La denuncia llega desde dentro de los muros de la Santa Sede. El velo del silencio recoge testimonios escalofriantes de los abusos de poder vividos por algunas religiosas tras su entrada en el convento y el abandono que sufren cuando deciden salir, explica en una entrevista con Efe su autor, Salvatore Cernuzio, periodista de los medios oficiales vaticanos.

El libro, que acaba de publicarse en Italia editado por San Paolo, “surge de varias investigaciones periodísticas que me llamaron la atención, pero sobre todo del encuentro con una amiga, que no veía desde hace tiempo, una monja incluso apreciada por su orden religiosa y cómo estaba al regresar a casa: irreconocible”, relata.

Cernuzio empieza entonces a investigar, acudiendo a una comunidad religiosa en Roma donde se refugian las monjas que abandonan los conventos y no saben dónde ir y, a partir de ese momento, le llegan los testimonios de mujeres “que necesitaban ser escuchadas y pedían que escuchase a otras que ellas conocían y que habían pasado por lo mismo”.

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Once testimonios, la punta del iceberg

El periodista destaca que las once religiosas que ha encontrado han pedido el anonimato.

El periodista destaca que además de sufrir los abusos, sobre todo de poder, a las religiosas no se les ha prestado la atención debida: según datos actualizados a 2018 de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, solo el 3,8 % de los institutos del mundo fueron objeto de una visita apostólica. "Teniendo en cuenta que se trata de una cifra oficial, cabe suponer que es sólo la punta del iceberg de una crisis generalizada", apunta.

“‘¡Estúpida! ¿Dónde está tu cabeza? Presta un poco de atención’. Los gritos aún resuenan en la cabeza de Marcela. No hace ni una semana que dejó el instituto religioso donde pasó más de veinte años de su vida y, aunque la neurótica superiora que dictaba el curso del día según su estado de ánimo ya no está, ella sigue viviendo con la culpa, el trauma y el miedo a que alguien la regañe cuando se levante diez minutos tarde”, es el testimonio de esta monja latinoamericana.

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Los castigos eran continuos. Nunca físicos, afortunadamente, pero siempre psicológicos: pequeñas privaciones de comida, prohibiciones de recreo, insultos públicos. “Gritaba constantemente, incluso en la capilla frente al Santísimo, tal vez por una luz o una mancha en el suelo”, cuenta Marcela, un nombre inventado para garantizar su anonimato.

Necesaria ayuda psicológica tras su marcha del convento

La mujer ha iniciado una terapia psicológica: “Tengo traumas pasados. Siempre tengo miedo de cometer errores....”, confiesa en el libro porque, como destaca Cernuzio, muchas de ellas han necesitado apoyo emocional y lo peor es que en el convento les negaban esa posibilidad. “Les decían que todo se arreglaría rezando”, explica.

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Los testimonios también dejan entrever que en muchos de estos abusos hay un trasfondo de racismo, contra las mujeres llegadas de países pobres. “Todavía no eres monja, no sabes lo que hay que hacer, no tienes derecho a decir esto, no entiendes nada”, le decían a Anne Marie, nacida en Camerun, a quien hacían continuos comentarios racistas y ni siquiera le comunicaron que su madre había falleció mientras ella estaba en el primer año de noviciado.

Aleksandra, una joven consagrada de 31 años, revela que tras confesar a su superiora de la congregación que habría sufrido abusos sexuales por parte de un sacerdote con el que trabajaba en un proyecto, ésta la acusó de haberlo provocado ella. “Ella permaneció impasible, pero esa pudo ser mi impresión. Lo que me destruyó fue su respuesta. Me dijo que otras también se habían quejado de asuntos similares y que, obviamente, si ocurría, era porque las monjas provocábamos a los curas”, afirma.

“Permaneció inerte durante semanas, sobrecargada de pensamientos, aplastada por el trauma, sintiéndose sucia y asustada”, escribe Cernuzio, que espera solo que el libro “haga bien a estas religiosas y haga bien a la Iglesia”.

La obra cuenta con el prólogo de la subsecretaria del Sínodo de Obispos, Nathalie Becquart, la primera mujer con voto en esta asamblea. “Nos hace escuchar los gritos y sufrimientos demasiado a menudo silenciados de mujeres consagradas que entraron en comunidades religiosas para seguir a Cristo y se vieron presas de situaciones dolorosas que, a la mayoría de ellas, las llevaron a dejar la vida consagrada”, destaca Cristina Cabrejas. (I)

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