Si tu empresa fuera una persona real, ¿cómo sería? Esta es una pregunta que me encanta realizar en los programas de liderazgo. Lo más interesante, es que la descripción realizada suele ser muy cercana a la persona más influyente, ya sea el fundador, dueño, presidente o encargado.

En una empresa que tiene un estilo de liderazgo bien definido, los pensamientos, valores y personalidad del líder son fácilmente transmitidos hacia todos los niveles. Sin embargo, existen dos casos en los que esta respuesta debiera generar preocupación.

La primera es cuando dicha descripción es diferente a su máximo directivo, como si existiera una especie de cortocircuito organizacional que no permite la continuidad de su visión y estrategia hacia los niveles más operativos. Esto suele ocurrir cuando los líderes de segunda línea tienen una tendencia a trabajar independientemente, generando subculturas divergentes en cada una de sus áreas.

El segundo caso, mucho más preocupante, es cuando la respuesta describe un antilíder. Identificarlo no es complicado, lo resumo en tres frases:

1. Sus subordinados no pueden objetar sus opiniones.

2. La verdad, la ética y la moral son negociables o amoldables a su postura.

3. Tiene el control absoluto, nada se puede mover sin su aprobación.

Este tipo de liderazgo, aunque pueda dar resultados inmediatos, genera desgaste, asincronía y deterioro de las relaciones, lo que termina en la fuga de talento, pérdida del propósito y un pésimo servicio hacia sus clientes. He visto muchas empresas, incluso con marcas muy reconocidas, cerrar por un modelo de antiliderazgo.

Identifiquemos cuál es el rostro de nuestras organizaciones, y —de ser necesario— desarrollemos a los líderes para expresar un estilo definido. Es muy probable que, así como sucede con las personas, al final del ejercicio la empresa muestre “una mejor versión de sí misma”. (O)