La situación económica y el deseo de superarse con sus hijos motivan a muchas madres a ser el sostén de sus hogares, en algunas ocasiones por las circunstancias, como Katherine Panezo o María Minota, quienes hoy en su día dan cuenta de sus luchas silenciosas como madres.

Ellas trabajan y dejan a sus hijos en centros infantiles u optan por dejarlos con familiares, así como Valery Morán, madre de dos niños.

Según el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) en el país hay 2.060 Centros de Desarrollo Infantil. En la Zona 8 hay siete unidades de atención directa del MIES y 218 unidades con convenios. En total atienden a 10.312 niños. Esas cifras no contabilizan centros particulares que como Jugar y Educar y Nueva Jerusalén, en el norte, reciben niños una hora antes del inicio de clases, ya que un 80% de sus madres trabajan. En esos centros, los niños reciben comida y actividades.

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Aquí, cinco madres cuentan sobre sus historias. (I)

Katherine Panezo: ‘Quiero que mis hijos sean lo que yo no pude ser’

Katherine Panezo, de 34 años, es madre de seis niños. Los primeros cinco huérfanos de padre y la menor la tuvo con su actual pareja. Hasta este año, ella laboraba hasta 12 horas en un restaurante de un centro comercial del norte.

Para ayudar en el sustento del hogar, ella hacía ese esfuerzo. Los últimos siete años, se despertaba a las 05:00, les dejaba listas las tres comidas y se los encomendaba a sus hermanos que viven con ella en una casa compartida en el sur.

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Semanas atrás no pudo seguir más, renunció, ya que no tenía mucho tiempo para compartir con ellos y debía lidiar con un cáncer de tiroides detectado en 2015.

Su hermana Karina recoge a la pequeña Paula de 5 años que está en un centro infantil, los mayores de 17 y 15 tienen expresos y los otros de 11 y 9 van solos a casa y sus tíos los cuidan.

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“Me mantuve en el trabajo por la necesidad y por mis hijos, no tenía tiempo para mis citas médicas y tenía que pedir permiso un mes antes”, señala la madre, que busca un trabajo que le permita pasar más tiempo con sus hijos y que le ayude a solventar gastos.

La mujer aspira a que sus dos hijos mayores cumplan su sueño de ser médicos.

“Siempre han sido mi motor, quiero que sean lo que yo no pude”, dice esta joven madre, que ahora recibe sus consultas en el IESS para tratar el cáncer detectado. 

 

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Jenny Gómez: ‘El sacrificio por nuestros hijos es grande, vale la pena’

Antes de ir a vender libros en buses intercantonales entre las terminales terrestres de Guayaquil y Durán, Jenny Gómez pasa por el Centro de Desarrollo Infantil Personitas del Mañana, de este último cantón, para dejar allí a Jeremy, de 2 años, el último de los tres hijos que procreó con Ángel Lema.

Encarga a su niño en este centro de atención gratuita, ubicado en la coop. Elsa Bucaram, porque es la opción que tiene para poder ayudar a su esposo en la economía casera.

La mujer de 33 años vende libros desde hace una década, de lunes a viernes, desde las 08:30 hasta las 16:00 o hasta que el volumen de venta le represente una ganancia que le satisfaga.

Como Jeremy se queda en el centro infantil de 08:00 a 16:00, sus otros hijos Mishelle e Isaías, de 15 y 13 años, lo recogen y lo llevan a casa en la coop. Roberto Gilbert y lo cuidan hasta que ella llega.

“Yo ya estoy despierta desde las 05:00 para cocinarles y cuando los mayores (hijos) regresan del colegio se calientan y se sirven la comida”, narra.

La mujer menciona que la situación económica está ‘dura’, que a veces “toca comerse un arroz con atún o un arroz con gafa (huevo frito)”.

Por eso, aunque siente pena cuando Jeremy se queda llorando en el centro infantil, ella sigue trabajando. “Uno como mujer puede ayudar en los ingresos de la casa. El sacrificio es por los hijos”, afirma. 

 

María Minota: “Lo que más deseo es que sean profesionales y buenos padres”

“Con una mano doy el cariño y con la otra los corrijo”, resume María Minota, de 32 años, sobre su fortaleza de sacar adelante a sus cuatro hijos: Snayder (14), Brittany (11), César (8) y Ninoska (3), a quienes les remarca que su esfuerzo se da por su amor incondicional.

Ella lleva dos años como ayudante de envasado en una empresa agroalimentaria, pasa ocho horas rotativas afuera de casa y en ocasiones ve por minutos a sus hijos entre su regreso a clases y sus turnos.

En caso de sus jornadas de mañana sale 05:20 y llega 06:15 a su trabajo, en el norte. “En la noche dejo cocinando el almuerzo y me despierto 04:45 les dejo el desayuno”, añade la madre que desde pequeños les inculcó a valerse por sí mismos. “Mis muchachos dependen de mí y puedo tener mil problemas, pero ante ellos no se los demuestro”, agrega la madre.

Por eso, Snayder, quien entrena fútbol, y sus otros hermanos aprendieron a llevarse entre ellos a sus guarderías o escuelas.

Con su sacrificio esta madre alquila un departamento. “Lo que más deseo es que sean profesionales y buenos padres”, remarca. 

 

Adriana Gavilanes: ‘Me esfuerzo para que él en el futuro no dependa de nadie’

Por su ímpetu de buscar réditos económicos que permitan tener lo mejor para su hijo, Adriana Gavilanes hasta el año pasado complementaba su docencia en una escuela con el control de tareas particulares.

A ese ritmo, Adriana, una madre soltera de 27 años, solo veía a su hijo de 9 al salir a trabajar de mañana y cuando volvía de noche. Por ello tuvo que tomar decisiones para optimizar sus gastos y su tiempo.

Ella tuvo a su hijo en su último año de colegio y desde que llegó “su bendición” se ayudó con el cuidado de la abuela paterna. De esa manera pudo acabar el colegio y luego siguió su carrera universitaria como pedagoga que compartía con su trabajo en un bar escolar y luego como educadora familiar en un ministerio del Estado.

Desde hace tres años, ella cuida sola a Matías, en vacaciones lo mete a cursos. Él aprendió a salir solo de casa e ir a su colegio cercano. Al volver a casa, ella revisa sus tareas.

“Es un esfuerzo para que él no dependa de nadie y pueda ser un joven de bien, un profesional y que cumpla sus objetivos, él sueña en comprarnos una casa para los dos”, dice la madre. 

 

Valery Morán: ‘El cuidado de abuelos es único, nos hacen un inmenso favor’

A las 05:45, Valery Morán junto a su esposo Juan José salen desde La Aurora (Daule) para dejar a sus dos hijos, Juan Sebastián (2 años) y José Javier (9 meses), con sus suegros en la Atarazana. Ellos los cuidan mientras ambos trabajan.

De allí, la educadora de párvulos, se dirige a su jornada en un colegio de La Puntilla. “Le llevamos la comida y ellos nos ayudan cocinando o compramos comida, ellos son muy consentidores, preferimos eso a un desconocido que no se sabe cómo los vaya a tratar”.

Valery dice que cuando ellos nacieron le daba pena dejarlos por ir a trabajar. “Los amo con mi vida, pero las madres necesitan trabajar. Hoy todo es muy caro, un comisariato es $ 60, no podemos depender del sueldo del hombre, no alcanza”, cita la madre de 29 años.

Combina trabajo y estudio para acabar la tesis de su maestría en Educación y aprender alemán en su trabajo. “El cuidado de los abuelos es único, nos hacen un inmenso favor”.

En las noches, ella y su esposo tratan de compartir un buen tiempo con los niños. Se alternan la preparación de comida, el aseo y rezan con ellos antes de dormir. (I)