Que yo siempre recuerde que, en este mundo, solo el Verdadero Amor puede competir con otros tipos de amor. Cuando lo damos todo, no tenemos nada más que perder.

Y cuando el miedo, la envidia, el tedio y la rutina se desvanecen, todo lo que queda es la luz de un vacío que ya no nos asusta, sino que nos acerca los unos a los otros.

Esa luz siempre está cambiando, y eso precisamente es lo que la hace bella y llena de sorpresas, no siempre las sorpresas que tanto esperamos, sino tal vez aquellas con las que nosotros podemos vivir.

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Virtudes que podemos practicar en cualquier momento, simples virtudes que componen el Supremo Don del Amor. Paciencia: El amor es paciente. Bondad... y es bondadoso. Generosidad: el amor no envidia. Humildad: tampoco se jacta ni es arrogante. Cortesía: no es grosero. Altruista: no insiste en salirse con la suya. Calmado: no es irritable. Inocente: no es rencoroso.

Trata, de cuando en cuando, de dejarte llevar por la noche. Mira las estrellas y trata de embriagarte en el sentido del infinito. La noche, con todos sus encantos, es otro camino a la iluminación. Justo como un pozo oscuro tiene, en el fondo, agua capaz de saciar la sed, así la noche, cuyo misterio nos acerca más a Dios, tiene escondidas entre sus sombras una llamarada capaz de encender un fuego en nuestras almas.

Un hombre feliz es un hombre que lleva a Dios dentro de sí. Y la felicidad puede encontrarse en un simple grano de arena del desierto. La peor cosa es escoger un camino y luego pasar el resto de nuestra vida preguntándonos si hemos tomado la decisión correcta. Ninguno puede hacer una elección sin sentir algo de temor.

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Si no tenemos miedo de la oscuridad, es porque pertenecemos a la luz. El amor es también una cosa misteriosa: mientras más lo damos, más crece.

Dios está cercano a nosotros, independientemente de qué tipo de oraciones elevamos a él.

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Toma la oportunidad que te se ofrece en medio de la tragedia: no todo el mundo puede hacerlo. (O)