Puede no haber golpes ni intentos de pegar. No se ha levantado la mano. No hay malas palabras ni insultos. Pero una vez que ocurre hay incomodidad, un mal rato. Se siente desvalorizada, minimizada, anulada.

“No te vistas así porque no me gusta; no salgas a estudiar; no vayas a trabajar porque otros te van a ver; tú no sabes, yo sí”. ¿Le suenan estas expresiones?

Algunos autores lo consideran violencia sutil. “Es una manifestación del maltrato psicológico”, dice la psicóloga clínica Anabelle Arévalo.

“Se trata de una manifestación encubierta, no sutil. Cuando la mujer, producto de estas demostraciones al parecer leves, siente que le están haciendo daño, está recibiendo un acto violento”, puntualiza la especialista en terapia familiar y gestora de servicios integrales de violencia basada en género del Cepam (Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer).

Publicidad

Maltrato es maltrato. Categorizarlo como sutil es decir ‘no me afecta tanto’”, opina la abogada Vivianne Almeida, de la Dirección de la Mujer del Municipio de Guayaquil. Es un acto que genera daño emocional y psicológico imperceptible a la vista, pero con huellas difíciles de quitar.

“Enmascarado” lo llama la psicóloga clínica Paquita Brito Clavijo, porque se disfraza de normalidad y confunde al que lo recibe y a los demás. “El daño se revela como baja autoestima, a veces con depresión sin causa aparente”, causa que surge durante el trabajo terapéutico.

No es cierto que “no es para tanto”

Puede ser un simple gesto imperceptible para terceros. Incluso la víctima, a pesar de que lo percibe, no lo valora en la dimensión que debería y lo minimiza. “Es mejor creer que no está sucediendo”, señala Arévalo.

Publicidad

Otras expresiones son las bromas construidas como indirectas, con la conciencia de que van a lastimar a quien las recibe. Arévalo explica con tan solo saber que estas acciones van a perjudicar, ya se está siendo violento. No hay nada sutil en el hecho de organizar ideas y actuaciones para herir a otro. “Es daño planificado. No quiere que lo descubran ni reconocerlo”.

Dice: ‘Decídete’, pero luego toma la decisión por ti. Si sales, te culpa. Te corrige el modo de vestir, de arreglarte. Te culpa de lo que pasa. La mala situación económica también es por tu causa: no ganas lo suficiente, tu trabajo no vale la pena.

Como asociamos el maltrato con la violencia física, nuestra reacción es tardía. La abogada Almeida indica que el abuso se da a diario con frases como no sirves para nada, eres inútil, debes cumplir con esto para tener valor, para ganar respeto. “Así vamos mermando la autoestima”.

Publicidad

Esto se normaliza, de modo que cuando una mujer recibe maltrato fuera del entorno familiar, le parece natural o no tiene suficiente fuerza para reaccionar: esto no me gusta, me hace sentir mal. En cambio, se aprende a crear excusas: tuvo un mal día, estaba de mal humor, había bebido; ya va a pasar, va a cambiar, ya hablamos, no siempre es así.

Identificar las señales

Como es maltrato enmascarado, hay que detectarlo, para ponerle un alto. A menudo, dice la doctora Brito, se lo confunde con frases de ayuda: Cuántas veces te he dicho… Esto no se hace así... “Dice: ‘Decídete’, pero luego toma la decisión por ti. Si sales, te culpa. Te corrige el modo de vestir, de arreglarte. Te culpa de lo que pasa, a ti o a tu familia. Te convence de todo. Ataca tu historia. La mala situación económica también es por tu causa: no ganas lo suficiente, tu trabajo no vale la pena. No puedes estudiar ahora, los niños te necesitan. Toda la casa es un desorden. Y si tiene una relación extramatrimonial, te dice que no es nada”.

“Son las típicas indirectas: ¿Sí viste a la señora? Se arregla más que tú, deberías verte como ella. No estoy diciéndote eres fea, eres tonta o eres gorda, pero sí se afecta la parte emocional y psicológica”, detalla Carolina Macías, psicóloga clínica de la Fundación María Guare.

Dentro de una relación de pareja, este tipo de comentarios no es percibido por el afectado; al contrario, lo considera una muestra de atención. Sin embargo, la frecuencia de estos ‘llamados de atención’ empiezan a minar la autoestima y autopercepción, hasta que se traducen en situaciones psicosomáticas: dolor de cabeza, estrés, ansiedad, mal humor, depresión, falta de apetito. “Uno empieza a sentir el malestar, es como que algo no nos cuadra, pero no sabemos qué está pasando”.

Publicidad

Cuando se identifica, recomienda Brito, lo primero es hablar con el victimario, hombre o mujer, para que reconozca su error. A partir de eso, se puede cambiar. Si el diálogo no funciona, hay que pedir ayuda a un profesional de parejas de mucha experiencia. “En el fondo, se trata de control”, precisa la especialista, “eso hay que detenerlo”.

No solo en la pareja: maltrato generalizado

La violencia encubierta no solo la ejerce el hombre hacia su pareja mujer, aclara Macías, sino cualquier persona del entorno laboral, familiar o social.

Sí, puede darse de parte de la mujer, y sí, indica Brito, puede ser difícil para un hombre aceptar que su pareja lo maltrata de esta manera, pero se da.

Yo tengo derecho a decirte lo que me está pasando, lo que estoy pensando, lo que estoy sintiendo, y tú también tienes derecho a decirme que no te sientes cómodo con lo que estoy mencionando.

¿Cómo actuar? Primero, haciendo caso a lo que estamos percibiendo y decir: ‘Me estás haciendo sentir mal con lo que dices’, y establecer un límite, aconseja Macías.

Este punto se relaciona con la comunicación asertiva, que consiste en dejar claro a la otra persona cuál es el malestar. Está en el otro receptar ese mensaje y modificar esa conducta. “Si no lo hace, aun sabiendo lo que me está causando, tengo que alejarme, porque esta persona no tiene empatía, carece de inteligencia emocional; es preferible mantenerse distante”, agrega la experta.

¿Puede tratarse simplemente de malos hábitos? Macías hace hincapié en que existen casos en que la pareja busca una comunicación sincera y directa, sin intención de herir, pero apenas percibe que ante su comentario hay dolor, debe modificar lo que dice.

“Lo adecuado es que haya respeto. Yo tengo derecho a decirte lo que me está pasando, lo que estoy pensando, lo que estoy sintiendo, y tú también tienes derecho a decirme que no te sientes cómodo con lo que estoy mencionando, es un ceder, un dando y dando”, detalla.

En tanto, Melba Ruiz, psicóloga clínica de la Fundación María Guare, manifiesta que esta forma de violencia se ejerce, de forma consciente o inconsciente, dentro del micromachismo, una serie de prácticas legitimadas por el entorno social, en contraste con otras violencias denunciadas y condenadas.

A decir de las expertas, el problema radica en que se ha normalizado este tipo de violencia dentro de la comunicación, creando una tolerancia errada, que permite que el nivel de maltrato aumente.

Así, los comentarios indirectos pasan a la broma, la descalificación, la humillación, hasta que llegan los insultos. “Pero no hay necesidad de llegar hasta ese punto, justamente cuando nos estamos sintiendo incómodas con el comentario de una persona, sea pareja, familiar, compañero de trabajo, tenemos que establecer un alto”, afirma Macías.

El agresor sutil, ¿cómo enfrentarlo?

La normalización también alcanza al maltratante, indica la abogada Almeida. Si se lo confronta, dice que fue broma, que la otra persona exagera, que así se hacía en su casa; que si no hubo contacto físico, no fue agresión.

Justamente cuando nos estamos sintiendo incómodas con el comentario de una persona, sea pareja, familiar, compañero de trabajo, tenemos que establecer un alto.

A decir de la psicóloga Anabelle Arévalo, es difícil intentar señalar en concreto las características de este tipo de agresor. A rasgos generales, es alguien que se percibe inferior a los demás, incluso hacia su pareja.

Todo el que ejerce violencia sobre otro ha construido una autoestima muy pobre o no acorde con su realidad. Trata de proyectarse en la disminución del otro, porque eso le hace creer que su autoestima sube”, ilustra.

Cuando entablan una relación con una persona de mayores recursos o mejor educación, tratan de subir su propia estima a partir del sometimiento, entablando una relación de poder sobre ella.

Es difícil reconocerlo, “sobre todo en el enamoramiento, porque uno se vuelve un poco ciego a ciertas evidencias, y el otro también oculta algunas formas de actuar”. Sin embargo, ante la primera señal de daño, actúe. “Pregunte: ¿qué significa lo que me estás diciendo? Indague más sobre su vida, en especial cómo ha crecido, porque la violencia es aprendida. Conozca qué piensa de mujeres con una mejor situación”, recomienda la gestora. Tal vez eso le permita replantear ese vínculo.

Un peligroso juego de roles

“Si notamos que con nuestra pareja sentimos miedo o temor de hacer o decir algo, se nos tiene que encender una señal de alerta, pues el miedo no tiene cabida en una relación sana, es una mala señal”, recalca la psicóloga clínica española Helena Romeu Llabrés.

¿Por qué este miedo afecta más a las mujeres? Almeida explica que a ellas se las relaciona con las labores de cuidado. Y se supedita su valor a que cumpla con ciertos roles o estándares sociales, muchos de los cuales tienen que ver con la apariencia: vestimenta, peso, “se asocia nuestro aspecto físico con la aceptación”.

Los roles de género, explica Arévalo, son posiciones sociales adquiridas sobre lo que hombres y mujeres son y deben hacer. Por ejemplo, que la mujer debe sostener la familia unida, aun en perjuicio de su autoestima y salud mental.

“Los medios, la publicidad, grupos sociales y religiosos refuerzan los patrones socioculturales de una sociedad patriarcal, machista, sexista y violenta”. Por eso la violencia se va en contra de lo que significa ser femenino o mujer, porque representa lo de ‘segunda categoría’. “Para quienes siguen esos patrones, el resto son afeminados o débiles, porque no entran en los cánones de lo tradicional”.

El ciclo de la violencia

El maltrato psicológico es el primer paso del ciclo de violencia. Se manifiesta por medio de manipulación, descalificación, celos patológicos, aislamiento, control. Esta acciones conforma la etapa de tensión. “Cuando aumenta, llega la explosión: gritan, pegan, insultan”, dice Anabelle Arévalo.

No acepta la separación y la busca, la engaña, la convence; ella vuelve a confiar y él se venga por haber tomado la decisión de separarse. Es entonces cuando ocurren los femicidios.

A esto le sigue un periodo de separación y arrepentimiento. “La víctima se separa, se enoja, se resiente y él suele ‘arrepentirse’ para mantener el poder sobre ella. La esperanza de ella es que haya cambios. Y vuelve a creer”. Allí aparece la etapa de reconciliación o luna de miel.

Pero como no hay cambios verdaderos, se repite el ciclo. Y en el tiempo, las fases pueden ir acortándose y agravándose”.

Para romper el ciclo es importante ser consciente de lo que está ocurriendo. Solicitar intervención especializada es crucial. Existe el apoyo especializado de la red nacional de centros de atención y casas de acogida para víctimas de violencia de género.

“Las mujeres deben buscar apoyo en un mediador que pueda ser espejo de sus reflexiones, para desnaturalizar esos actos violentos que ella ha recibido y que incluso ha justificado”.

A pedido de ellas, el agresor podría acceder al mediador; no obstante, señala Arévalo, es una estrategia para retomar la relación y convencerla de regresar. “Van al psicólogo a quejarse de ella, a justificar sus comportamientos”. Nuevamente, no hay conciencia plena de hacer cambios. Es parte de un juego patológico. “Sí he atendido a hombres que han querido cambiar, es posible. Es un proceso de dos, tres, cinco años”. Nunca es de un día para otro.

Otra forma de liberarse es denunciar y recibir medidas de protección. “Pero la pareja, como la conoce tanto, sabe cuál es su debilidad y puede seguir accediendo a ella para continuar violentándola. O simplemente no acepta la separación y la busca, la engaña, la convence, ella vuelve a confiar y él se venga por haber tomado la decisión de separarse. Es entonces cuando ocurren los femicidios”.

La sociedad, reitera la experta, ha naturalizado estas situaciones violentas. “Así se cree que los conflictos son normales en la pareja. Pero no es normal que alguien le haga daño en una relación”. Por eso es vital hablar cada vez más sobre el maltrato encubierto, para detenerlo y que no se convierta en físico. “Poder decírselo a la pareja y que lo reconozca y analice si quiere seguir ese comportamiento. Se puede aprender y cambiar”.

Mensajes desde la cuna

Quien crece sin parámetros para identificar y comunicar lo que hace daño, no puede detener el maltrato a tiempo.

Por eso son muy importantes, dice Almeida, los mensajes que damos a los niños y niñas; se convierten en herramientas para que sepan cómo tratar a los demás y cómo permitir que los traten; cómo delimitar las relaciones y expresar si algo los incomoda. No se trata de ser extrovertidos; estar alertas del propio bienestar es independiente del tipo de personalidad.

La atadura de la dependencia

El maltrato empieza por lo invisible; y si el agredido o la agredida no logra identificar las señales, esto avanzará, tal vez por años; cuando la persona reaccione o quiera salir de esa dinámica, la violencia encontrará otras vías: lo físico, lo económico.

Cuando una niña y una adolescente tienen acceso a la educación, hasta llegar al nivel superior, se hace evidente en la familia un cambio generacional.

“Es frecuente que las madres digan que no pueden romper el círculo de violencia porque no tienen a dónde ir ni cómo dar de comer a sus hijos, cómo educarlos”, comenta Almeida. Prefieren entonces soportar. Por eso, el agresor procura tener la economía familiar bajo su control. “Incluso siendo generadoras de ingresos, tienen que entregarlos, no pueden decidir cómo distribuirlos”.

Estudios mundiales sobre la pobreza vinculan la salida de este problema al acceso a la educación, que cambia la mirada y permite descubrir los talentos y las habilidades, y disipar el miedo. “Es fácil juzgar y decir esta mujer permanece ahí aunque la maltraten, ¡qué tonta! El miedo incapacita para defenderse”.

Cuando una niña y una adolescente tienen acceso a la educación, hasta llegar al nivel superior, señala la abogada, se hace evidente en la familia un cambio generacional. “En mi familia materna, por ejemplo, las mujeres de generaciones anteriores rompieron un círculo de pobreza, accedieron a estudios universitarios y eso permitió que las demás pudiéramos tener otra mirada”.

Herramientas de prevención

La violencia es un tema a tratar con hombres y mujeres, para cambiar las estructuras normalizadas que se repiten de generación en generación.

Almeida resalta dos aspectos importantes:

  • Empezar a edad temprana, trabajando con niños y niñas.
  • Desarrollar paternidad y maternidad en torno al afecto.

Es importante tener un sistema de justicia capaz de ofrecer respuesta oportuna, pero más aún que la restitución a la víctima, que tiene un alto costo, Almeida considera necesario deconstruir desde la infancia patrones de maltrato y cambiarlos por elementos para construir relaciones sanas entre niños y niñas. (D. V., G. Q. y C. G.)