La historia de Guayaquil colonial y su independencia se puede leer en cuantiosos libros. Aunque también se puede leer del ‘puño y letra’ de sus protagonistas, al menos de quienes pudieron conservar por escrito los relatos de esas épocas.

Ese tesoro histórico reposa en el Archivo Histórico Camilo Destruge de la Biblioteca Municipal. Su custodia es Gladys Cisneros Torres, bibliotecaria de la institución desde 1992. Ella es licenciada y máster en Bibliotecología y Archivo. “Me incorporé junto con un grupo de bibliotecarios para trabajar en la recuperación de la imagen de esta institución y ‘poner en orden la casa’”, relata Cisneros de esa época. “Rescatando fondos bibliográficos y documentos valiosos maltratados... reclasificando cada uno de ellos”.

El Archivo también guarda 13 898 periódicos de 1821 a 1920, y 1103 libros.

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Pero hojear y repasar las memorias de hace casi 400 años (el texto más antiguo del archivo data de 1640) es más fácil escribirlo que hacerlo.

Del oficio de la paleografía

El Archivo Histórico Municipal preserva registros de los años 1640 a 1900, como las actas del cabildo colonial y republicano (contenidas en una vitrina de vidrio con llave) y el archivo de la Gobernación (desde 1724). Todo esto distribuido en 1649 tomos. Son alrededor de 500 000 textos, aproxima Cisneros.

Desde hace quince años, ella se ha dedicado a procesar la información de estas inscripciones, empezando por las más antiguas, producidas a mano. Esto significa descifrar palabras envueltas en trazos ilegibles, poco familiares con nuestra forma de escribir hoy. Pero en algunos casos también son rasgos muy bellos y casi artísticos.

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Los registros más antiguos del Cabildo datan de 1640.

En contraste con una ligera disfonía en su voz, el entusiasmo de Gladys por mostrarnos los tesoros del Archivo Histórico es más que formidable. Justamente nos abre las actas más remotas de la ciudad. Se trata de una papelería frágil y un poco apolillada, que ha sobrevivido a condiciones climáticas desfavorables y manipulación indebida, antes de ser resguardada apropiadamente. Están elaboradas con un alfabeto de curvas abiertas, como hilos sueltos, que parecen extenderse en las mayúsculas.

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Los manifiestos de la Revolución del 9 de Octubre de 1820, firmados por el prócer y poeta José Joaquín de Olmedo, en cambio, se leen con mayor precisión, gracias a una letra más definida, pero igual de enigmática.

Luego de leer y entender estos papeles, la bibliotecaria ingresa en un banco de datos digital un resumen sobre su contenido. Así puede catalogar la información por temas o periodos.

Este conjunto de tareas la ha convertido en una especie de paleógrafa sin título. La paleografía estudia las escrituras antiguas, para determinar su origen y evolución, así como clasificar los testimonios escritos. Como un arqueólogo de las letras debilitadas por el tiempo. Así se facilita el estudio de la historia a partir de sus fuentes originales.

“Un benefactor del Archivo fue el doctor Carlos Matamoros Trujillo (filatelista, numismático, historiador y autor de estudios sobre Guayaquil), él tuvo la gentileza de donarnos tres tomos de Paleografía española, un vademécum de esta actividad y de gran ayuda en nuestro diario trabajo”, resalta Cisneros.

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Espíritu bibliófilo

Entre las tareas de un bibliotecario están la de organizar, clasificar y catalogar la información almacenada en libros, archivos y documentos, de modo que puedan ser consultados con facilidad. Y en esa línea también son asesores de los usuarios, pues deben ayudarles en sus dudas con presteza y disposición.

Otra pieza literaria de gran valor es una edición que parece ‘de bolsillo’ por su tamaño, del poemario La victoria de Junín, Canto a Bolívar, de Olmedo e impresa en París en 1826.

Antes del AHM, recuerda, ella prestaba estas labores en la sala Carlos Rolando, conocida como la biblioteca de autores nacionales. Allí potenció su apego a la literatura ecuatoriana y al trato con el público. Desde que está a cargo del AHM aprendió a valorar mucho más la historia a partir de este acercamiento íntimo con las letras y el pulso personal de sus protagonistas.

“Absolutamente todos los documentos, sin excepción, son importantes”, reconoce. “Es la vida de las personas a nivel social, económico y político; de dónde venimos, a dónde caminamos, es el proceso para la transformación y adelanto de la ciudad y del país.”

Uno de los escritos que más le han conmovido es el nombramiento de Eugenio Espejo como bibliotecario de la Real Biblioteca de Quito, proveniente de España, en 1794. “Como bibliotecaria siento orgullo de poseer en el Archivo de la ciudad este documento”. Espejo es considerado el primer bibliotecario del país y bajo estas líneas aparece su designación a este cargo.

A la fecha, dice Gladys, puede comprender hasta el 80 % de la mayoría de los textos en sus manos, otros sí en su totalidad. En total se han procesado 39 824 documentos, hasta el año 1835, en el banco de datos actualmente. “Lástima me daría no llegar a procesar toda la documentación existente, somos dos personas las que realizamos este trabajo”, menciona Cisneros. Mirella Fernández complementa la actividad.

“Pienso que es necesario preparar a jóvenes que sigan esta trayectoria, con inclinación a esta labor y aprecien, valoren lo que tengan en sus manos, presten el cuidado, la dedicación y sobre todo tengan ese sentido de responsabilidad por conservar y difundir la historia”.

Su aspiración final es que el público pueda acceder digitalmente a la totalidad de estos escritos, una vez que finalice su procesamiento.

Tendremos un banco de datos inmenso y rico para facilidad de los investigadores… sin la manipulación de los documentos físicos, y mirando hacia el futuro llegar a dar servicio en línea como otros archivos, para que puedan desde cualquier lugar del mundo acceder a esta vasta información”.