Por lo general los niños comienzan la educación inicial entre los 12 y los 14 meses. Los padres deberían calcular que la adaptación llevará entre cuatro y seis semanas.

Lo ideal es que uno de los dos padres se encargue de ese trabajo, apunta Fabienne Becker-Stoll, directora de un instituto de pedagogía de Alemania. “Papá y mamá no deberían delegar esta tarea. Cuando es imposible organizarlo de otro modo, está bien que lo haga la abuela o una niñera, pero lo ideal es que el niño tenga siempre la misma persona de referencia”, explica.

Los primeros días, el papá o la mamá suelen quedarse con el niño en el jardín de infantes. La regla central durante esos días es estar sin ser dominantes, advierte la pedagoga Carola Kammerlander. “Es muy importante que los padres no intervengan. Esto no implica que tengan que mandar a su hijo a otro lado si él se les acerca, pero su comportamiento debe ser más bien pasivo”, explica.

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Si al principio el niño está todo el tiempo sentado con mamá, está bien. “Hay niños que prefieren estar en el regazo de su mamá y observar todo desde allí. En esos casos, no hay por qué obligarlos a hacer otra cosa”.

En cambio, hay otros niños que saltan de inmediato con la maestra y los demás compañeros. “Pero todos miran si mamá o papá están ahí, si se quedan sentados. Incluso los más sueltos”, comenta Becker-Stoll. “Es fundamental que ellos estén en un lugar visible y que se queden”.

Al cuarto día se puede hacer un intento de separación por unos 10 a 30 minutos, considera Kammerlander. En ese momento lo correcto es que los padres se despidan antes y que no esperen un momento de distracción para deslizarse hacia la puerta. “El niño necesita tener la confianza de que mamá o papá están cuando él los necesita. Si ellos se esfuman sin avisar, esa confianza de pronto se quiebra”, explica Becker-Stoll. “Al despedirse, los padres de algún modo reafirman esa confianza: mamá regresará. La despedida y el regreso son parte de lo mismo”.

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En esas primeras despedidas es importante que el papá o la mamá permanezcan cerca, por si no hubiera forma de consolar al niño. Si un pequeño llora mucho y no hay modo de tranquilizarlo, el proceso retrocede un paso y mamá o papá deberán quedarse otros tres días en el jardín. Si se cuenta con minirrituales de despedida, también se puede ayudar a que ese momento sea más llevadero.

Algunos niños, a veces algo más grandes, “empujan” a sus padres hacia la puerta. “En realidad es un momento hermoso, porque el niño asume un rol activo y no es ‘víctima’ de la separación”, opina Becker-Stoll.

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Carola Kammerlander destaca la importancia de que en los jardines de infantes haya una ‘ventana de saludito’. “La maestra puede estar de pie ante esa ventana, alzando al niño, y saludando a la mamá que se va”.

¿Y qué pasa si la adaptación no funciona aunque hayan pasado varias semanas? Kammerlander recomienda poner bajo la lupa el propio comportamiento como padres. Quizás lo que suceda en esos casos es que a los padres les cueste mucho más de lo esperado. Puede que muchos piensen “tengo que trabajar, tengo que llevar a mi hijo al jardín, pero en realidad no quiero” y que eso trabe toda la situación.

De ser así, puede ser útil hablar con las maestras y pedagogas y plantearse juntos la pregunta: “¿Qué necesitamos para poder soltarnos y confiar?” o “¿es realmente imposible esperar medio año más para que comience el jardín?”. Una vez pasada toda esta primera etapa, la pregunta que surge es cómo darse cuenta si está marchando todo bien. Becker-Stoll dice que el mejor indicio es cuando el niño un fin de semana llega, despierta a sus padres con los zapatos en la mano y dice “jardín”.