Cuando se estaba formando el sistema solar, un planeta errante colisionó hace 4.500 millones de años con la joven Tierra. El impacto fundió al chocador con el chocado y desprendió escombros muy calientes que originaron nuestro satélite lunar, a casi 400.000 kilómetros de distancia, y que dos veces al día hace que nuestros mares suban y bajen debido a la atracción de la gravedad lunar. 

Estamos profundamente interconectados con la Luna: así como ella ha ayudado a ralentizar el movimiento de la Tierra, el tamaño de nuestro planeta ha conseguido que la rotación lunar se sincronice con nosotros, de tal suerte que siempre vemos solo una cara de la luna. Aunque equivocadamente asociamos la Luna con la noche, en realidad no es un astro que puede ser confinado a la oscuridad, pues pasa la mitad de su tiempo en el cielo diurno. 

El sueño del viaje y los lunáticos
En el ámbito de los cómics, Snoopy llegó a la Luna antes que la NASA. A mediados de la década del 50, Tintín también logró pisar la Luna. Y, antes que los humanos, fue una perra, Laika, la que en una misión espacial soviética flotó por el espacio. En español, francés e inglés, la luna es considerada una ‘ella’, es femenina; en cambio, en alemán, luna es masculino.

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Vista de cerca, la luna parece muerta. Eso lo sabemos después de los viajes espaciales, pero en la antigüedad no se sabía que el satélite estaba vacío y por eso la imaginación lo pobló con muchas historias y leyendas. Hay tradiciones que cuentan que la Luna es el lugar adonde llega todo lo que en la Tierra desaparece. Ariosto, en Orlando furioso, consigue que su amigo Astolfo vuele a la luna para que él encuentre la razón que ha perdido Orlando: “la luna roba especialmente la razón y hace enloquecer, por lo que a los locos también se los conoce como lunáticos”.

La forma de la Luna ha estimulado la imaginación, pues el satélite no siempre es redondo, y, dependiendo de si se lo mira desde el norte o desde el sur, puede ser una hoz o un gajo. Y, si no nos basamos en nociones astronómicas, la Luna siempre sorprende apareciendo en un lugar inesperado. Por eso, el novelista Robert Louis Stevenson, el de La isla del tesoro, escribía con un almanaque para apoyar sus descripciones de la luna.

El pensador alemán Joaquim Kalka, en La luna: influjo, arte y pensamiento (2016), ha examinado varios momentos en que la luna se cuela en el arte. En El barón de Münchhausen se recoge la fantasía popular de que es posible subir a la luna con un zarcillo o una cuerda. Esta es una visión divertida de la luna. En cambio, al final de El proceso, de Franz Kafka, la ejecución de Josef K. se hará a la luz de la luna. Dice Kalka: “La clara luz de la luna hechiza lo que ilumina, pero, como cualquier hechizo, el de la luna también es peligroso”. 

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En un cuento de Nikolái Gógol la luna se fabrica en Hamburgo, lo que lleva a Kalka a pensar que “nada puede ser más local que la luna en la rama de un árbol o sobre una colina”. Como sabemos, la de la luna es luz prestada, pues refleja la del Sol. Y fue H. G. Wells –el autor de la primera gran fantasía de exploración lunar con su novela Los primeros hombres en la Luna (1901)– quien acuñó el nombre de ‘selenitas’ para los habitantes del satélite. Y, como la luna es lo más visible para nuestras ganas de conquista, Julio Verne, en De la Tierra a la Luna (1865), hizo que desde el club de tiro de Baltimore se lanzara un cohete para llegar a ella. La películaViaje a la Luna (1902) de Georges Méliès también nos anticipó este desplazamiento espacial.

Desde la Antigüedad, se pensaba que la mujer amada eclipsaba a las otras mujeres, como lo hacía la luna con las otras estrellas. En Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, “la tristeza y la amenaza retroceden ante el peligro más universal que trae consigo el amor (y por consiguiente la luna, porque esta induce al amor): la locura”. El hecho de que la luna levite ha atraído a muchos poetas y compositores, que la ven mágica, lejana y ligera. También es símbolo de la transformación: “La luna ‘cambia’ rítmicamente y es garante de la transformación eterna, pero también de la eterna vuelta a la forma anterior”. 

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La realidad de la Luna: otro mundo
Se gastó muchísimo dinero para que el hombre pisara la Luna. Por eso tal vez surgió la fantasía de que nunca se llegó allá, y que el alunizaje –que muchos recordamos haber visto en la televisión en transmisión en vivo– más bien   habría sido simulado en un estudio de cine con la colaboración de Stanley Kubrick. Esta parece ser una teoría paranoide, parecida a la del “Incidente Roswell” que aseguraba que un ovni con extraterrestres se había estrellado en Nuevo México. Otra teoría conspirativa sostiene que los nazis llegaron a la Luna utilizando unos “discos volantes del Reich”.

Doce personas han estado en la Luna entre el 20 de julio de 1969 y el 14 de septiembre de 1972). La escritora Dava Sobel, en Los planetas (2005), cuenta que el polvo lunar, que se había impregnado en cascos, trajes e instrumentos de los astronautas, huele a algo parecido a la pólvora o cenizas de una brasa. Y la superficie de la Luna les parecía arena de una playa cuando la contemplaban mirando hacia el sol, pero se volvía gris en la otra dirección, y era negra cuando la colocaban en bolsas plásticas.

La Luna es superseca. En la Tierra, hasta el polvo contiene agua. En cambio, el análisis de las rocas lunares examinadas ha establecido un nuevo estándar de lo que es la sequedad: la total ausencia de agua. Las primeras palabras en la Luna le pertenecen a Buzz Aldrin: “OK. Motor parado”, dichas en el momento de aterrizar el módulo lunar. Gracias a su pasión por futuros proyectos espaciales, su imagen inspiró al soñador astronauta de plástico Buzz Lightyear, de la serie fílmica Toy Story. En cambio, el primer paso fue de Neil Armstrong, quien preparó para esto una frase que se hizo famosa: “Un pequeño paso para un hombre, un salto gigante para la humanidad”. El primer paseo lunar duró un poco más de dos horas y media. 

También la Luna ha traído otras valoraciones económicas. Por ejemplo, un quilate de roca lunar se vendió en una subasta en 1993 por 442.500 dólares. Y en 2001 un mapa lunar usado por los astronautas del Apolo 16, que tenía manchas de polvo lunar, se vendió en 94.000 dólares.

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La Luna es otro mundo. En el entorno lunar, sin aire, el polvo cae al suelo de inmediato. En la Luna el horizonte queda solo a un   par de kilómetros. Todo pesa seis veces menos. Y el satélite se aleja de la Tierra casi cuatro centímetros cada año. Los escasos temblores en la luna son de baja intensidad, casi por debajo de dos en la escala de Richter (si fueran aquí no los sentiríamos). Tal vez ese otro mundo de la Luna fue lo que a Aldrin le hizo decir que era una “magnífica desolación”. (I)