otros”.

De la edad juvenil quedó en la historia otro gran equipo amateur: el Inglaterra, de huella profunda en las ligas de novatos y en el fútbol federativo. Pablo Ansaldo era el arquero (lo presidía su pariente, Toribio Espinosa de los Monteros) y llevó a promesas: Clímaco, Carmelo Galarza, Chalo Salcedo, Marcos Noé, Miguel Acosta. Allí lo vio el dirigente torero Paúl Schuller. Lo hizo firmar sin prima alguna y lo incorporó a Barcelona. Fichó un jueves y el viernes le dijeron que iba a jugar el domingo. Y fue por trece años el mejor puntero izquierdo nacional, aunque en 1965 el DT Chema Rodríguez lo hizo jugar de volante de armado en Barcelona y la selección. Fue campeón de Asoguayas (1955, 1961,1963 y 1965) y del país (1963 y 1966). Jugó Sudamericanos y eliminatorias de 1955 a 1965.

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Clímaco Cañarte es, para el ya desaparecido periodista Mauro Velásquez, uno de los mejores futbolistas ecuatorianos de todos los tiempos. Y yo agrego: no solo por los títulos ganados, sino también por las condecoraciones que otorga la vida por honor y señorío. (O)

Arriba: Vicente Lecaro (i), Alfonso Quijano, Luciano Macías, Helinho, Rubén Ponce de León, Silvino Antonio Bustamante. Abajo: Mario Espinoza (i), Félix Lasso, Juan Carlos Borteiro, Walter Cárdenas, Clímaco Cañarte. Integrantes del equipo de Barcelona que conquistó el campeonato nacional de 1966. Foto: Archivo