Federico Fellini no es simplemente un referente más en la historia del cine. Sus creaciones dejaron legados en la formación de nuestra personalidad. Descubrir Las noches de Cabiria (1957) a los 14 años en un cine foro de Gerard Raad en un olvidado auditorio de la Zona Naval (en el cine la película era prohibida a menores) fue casi un antes y después en mi vida. Allí Giulietta Masina (genial esposa de Fellini) personifica a una chaplinesca prostituta romana que sufre las injusticias y las penas más terribles.

Cuando el novio con el cual iba a escapar de sus angustias le roba todas sus pertenencias en un abismo desolado, Cabiria grita su desgracia al cielo y se arrastra en la tierra. Al anochecer en una autopista es circundada por adolescentes que cantan y celebran. Ya no queda nada en su viacrucis. Está vacía. Pero la vida sigue: esa sonrisa final trae todo el misterio y la esperanza de la humanidad.