El asfalto gris de la calle se convierte en las tablas de un escenario durante 30 segundos, el tiempo que dura la luz roja del semáforo. Un grupo de jóvenes que practica breakdance sale saltando desde la vereda y se coloca en fila. Cada uno sabe el momento en que debe ingresar a escena.

Están vestidos de manera diferente, de acuerdo con lo que hacen en esos pocos segundos que tienen para entretener a los conductores de los carros que están detenidos a la espera del cambio de luz.

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Un holgado abrigo con capucha y pantalones sueltos para el que hace un poco de freestyle (baile libre) y camisetas (o sin ellas) y pantalones más ajustados para los que se aventuran a dar saltos y giran sostenidos de los brazos.

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La música se escucha a lo lejos desde un pequeño parlante que está en la esquina de la avenida Isidro Ayora, norte de Guayaquil. Allí se instala el grupo, usualmente, desde las 15:00.

Los carros se detienen y es el momento del show. Cada uno sabe qué es lo que debe hacer y en qué tiempo. Primero un poco de freestyle, luego varios mortales y saltos compartidos que se ejecutan desde los extremos de la avenida.

Los segundos se agotan y mientras unos continúan bailando, otros pasan en medio de los carros a pedir la colaboración. A menos de dos segundos de que cambie la luz a verde, vuelven a la fila y agradecen.

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El semáforo de la calle Agustín Freire es en donde se suele colocar el grupo de bailarines. Foto: El Universo

Durante esos 30 segundos que están en escena, la algarabía no falta. Entre ellos se lanzan frases de motivación y se vive una pequeña fiesta, lo disfrutan, al igual que los conductores de los que captan la atención.

Lanzarse a la calle para Joseph, Daniel, Kevin, Marvin, José y Juan no fue algo improvisado. Todos llegaron impulsados por algún familiar o amigo que les enseñó ese estilo de baile.

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Juan Estrada, por ejemplo, conoció este arte por su hermano mayor. A los 9 años empezó a practicar el género viendo videos en internet en un cíber.

El parque de la Kennedy es el lugar predilecto de los bailarines para practicar de tres a cuatro horas todos los días junto con otros aficionados al breaking. A ese punto llegan novatos y experimentados en el género desde sectores del sur, suburbio y norte de la ciudad.

Si tú quieres mejorar en algo, lo haces porque lo amas. Mientras más lo amas, menos difícil es hacer las cosas”

Joseph Vera, bailarín

El breaking se ha convertido en una forma de vida, dice Kevin Dávalos, quien lleva nueve años practicando el género. La necesidad de tener un trabajo y llevar dinero a la familia lo llevó a exponer su talento en la calle hace seis años. Él es uno de los últimos de un grupo que se formó en La Chala, suroeste de la ciudad.

“Un amigo, el que me enseñó a bailar, me enseñó a trabajar en la calle y me quedé de largo”, cuenta. Kevin no ha logrado tener un trabajo estable por lo que trabajar en los semáforos es su oficio de tiempo completo.

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Joseph Vera recuerda que empezó en el género cuando estudiaba en el colegio Vicente Rocafuerte hace unos cuatro años. Un primo le enseñó el baile y desde allí empezó la vocación. Para él también ha sido complejo conseguir un trabajo estable, pero le ha puesto toda su dedicación a perfeccionar la técnica del breaking.

“Si tú quieres mejorar en algo, lo haces porque lo amas. Mientras más lo amas, menos difícil es hacer las cosas. Hay momentos difíciles, pero si le metes ganas y empeño lo logras”, relata Vera.

Guayaquil, 22 de junio del 2023. Bailarines callejeros de 'breakdance'. Foto : Francisco Verni Foto: El Universo

Él, al igual que otros compañeros de calle, ha participado en batallas (concursos). Los domingos, días en los que suelen tomar descanso, los destina a estos eventos.

La convivencia en la calle tiene sus matices, pero en su mayoría son buenos. Lo que reúnen en el día lo reparten, por más malo que haya sido. Diariamente suelen alcanzar los $ 60, pero en días malos se quedan en menos de $ 10.

Los bailarines constantemente lidian con el prejuicio de la gente.

“No nos apoyan porque piensan que no es algo bueno, la mayoría de las personas piensan que uno viene a trabajar para andar consumiendo o para alguna otra cuestión que no sea la familia o salir adelante y eso es lo más duro”, dice Dávalos.

En el grupo hay personas que tienen otros trabajos, pero no dejan el breaking porque les apasiona. “Uno no quiere dejar de bailar, no lo obliga nadie, uno mismo se obliga a no dejar lo que tanto le gusta“, dicen.

Sin embargo, a pesar del poco apoyo, ellos se quedan con lo bueno. Las frases de motivación que les lanzan las personas que los observan y el impulso que tienen por salir adelante. El breaking les ha dado un estilo de vida que difícilmente ven como cercano abandonar. (I)