Marcos Vargas desde pequeño quiso ser el Capitán América. Él soñaba con ser ese superhéroe para usar el disfraz azul y el escudo con la estrella característica. Pero la necesidad de conseguir ingresos para él y su familia lo llevó a ser cosplayer no de su superhéroe favorito, sino de Iron Man.

El traje con amplias hombreras, casco y luces en el pecho se convirtió en su uniforme diario para recorrer las calles del centro de Guayaquil.

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Aunque el joven de 22 años llegó a graduarse de técnico para Seguridad Ciudadana en Venezuela, tuvo que abandonar la profesión que estudió para migrar y conseguir recursos para ayudar a su familia que se quedó en el estado de Carabobo, en ese país.

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Ejerció su carrera apenas se graduó, pero subsistir en Venezuela con $ 6 cada 15 días se volvió imposible.

Por ello, con ayuda de familiares, viajó vía terrestre al menos seis días y llegó al Puerto Principal en enero de este año.

Inicialmente, apenas arribó a Guayaquil, trabajó en un local de zapatos, pero lo que recibía no le alcanzaba para solventar gastos y enviar a sus padres y hermano en Venezuela. Allí se mantuvo hasta febrero.

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Para abril, sus primos, que ya vivían en la ciudad desde hace un par de meses, le propusieron que se les uniera a su labor en la calle. Ellos se vestían de superhéroes y de villanos y recorrían calles del centro de la ciudad para entretener a la gente en semáforos.

Fue en ese mes cuando Marcos decidió quitarse la vergüenza y lanzarse a trabajar durante las luces rojas.

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Primero usó el traje de El Depredador y luego heredó el de Iron Man, cuando uno de sus primos se fue del país. “Nunca pensé en disfrazarme; sentía pena, porque sentía que las personas te iban a ver”, cuenta.

Poco a poco, para Marcos esta rutina de salir disfrazado desde su casa en Alejo Lascano e ir hacia las avenidas Quito, Machala o las calles Boyacá y Padre Solano se volvió normal.

A las 06:00, el día lo empieza con un desayuno y con la selección de la calle en la que se colocará por al menos ocho horas. Luego de comer, se viste con ropa de algodón y fina que le permita colocarse el traje encima y que no le genere raspones.

El 'cosplayer' frecuenta las avenidas Quito y Machala y las calles Boyacá y Padre Solano. Foto: El Universo

El disfraz está elaborado con fomi grueso que está pintado de rojo y dorado. El traje tiene al menos 11 piezas y en casa le toma al menos 40 minutos ponérselo.

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Primero se coloca la parte de los zapatos, que van cubiertos con el fomi; luego, los cobertores de piernas, cinturón, hombreras y, finalmente, un pasamontañas que ayuda a sostener el casco. Dos personas lo suelen ayudar a atar cordones, subir cierres y cerrar broches.

Ya vestido, camina desde su casa hacia las avenidas Quito o Machala, que son las que regularmente frecuenta de lunes a viernes. No usa transporte público, porque se le dificulta levantar la pierna para subir al bus o sentarse.

La gente en las calles ya lo reconoce, pues las familias lo buscan en las avenidas céntricas para que se tome fotos con los niños o para contratarlo para algún evento. Él también suele estar los fines de semana en el Malecón Simón Bolívar o en sus alrededores.

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Pese a que todos los días se levanta con buena actitud, hay situaciones que lo descolocan: el calor de Guayaquil y la actitud negativa de los conductores y transeúntes; también el lograr en jornadas de más de seis horas solo $ 1 o $ 2.

“A veces suelen decirme que esto no es trabajo o ponen una mala cara si me les acerco durante la luz roja, pero he aprendido que la vida se debe disfrutar y trato de no absorber las malas energías”, dice.

Marcos dice que una de las cosas que más lo motivan de trabajar en la calle es cambiar el semblante de las personas.

“Me satisface sacarles una sonrisa a las personas; ver que, si tuvieron un mal día, les hago un gesto y automáticamente les cambia la cara”. (I)