Jeremy Kauffman, de 21 años, disfrutaba su tercer año en Kenyon College cuando hace dos meses tuvo que regresar a la casa familiar. Es el mayor tiempo que ha vivido bajo el techo de sus padres en dos años, pero no es la casa de 370 metros cuadrados en la que creció. Sus padres, pensando que estaban a punto de tener el nido vacío, acababan de mudarse a un lugar cercano de la mitad del tamaño, en Cleveland Heights, Ohio. Han estado allí con sus tres hijos que terminan el año escolar en línea trabajando desde “cualquier espacio libre que haya disponible”, dijo su madre, Lucene Wisniewski.

Inicialmente, “mis padres volvieron al modo de crianza del bachillerato”, dijo Kauffman, pues, constantemente veían en qué andaba. “Yo les decía: ‘Oye, mamá, puedo hacer mi tarea y mis quehaceres. Puedo hacer todo lo que necesito hacer’”. La falta de privacidad también es un problema. “Puedes escuchar cualquier cosa desde cualquier lugar de esa casa. Es un poco incómodo cuando estás en una llamada telefónica personal”.

Muchos padres cuyos hijos adultos se habían marchado para empezar su propia vida independiente están navegando por una compleja e inesperada situación de convivencia, ya que el COVID-19 les ha obligado a estar juntos en cuarentena. Es una situación propicia para el conflicto.

Publicidad

Steve Simms, terapeuta matrimonial y familiar certificado y director del Centro de Capacitación en Terapia Infantil y Familiar de Filadelfia, afirma que aquello que convierte esta situación en algo único no es solo que los adultos jóvenes estén en casa, “sino que están en casa y no pueden ir a ninguna parte. Todos están atrapados en la misma casa juntos por un periodo prolongado”.

Para allanar el camino hacia una relación armoniosa, dijo que es importante que los padres reconozcan la angustia que sin duda sienten sus hijos por la dificultad de ser despojados de las vidas que estaban viviendo y ahora estar en una situación inesperada. Estar en sintonía con ese proceso, así como expresar simpatía y empatía puede ayudar mucho a evitar las disputas, afirmó.

Carl Pickhardt, psicólogo y autor del blog Surviving Your Child’s Adolescence (Sobrevivir a la adolescencia de tu hijo) de Psychology Today, dijo que, para los adultos jóvenes, volver a casa puede sentirse como una regresión, pues pasan de vivir de manera independiente a ser nuevamente dependientes. “Cuanto más reducido sea el espacio, las pequeñas diferencias podrán ser más abrasivas”. Recomendó que se establecieran reglas básicas para la convivencia y que se remediaran las diferencias en el estilo de vida. Esto incluye la elaboración de un contrato para gestionar las responsabilidades del hogar, por ejemplo, la forma en que una familia compartirá el mismo baño, lavadora, secadora y refrigerador.

Publicidad

En lugar de quejarse de que el hijo adulto está siendo ‘desordenado’ e ‘irresponsable’, lo que puede ser incendiario, dijo que a los padres les conviene acordar cómo y cuándo se usa la cocina y dejar claro que los platos sucios deben lavarse y guardarse después de las comidas.

“Las generalidades pueden intensificar el conflicto. Los detalles pueden calmarlo”, señaló. Las peticiones deben ser redactadas con cortesía, en lugar de como un edicto: “Sabemos que a ambos les gusta quedarse despiertos más tarde que a nosotros. Les queremos pedir que bajen el volumen del televisor para que podamos dormir”.

Publicidad

Rosalind Wiseman, cofundadora de Culturas de la Dignidad, que trabaja con padres, educadores y jóvenes para superar con éxito los retos de entrar en la edad adulta, dijo que es importante que los padres no vuelvan a las viejas pautas de tratar con condescendencia a sus hijos adultos y que, en cambio, los traten más como iguales. Aferrarse al concepto de que “‘Es mi casa y harás lo que yo diga’: ese paradigma dominante no funciona”, explicó. En una época en la que las familias están encerradas y no tienen a dónde ir, sugiere tener reuniones regulares de familia, las que cualquier miembro puede convocar si sienten que hay un problema.

Se puede hacer un recuento en el que cada uno se toma un minuto para decir cómo se siente, describir una cosa que le gustaría ver que cambiase y cómo todos pueden contribuir a ese cambio.

La dinámica cambia cuando la pareja de un hijo adulto se une a la cuarentena familiar. David Chodirker y Shira Deener ya tenían a sus tres hijos, de 17, 15 y 13 años, viviendo con ellos en su casa de Newton, Massachusetts, cuando su hija de 25 años y su novio vinieron desde Brooklyn para lo que pensaron que sería una visita de fin de semana a mediados de marzo. Nunca se fueron. “Hemos estado conociendo a un novio que no conocíamos tan bien”, dijo Deener, que trabaja como directora de una organización internacional de educación sin fines de lucro. Chodirker, un médico general, expresó que ha sido un buen compañero; dejó que su hijo de 17 años le cortara el cabello y encontró pesas a través de Facebook Marketplace a fin de hacer un gimnasio en casa para la familia, “lo cual para mí es una señal de que no se irán pronto”, comentó Chodirker. Pero bromeó con que hay una ventaja: en caso de que los dos se casen, habrá mucho material para los brindis de la boda.

Cuando las complejidades de esta nueva normalidad se vuelven particularmente desalentadoras, puede ser útil centrarse en las formas de ayudar a los demás. Stephanie Coontz, directora de investigación y educación pública del Consejo de Familias Contemporáneas y autora de “The Way We Never Were: American Families and the Nostalgia Trap”, dijo que la investigación muestra que ayudar a los demás puede conducir a un mayor sentido de felicidad y autoestima. “Así que, en lugar de tratar de encontrar maneras de divertirnos como familia, piensa en formas en que toda la familia pueda contribuir a las tremendas necesidades de personas en otros lugares que están hambrientas, están dolidas o sobrecargadas de trabajo por ser proveedores de servicios médicos o trabajadores esenciales”, dijo.

Publicidad

Molly Holcomb y su hijo de 19 años, Teddy, han pasado las noches de los martes preparando 25 bolsas de almuerzo que son distribuidas a las personas sin hogar y a otros necesitados por la Iniciativa de Ayuda de Chicago. Teddy estaba terminando su segundo año en la Universidad de Emerson en Boston cuando se mudó de nuevo a la casa de su madre en un apartamento de 120 metros cuadrados en el centro de Chicago. Trabajar juntos en un proyecto de caridad ha ayudado a templar algunas de las tensiones latentes a las que se enfrentan sobre el horario nocturno que prefiere Teddy y sus discordantes estándares de limpieza.

“El perro ni siquiera puede entrar a su habitación porque hay tantas cosas”, declaró Holcomb. Pero Teddy dijo que no se sentía perturbado por estas disputas. “Hay cosas más importantes de las que preocuparse”, dijo. Algunos de sus amigos en la escuela tienen relaciones problemáticas con sus padres o se encuentran en dificultades financieras y no tienen a dónde ir. “Me siento afortunado de poder regresar”.

Otras familias también están viendo los efectos positivos. “Todas las noches nos sentamos juntos para cenar y es realmente asombroso”, sostuvo Deener.

Jeremy Kauffman dijo que había disfrutado acercándose a sus dos hermanos en los últimos meses. Antes de que la COVID-19 los reuniera a todos, recordó haberle dicho a su madre que deseaba que llegara un momento en que todos pudieran vivir en la misma casa de nuevo. “Supongo que, de cierta manera, mi deseo se hizo realidad, pero no en las circunstancias más ideales”.

En una foto sin fecha proporcionada por Lucene Wisniewski: Jeremy Kauffman, de 21 años, a la izquierda, y Eli Kauffman, de 23 años, a la derecha, se mudaron de nuevo con su hermana Ruby Kauffman, de 17 años, y sus padres Erick Kauffman y Lucene Wisniewski en Cleveland Heights, Ohio, al comienzo del confinamiento por el coronavirus. (Vía Lucene Wisniewski vía The New York Times) (I)