Todos los domingos apenas amanece, cuando gran parte de la ciudad todavía duerme, un grupo de hombres se reúnen en el pasto crecido de un parque público en un barrio calmado de la capital de Surinam, el país más pequeño de Suramérica. Se juntan y callan.

Llevan jaulas y dentro de cada una, un ave cantora: un picolete, un rowti, un semillero piquigrande, que en el país se conoce con el nombre mucho más musical de twa-twa. Durante las siguientes horas, los hombres se inclinan, silenciosos y concentrados y escuchan a los pájaros, mientras los jueces toman nota de la duración de las ráfagas de canto y califican la actuación de cada cantante en una pizarra.

La audiencia está absorta, sin embargo, los entrenadores acogen las victorias y las derrotas con la misma cortesía silenciosa que ha caracterizado la mañana.

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Las competencias de canto de aves, una suerte de Batalla de las Bandas entre aves tropicales adiestradas, son una obsesión nacional en Surinam. Es un pasatiempo más parecido a la meditación que a los deportes adrenalínicos que encienden pasiones en otros países, pero detrás hay años de entrenamiento, miles de dólares en inversiones y una comunidad muy estrecha que, en silencio, se resiste al ritmo del mundo moderno.

A algunas personas les gusta el futbol o el basquetbol”, dijo Derick Watson, un oficial de policía que en sus días libres fuma puros y ayuda a organizar las competencias. “Este es nuestro deporte. Es un modo de vida”.

Las aves son las mascotas más populares de Surinam, un país de medio millón de habitantes situado en la esquina atlántica de Suramérica, donde una inmaculada selva tropical alberga uno de los ecosistemas más diversos del planeta. No es inusual ver jaulas con loros y otras aves tropicales en las cafeterías y mercados del país e incluso en los buses del transporte público.

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El campeonato anual de canto de aves, que culmina en las eliminatorias que se emiten en cadena nacional cada diciembre, atrae a un centenar de competidores que se enfrentan por los trofeos y un momento de gloria nacional.

En Surinam, los pájaros más exitosos, con vigor reconocido, se venden hasta por 15.000 dólares, una fortuna para un agricultor pobre en la excolonia holandesa que se independizó en 1975. Pero parte del atractivo del deporte es que, de entrada, es accesible a todo el mundo y cualquiera puede encontrar aves jóvenes sin entrenar por apenas unos dólares en las tiendas de mascotas.

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Es una tradición”, dijo Arun Jaimsi, un dueño surinamés de una tienda de animales y uno de los campeones de la competencia del año pasado. “Crecimos con ella”.

Entrenar a un pájaro cantor requiere experiencia así como mucha paciencia y perseverancia. Para aumentar la resistencia del canto de las aves, los aficionados pasan años estimulándolas con interacciones, regulando sus dietas y acercándolas a compañeros machos o hembras según intrincadas estrategias de entrenamiento diseñadas para incitar los comportamientos de cortejo o competencia de cada ejemplar.

“Los observas constantemente en casa, observas su comportamiento”, dijo Watson, el policía.

Es una labor meticulosa y repetitiva, pero también una inversión a largo plazo. Algunas aves llegan a vivir hasta 30 años, una carrera que supera con creces a la de la mayoría de los atletas profesionales.

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Surinam es un país diverso, herencia del sistema colonial holandés que trajo a personas en condición de esclavitud y trabajadores forzados de todo el mundo para trabajar en las plantaciones azucareras, cafetaleras y bananeras. La competencia de pájaros cantores es un reflejo de esa diversidad.

Sin embargo, las diferencias políticas, raciales y de clase que han creado confrontaciones en otros escenarios no intervienen en la cortesía de la comunidad de dueños de pájaros cantores.

Todos son amigos cuando vienen aquí”, dijo Marcel Oostburg, un aficionado a las aves y alto funcionario del Partido Nacional Democrático de Surinam, que dominó el país durante décadas antes de perder el poder en la tensa elección del año pasado. “Aquí nunca hablamos de política”.

Acudir a las competencias semanales de canto de pájaros, que empiezan a las 7 de la mañana, antes de que el calor tropical del día atenace a la ciudad, es desconectarse de las preocupaciones de la vida diaria.

Cada competencia dura de 10 a 15 minutos, según el tipo de ave. Durante este tiempo los participantes deben aislarse de las distracciones y escuchar muy de cerca para captar los matices del trinar. No hay dispositivos a la vista, no hay acción observable. Los pájaros apenas se mueven.

Durante horas, los cuidadores solo se enfocan en el canto, en su belleza y complejidad.

Cuando termina el concurso, no hay estallidos de júbilo resonante ni cuchicheos sobre la imparcialidad del juez. Pero las sonrisas de los dueños victoriosos proyectan un orgullo que cualquier campeón reconocería.