Robert Safdie, especial para La Revista*

Hacerlo no es negativismo. Es sentido común. Decir “no” es expresar nuestra capacidad de evaluar rápidamente hechos o palabras y hacer fríamente caso a lo que nos dicta nuestro olfato para evitar decir “yo lo sabía”, cuando un tiro nos sale por la culata.

Las circunstancias de la vida privada que requieren un “sí” o un “no” son, a veces, delicadas, razón por la cual ahora me refiero únicamente a casos de la vida profesional.

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Siempre con respeto

La pregunta resulta simple: ¿puede un talento humano decir “no” a lo que un nivel jerárquico superior le solicita? ¿Hacerlo puede o no asimilarse a una falta disciplinaria?

No lo creo. Debemos considerar que el concepto de disciplina solo tiene valor cuando se refiere a la “disciplina personal”, mas no cuando es sinónimo de “obediencia ciega a órdenes”.

Lo último es sumisión, lo cual resulta inadmisible.

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Los tiempos han cambiado y la época de la prepotencia del superior y del temor al jefe ya pasó para ceder el paso a la prevalencia de la autoestima en las relaciones interpersonales.

Pero a la hora de decir “no” es primordial saber cómo hacerlo para que no se perciba como un rechazo exabrupto, sino como la intención positiva de entablar un diálogo para, por ejemplo, solicitar cordialmente explicaciones o precisiones sobre instrucciones mal definidas o, como caso límite, solicitar educadamente rectificación a quien, a veces, intenta imponer su autoridad marginando valores tan fundamentales como lo son la cortesía y el respeto. Todo esto siempre evitando asperezas.

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Hacer esto no es para nada pecar por rebeldía, sino simplemente afirmar su propia autoestima, recordando que cuando una empresa o una persona incorpora a un talento humano en su nómina lo que adquiere es su valor laboral (lo que conoce y sabe hacer), pero jamás soborna a su valor personal (lo que es y quiere llegar a ser).

Lo primero es negociable… lo segundo, intangible. En resumen, saber decir “no” es tener carácter y hacerse respetar. Así de simple.

Yo mismo me he encontrado con situaciones así. Recuerdo que hace unos 48 años, cuando ocupaba un cargo gerencial en Bélgica, el vicepresidente de la empresa me solicitó un trabajo con el carácter de inmediato. Debía presentarlo a las 11:00. Era una persona que presionaba por gusto. Le respondí que no podía realizar una buena labor en tan poco tiempo. Así que ese ejecutivo me amenazó: “O me entrega el trabajo o pierde el puesto”. Yo ya había tenido otros roces por el mal temperamento de ese superior, así que decidí renunciar, poniendo mi valor personal antes del valor de mi sueldo.

Claro que esta es una decisión difícil y el trabajador debe evaluar su situación muy particular en cada caso. Pero siempre debemos recordar que la autoestima es un valor que debemos hacer respetar.

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¿Estamos de acuerdo? ¿O no?

* El autor: Robert Safdie es un asesor profesional experto en felicidad laboral; escribió el libro “¡Aquí mando yo!” (editorial El Conejo/Andante, 2016).