A mediados de marzo, entre los lugares de encuentro que debieron cerrar sus puertas estuvieron las iglesias, templos, sinagogas y centros religiosos. Numerosos fieles sintieron que se quedaban sin ese refugio. El salto les recordó que la comunidad, como todo organismo vivo, es capaz de adaptarse, sobrevivir y florecer.

La fe (la relación con lo divino, no la religiosidad) es fundamental para la salud mental y emocional, considera la psicóloga clínica Mónica Llanos Encalada. “Da esperanza en los momentos difíciles y nos ayuda a vivir con sentido, a encontrar el propósito en cada situación. En la oración ocurre lo que en psicología se denomina catarsis, sacar y procesar lo que está reprimido en el pensamiento y en el corazón, para alcanzar estabilidad”.

En la psicoterapia las personas que se apoyan en la fe logran resultados más rápidos, observa Llanos. “En esta cuarentena se evidenció en los creyentes; ser afirmados en su fe les ayudó mucho”.

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Predicación diligente que sigue dando frutos

A los 73 años, Isabel Donoso sobresale por su habilidad para manejar varios dispositivos tecnológicos al mismo tiempo (hasta cuatro simultáneamente) para predicar las buenas noticias del Reino de Dios, obra en la que participa como miembro de la organización de los Testigos de Jehová, a la que pertenece desde hace 51 años.

Aunque desde marzo, mes en que los Testigos de Jehová decidieron suspender las reuniones presenciales en todo el mundo, Isabel dejó de verse con otros en el Salón del Reino. Asegura que nunca perdió conexión con sus hermanos en la fe y amigos. “Se suspendieron las reuniones y la predicación de casa en casa, pero inmediatamente se hicieron los arreglos para que la obra continúe a través del teléfono, carta o videollamada”, explica.

Ofrecer consuelo y esperanza a los demás tiene también un efecto positivo sobre ella.

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“Todo cambio genera cierto grado de ansiedad, pero estar ocupados en nuestra obra de predicación virtual, ayudar con nuestro mensaje de la Biblia a las personas que se encuentran angustiadas, hace que nos sintamos tranquilos”.

“Además, pertenecer a una organización mundial que nos cuida, que se preocupa por nuestro bienestar físico y espiritual nos confirma que estamos haciendo lo correcto”.

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Los hogares, bendecidos como lugares de adoración

Franklin Toral Villón, de 55 años y miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días desde hace 44, cree que la cuarentena provocó que cada hogar se fortaleciera como centro de adoración.

Aunque cada familia ya tenía una rutina espiritual en casa, este año, y para mantener el distanciamiento, recibió privilegios especiales como la autorización del obispo para bendecir la Santa Cena en su hogar. “Cada domingo me pongo mi camisa blanca, mi corbata y oficio tal como si lo hiciera en la misma capilla o edificio de la Iglesia, con la misma solemnidad y respeto”, detalla. Ese día, también se une vía Zoom para la adoración que proveen sus líderes.

Desde hace dos años, explica, su adoración ya fue dividida en dos partes: la primera, de forma tradicional los domingos en la iglesia, y luego cada familia reforzaba en casa su estudio semanal. “La Iglesia nos proveyó de manuales de clase de estudio individual y familiar, para que tengamos más tiempo en casa para nuestra otra parte de los servicios de adoración dominicales. Eso ha bendecido a todas las personas de nuestra fe, ha sido llevar la Iglesia tradicional dominical a cada hogar”, resalta.

En estos meses, asegura, su fe ha sido impactada pues ha buscado a Dios de una manera más consciente y ha visto su mano en medio del caos.

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Creyentes con capacidad de liderar cambios

Daniel Ávila, cristiano evangélico, describe el inicio de la pandemia como un golpe. “A mediados de marzo se cancelaron las reuniones, hasta septiembre.” ¿Qué produjo esto? Una revaloración de lo presencial. Un nuevo impulso para las plataformas digitales. Mayor alcance. Más personas y canales.

Pero también lo ve como un acercamiento a los inicios de la iglesia cristiana. “Hemos regresado a lo que debimos ser siempre. Una comunidad de fe que crece desde el núcleo familiar”. El joven ministro de grupos pequeños lo ha experimentado personalmente. “Hemos estado más tiempo con la familia. “Para los creyentes, el liderazgo de cada hombre es muy importante”. Los Ávila tuvieron una bebé en agosto. Decidieron recibirla en casa. Se capacitaron, oraron y lo hicieron. “Fue el mejor parto de los cuatro que hemos tenido”.

Daniel cree que las iglesias han sabido surfear la ola del cambio. “Es desafiante, no sabemos lo que va a pasar, los aforos siguen controlados”, y adaptar un culto de dos horas a una videoconferencia de 60 minutos es un reto.

La virtualidad toca lo emocional. “En cámara, todos nos ponemos una máscara. El que no quiere que lo vean, la apaga. Pero esas interacciones, que pueden ser o no más honestas, derivan en reuniones personales más breves, pero más deseadas y mejor aprovechadas”, dice Daniel, quien en 2019 ya estaba conduciendo grupos virtuales en hogares, sin saber lo que se avecinaba. “La pandemia no hizo sino acelerar el cambio”.

El servicio sigue siendo un llamado desafiante

El día en que conversamos, Julio César Zambrano acababa de cerrar la sesión de la misa virtual de un sacerdote de su comunidad fallecido en Quito. La velación y el sepelio, que un año antes habrían significado un vuelo a primera hora, se transmitieron por video.

Julio César pertenece a la Comunidad de Vida Cristiana (CVX), asociación laica internacional que comparte la espiritualidad de san Ignacio de Loyola. Son grupos de 8-10 personas que se reúnen en casa para adoración y formación, y para celebrar. La presencialidad es altamente valorada.

“Antes de la pandemia, era muy difícil cambiarnos el 'chip' a la virtualidad”. Las personas preferían viajar a ver la misa por Facebook. Eso dio un giro en marzo. Adquirieron una cuenta de Zoom sobre la marcha. La comunidad nacional se unió, las actividades de cada ciudad se volvieron nacionales y la frecuencia subió.

El apostolado y servicio social es un aspecto que ha mermado. “Hemos buscado otras formas de compartir en lo espiritual y en lo psicológico”. Uno de los apostolados de los jóvenes ha sido enseñar a los mayores a utilizar las herramientas virtuales. Se proyectan a nuevas formas de acción. “Estamos en campañas de ayuda social en Navidad. No vamos a hacer fiestas para niños, pero enviaremos ayuda a las familias. Parte de nuestro carisma es servir a los demás”.

Una historia de adaptación y conexión espiritual

En la fe judía es importantísima la vida comunitaria. “Y la comunidad respondió”, comenta Eduardo Blusztein. Hay proyectos sociales y gente que quiere participar, añade su amigo, el rabino Mendy Fried. “Antes de buscarlos, vinieron a mí”.

Las reuniones de la Comunidad Judía de Guayaquil cesaron entre marzo y julio. Luego de implementar medidas de bioseguridad, que impiden prácticas como comer juntos, decidieron abrirse a las reuniones por video.

Diversificar ha sido la clave. Se ha creado una conexión más personal. El que no pudo asistir a Jánuca, recibió una llamada o estuvo en un grupo de Zoom y festejó en casa. También hay horarios off. Quienes se cuidan de estar en grupo, acuden después de la reunión a hablar con el rabino.

Hay más tiempo para lo espiritual. “Nos reunimos más”, acota Fried. De domingo a viernes, dos veces al día. “Y mucha gente me llama a contar que está profundizando en sus conocimientos”. Motivado a apoyar, elaboró una serie de guías para que cada quien supiera cómo llevar las festividades judías, desde la comida hasta las lecturas. Muchos celebraron por primera vez en casa el Pésaj, la conmemoración de la salida de Egipto. Se vieron apremiados a aprender para guiar a sus hijos, como hicieron sus padres y abuelos.

“La conexión espiritual no se perdió en las épocas más negras que tuvimos, ni durante los años del Holocausto”, reflexiona Blusztein. “Menos ahora, con la tecnología que hay. El pueblo judío se adaptó a cualquier circunstancia”.

El no apego, la clave

Jorge Luis Escobar, de 53 años, practica la filosofía budista en su vida desde hace más de dos décadas, pero el aislamiento y la pandemia pusieron definitivamente a prueba (y fortalecieron) ese ejercicio.

El no apego, uno de los pilares fundamentales de esa filosofía, fue de gran utilidad durante esos meses y el ser capaz de adaptarse rápidamente a cambios radicales como los ocurridos. Así mismo, su meditación aumentó la frecuencia al permanecer durante un periodo mayor en casa.

Como una forma de contención colectiva organizó algunos webinarios a los que llamó "tertulias terapéuticas", para compartir esa paz que se estaba procurando para sí mismo con otros. "Dentro de la filosofía budista está el sentir compasión por el prójimo, compartir la luz que se consigue al despertar la conciencia con otras personas para acompañarlos en su despertar consciente, sin obligarlos", explica el también psicólogo. (I)